5 de agosto de 2018

La ausencia de Dios en la vida del hombre lleva a que su corazón gima y se perturbe buscando sin freno lo que no lo satisface en plenitud.


 Durante cinco domingo reflexionaremos sobre el capitulo seis del evangelio según san Juan en el que Jesús se explaya sobre el misterio de la Eucaristía, el pan vivo bajado del cielo, que es Él mismo y, que se ofrece a la humanidad como alimento.

De este modo nos otorga, a través de la divinización, una existencia nueva mientras recorre cada uno de nosotros su  historia personal  en el tiempo.
La multiplicación de los panes y de los peces sirve de marco referencial para que Jesús se explaye largamente (Jn. 6, 1-15). El relato evangélico testimonia que la gente lo sigue a todas partes a las que se dirige, ya que como recordamos el domingo pasado, las personas iban y venían como ovejas sin pastor.
Cinco mil hombres y un número no precisado de mujeres y niños se encuentran en ese momento ante el Señor, quien es consciente  de la necesidad de comer que tienen contando sólo  con cinco panes y dos pescados que trae un joven.
Los hace sentar en el pasto y comienza a manifestarse como  Hijo de Dios que reconoce el hambre de la humanidad, no sólo del pan material sino de la presencia de Dios en sus vidas.
Comienza a dar gracias al Padre por los dones recibidos, ya que todo bien  procede de la bondad y misericordia divinas, puestos al servicio y sustento de todos los hombres, de manera que a nadie le falte y a nadie le sobre, y así se realice la justicia humana de dar a cada uno lo suyo, evitando que el egoísmo y la avaricia de los hombres ocasione miseria para unos y opulencia para otros.
De manera que el gesto de Jesús deja para todos una aleccionadora enseñanza, llamando a toda persona a disponerse a abrir su mano y compartir con sus hermanos, no sólo los bienes materiales si fuera necesario, sino también los espirituales como el acompañar en el dolor ajeno, en la escucha de los corazones angustiados, en el afecto destinado a los abandonados.
El mismo Jesús recogiendo las doce canastas de pan sobrante nos deja la lección acerca de la necesidad de no derrochar los bienes de este mundo destinados a toda la humanidad, y distribuir aquello que no nos es necesario.
Y así, ¡Cuánta comida se tira mientras muchos padecen de hambre! ¡Cuánta abundancia de bienes para unos mientras muchos no poseen ni siquiera lo necesario para vivir!
En nuestra Patria a causa de la falta de políticas que miren la necesaria retribución para quienes producen y la carencia de conveniente distribución de bienes, se tiran cosechas enteras porque esto resulta más barato que transportar bienes a las bocas de expendio a un precio vil.
Jesús nos hace ver que no se debe separar el bien material del espiritual, porque los bienes materiales al dejarnos insatisfechos nos permiten desear y buscar los bienes eternos que colman el corazón, ya que “no sólo de pan vive el hombre” y, los bienes del espíritu nos permiten comprender la fragilidad de lo temporal y el  necesario despojo de los mismos para compartirlos con los que menos tienen.
De nada vale poseer muchos bienes si el corazón humano gime por la ausencia de Dios y se perturba buscando alocadamente aquello que nunca lo satisface en plenitud.
La experiencia enseña y ya lo manifestaba santo Tomás de Aquino, que cuanto mas se atiborra el ser humano de bienes materiales, más aprecia la imperfección de ellos cansándose de los mismos, buscando nuevos incentivos que también se desvanecen, porque por el dinamismo interior con el que fuimos creados, sólo adquirimos saciedad en el encuentro con el Señor, origen y fin de la existencia humana.
En realidad, el problema no está en los bienes temporales, sino en la absolutización que de ellos muchas veces hacemos, lo cual agudiza el vacío interior ya que estamos hechos para la plenitud que sólo se encuentra en la intimidad con Dios Nuestro Señor.
Cuanto mas corremos tras la adquisición de los bienes pasajeros, más comprobamos su inutilidad y limitación para satisfacernos totalmente.
Aprovechemos nuestra oración personal y la liturgia dominical para suplicar de lo Alto la gracia necesaria para buscar sólo aquello que nos sacia plenamente, alejándonos de todo lo que intenta seducirnos pero que nos deja incompletos cuando sucumbimos a sus halagos pasajeros.
Cristo nuestro Señor viene continuamente a nuestro encuentro y, nos ofrece su Persona, su Vida y sus enseñanzas para caminar por la senda de la plenitud personal.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XVII durante el año. Ciclo B. 29 de julio de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com







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