3 de diciembre de 2017

“En el Adviento vivimos entre el “ya” de la primera venida del Señor y, el “todavía no” de la promesa de su retorno”.




 Comenzamos hoy el sagrado tiempo litúrgico del Adviento, en el cual se convoca a todo hombre para que prepare su corazón y se disponga así a recibir la segunda Venida del Señor, de la cual no conocemos ni el día ni la hora.
Si quizás dudamos que esto se realice ya que hace siglos se la anuncia, recordemos que también en el Antiguo Testamento durante siglos, el pueblo elegido esperaba la primera Venida en carne del Hijo de Dios, y ésta se concretó en la plenitud de los tiempos.
Nos movemos, pues, entre el “ya” que significa actualizar la primera venida del Señor y, el “todavía no” del cumplimiento de la promesa de su retorno.
En sintonía con estas verdades, el profeta Isaías (63, 16b-17.19b; 64, 2-7) recuerda cómo vivía el pueblo judío después del exilio, e insiste en que la humanidad doliente de la que formamos parte, agobiada por el pecado, debe acudir a Dios como Salvador, reconociendo su indignidad personal, ya que no existe salvación posible si no hay reconocimiento del pecado y la necesidad de ser curados interiormente por el perdón y la gracia divinas.
Por haberse alejado de Dios, Israel fue entregado a la esclavitud de pueblos extranjeros y, en medio de tanta miseria implora la ayuda divina porque Él es su Padre y los israelitas hijos, a pesar de sus infidelidades.
Se implora que Dios descienda al pueblo y sane a cada uno en profundidad, desterrando el pecado y sean nuevamente  considerados todos,  hijos amados.
Esta realidad de los siglos VI y V antes de Cristo es también la nuestra. Vivimos lejos de Dios, la humanidad actual se ahoga en las profundidades del pecado más abismal.
Más que en el pasado, ya que ahora se tiene mayor conocimiento de los agravios a Dios y a los hombres, se realizan las atrocidades más vergonzosas.
Se aniquilaron pueblos enteros en el pasado no muy remoto, se buscan desenfrenadamente en el presente los placeres efímeros de la tierra, los desenfrenos sexuales de todo tipo están a la orden del día, la sociedad en su conjunto vive de lo fácil y agoniza ahogada en la corrupción y maldad.
¡Cuánta necesidad de ser rescatados de tanta miseria como afirma el profeta!
En efecto prorrumpe Isaías diciéndole a Dios que “No hay nadie que invoque tu nombre, nadie que despierte para aferrarse a ti, porque Tu nos ocultaste tu rostro y nos pusiste a merced de nuestras culpas", surgiendo de nuevo de la miseria humana una súplica ardiente: “Señor, eres nuestro padre; nosotros somos la arcilla, y Tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra de tus manos!”
Mientras como antaño reconozcamos nuestras miserias y que sólo Dios puede moldearnos, si nos entregamos a sus manos, es posible la redención de la humanidad  y el que caminemos en santidad de vida, en un mundo nuevo.
En la segunda lectura proclamada en la liturgia de este día (I Cor. 1, 3-9), san Pablo responde a esta súplica solícita de salvación recordándoles a los cristianos, que recibieron los dones divinos de la salvación por medio de Jesucristo, al igual que los judíos creyentes que esperaron y creyeron en el Mesías, pero que por eso mismo es necesario permanecer firmes en la esperanza de la segunda venida, que completará y perfeccionará lo ya comenzado en la primera para que cada persona encuentre el camino de Dios.
Esta exhortación paulina se dirige también a nosotros, agobiados por tanto mal en nuestros días, y que a su vez suplicamos la venida del Señor.
Él ya se hizo presente entre nosotros y sólo espera nuestra conversión a la vida de la gracia en cada Navidad que actualizamos en el tiempo.
En realidad, si hoy se encuentra extraviada la humanidad toda, y seguimos urgiendo la venida del Salvador, es porque no supimos aprovechar lo recibido durante su permanencia entre nosotros antes de regresar al Padre, ya que olvidamos lo afirmado por el apóstol: “porque Dios es fiel, y Él nos llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor”.
El ser humano, en lugar de entregarse a Cristo desde el inicio, buscó priorizar su aparente  independencia olvidándose de su Creador, inficionando como consecuencia todo lo creatural, encerrándose en sí mismo malogrando el designio salvador de Dios misericordioso.
En este adviento, Jesús viene a recordarnos que todavía hay tiempo para recibirlo en su corazón actualizando su primera venida y orientándonos con una vida nueva a la espera vigilante de la última y definitiva de la que nos refiere hoy el evangelista san Marcos (13, 33-37).
Debemos estar prevenidos y en vigilante espera actualizando una sincera conversión  apartándonos del pecado para que Jesús reine en nuestro corazón.
Si Cristo es la Luz del mundo y de cada hombre, debemos huir de las tinieblas, sin dejarnos confundir y engañar por el espíritu del mal.
Cristo ha de ser nuestro camino, dejando atrás los atajos que recorremos muchas veces para no seguir tras sus pasos de una manera íntegra.
El error no pocas veces nos seduce, pero nos aleja de la verdad plena que se identifica con el Señor y que hemos de buscar continuamente.
La muerte del alma por el pecado, consecuencia de nuestras malas decisiones, debe dejar lugar a la vida de la gracia que permanentemente nos recrea en la grandeza que poseemos por el bautismo.
La vigilancia debe mirar nuestro propio corazón, ya que sería contradictorio desear cambiar para recibir a Jesús y al mismo tiempo seguir aturdiéndonos en el ruido de este mundo, malgastando el tiempo en superficialidades, o volcándonos al exterior en busca sólo de sensaciones placenteras, en lugar de preferir la profundidad de una amistad perseverante con Jesús.
La Iglesia nos invita a luchar realizando  el bien cada día, a desear colmar nuestro vacío interior con todo don de Dios que se nos ofrece ya que no sabemos “cuándo llegará el dueño de casa….no sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos”.
Si nos sentimos vacíos de Dios, mal que aqueja al hombre inserto en la cultura de nuestros días, acudamos a Jesús que es la Plenitud; si estamos tristes al no percibir sentido alguno a la vida, acudamos a quien es la alegría; si añoramos una vida más profunda, acudamos y actualicemos el  evangelio en medio de los creyentes y de los apartados de Dios.
Esperemos confiadamente su venid salvadora, porque sanará nuestra alma. Mantengámonos firmes en la fe hasta el fin de los tiempos, de modo que encontrándonos fieles a la vida evangélica, Jesús nos conduzca con Él cuando realice su retorno de gloria, al gozo perdurable de los elegidos.
Digamos confiadamente ¡Ven, Señor Jesús! y que la vigilancia continua en nuestra existencia terrena nos haga descubrir y recibir de Jesucristo los dones divinos que, débiles siempre y pequeños, imploramos humildemente.
Queridos hermanos: recibamos a Jesús y los dones que nos transmite en su primera venida, llevemos en este mundo una vida de santidad, como hijos de Dios, y preparemos el momento de su feliz retorno para encontrarnos con Él.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el primer domingo de Adviento, ciclo “B”. 03 de diciembre  de 2017. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-


 

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