29 de agosto de 2018

“¿También ustedes quieren irse?. Señor, ¿a quién iremos?, Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros creemos que eres el Santo de Dios”


 La doctrina de Cristo siempre tuvo seguidores y perseguidores, creyentes e incrédulos.

Los textos bíblicos que la liturgia de este domingo nos presenta, transmiten la verdad acerca del matrimonio y de la Eucaristía.
La doctrina o enseñanza católica acerca del matrimonio es transmitida por el apóstol san Pablo en su carta a los Efesios (5, 21-33), quien resalta que la unidad a procurar en el pacto de amor entre un varón y una mujer, es signo de la unión profunda que existe entre Cristo y la Iglesia.
Es decir, que ante las distintas formas de concebir el matrimonio en la sociedad y cultura de nuestros días, el creyente que elige vivir lo enseñado por Cristo, ha de pensar el matrimonio a la luz de la unión entre Él y la Iglesia.
Cristo es la Cabeza, y su Cuerpo es la Iglesia a quien ama, y la Iglesia sirve a su esposo Cabeza, existiendo entre ambos entendimiento total.
Igualmente en el matrimonio debe existir esa comunión entre el esposo que es Cristo Cabeza y su esposa que es signo de la Iglesia Cuerpo.
Cristo salvó y purificó a su cuerpo la Iglesia por medio de la muerte en Cruz, y de la misma manera el esposo cabeza del matrimonio ofrece su vida en sacrificio continuo por el bien de su cuerpo la esposa.
Mientras la Iglesia se desvive por servir a su Señor, la esposa ama y vive unida a su marido, configurándose en ellos una  unidad tan grande  que sólo buscan la felicidad de la otra parte, siendo feliz el esposo cuando percibe lo mismo en su mujer, siendo feliz la mujer cuando advierte la felicidad de su marido.
A la luz de esta verdad teologal advertimos que el matrimonio humano crece en el amor, como acontece en la unión entre Cristo y la Iglesia.
Cristo entregó su vida en la cruz por la Iglesia, por cada uno de los bautizados, y así incorporar a cada uno mediante la libre respuesta personal a la condición de salvados, mientras la Iglesia manifiesta su amor y servicio a Cristo por la sangre derramada de sus mártires y la entrega confiada de todos los santos que ya están en la gloria eterna o los llamados así por  san Pablo porque viven santamente aunque transitan todavía en este mundo.
El varón y la mujer, conociendo a quienes deben imitar en esta vida, han de fomentar la renuncia a la comodidad y al egoísmo, buscando el bien y la felicidad de quienes comparten su vida.
En este sentido es conveniente recordar que muchas veces los matrimonios fracasan porque en lugar de reinar la donación mutua, cada uno espera recibir solamente gratificaciones de la otra parte sin otorgar nada a cambio.
En lugar de amar se pretende sólo ser amado, en vez de comprender se espera únicamente ser comprendido, o ser perdonado sin actuar de la misma manera.
La infidelidad, por otra parte, suele desembocar en graves consecuencias para los cónyuges, dejando al descubierto un deterioro progresivo en la unión.
Vivir en el matrimonio los ideales que le son propios, y que enumeramos, lleva a muchos católicos a concluir  con lo que señala el evangelio se dijo de las enseñanzas de Jesús: “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”(Jn. 6, 60-69) a lo que san Pablo responde “Éste es un gran misterio”.
Esto recuerda a su vez, que sólo la unión entre el varón y la mujer, es signo de la unión y amor entre Cristo y la Iglesia, y que se ha de preparar maduramente, con altura y profunda vocación a la donación mutua de cada uno.
La segunda enseñanza de hoy refiere a la Eucaristía, es decir, lo que provoca la manifestación de Jesús como Pan de Vida y Vino de Salvación.
En efecto, los discípulos se escandalizan, no pueden creer lo que escuchan, hasta el punto  de que “muchos de sus discípulos se alejaron de Él”.
También hoy son muchos los católicos que están incrédulos ante la presencia de Jesús en las especies eucarísticas, y que pensando como los protestantes, acceden meramente a “una comida” que para ellos “representa”  al Pan de Vida sin que esto sea realidad, de allí que no pocos se acercan a comulgar en pecado, pensando que la buena fe los salvará directamente, sin dolor y confesión.
¡Cuántos católicos no se acercan a Jesús porque piensan que su lenguaje es duro y exigente, en un mundo que enseña sólo  ser complaciente con todo!
La tercera enseñanza del día consiste en conducirnos a descubrir que Cristo y la Iglesia hablan con autoridad, la que viene del Padre al Hijo, y del Hijo hecho hombre a su esposa, la comunidad formada por los bautizados.
La Iglesia al igual que su Maestro, condena el aborto, el adulterio, la maldad y todo aquello que nos denigra como personas e hijos de Dios.
Sin embargo, son muchos quienes ya han dejado de seguir la verdad proclamada, o porque el lenguaje es considerado duro, o porque la Iglesia aparece como pecadora –por ejemplo en estos días- con los abusos sexuales, o porque piensan que la Iglesia debe aceptar cosas malas que hoy la cultura enseña y parte de la sociedad comparte, como la homosexualidad, la ideología de género y toda clase de manipulación genética.
En nuestros días son muchos quienes no aceptan las enseñanzas de Cristo y de la Iglesia, porque carecieron siempre de fe, o porque apostataron o porque los malos ejemplos de quienes deberíamos ser modelo, arrastraron a no pocos a la decepción y vergüenza, pero también, hay que reconocerlo, porque muchos prefieren dejarse engañar por falsas doctrinas, rehuyendo la verdad  que conocieron y vivieron en otro tiempo.
A su vez, los siempre enemigos de la Iglesia la persiguen con saña, viendo sólo sus pecados y defectos sin reconocer virtud alguna, arreciando también la calumnia, las “leyendas urbanas” anti eclesiales sembrando confusión en todos.
En nuestros días, tanto Cristo como La Iglesia santa nos reclaman una mayor santidad de vida, convirtiéndonos siempre, reparando tantos males causados a los débiles en la fe, y profesando firmemente la verdad católica.
Cuántos más escándalos surgen en la vida de la Iglesia, signo de su cara pecadora, más hemos de profundizar en la realización del bien, signo de su cara de santidad, reflejo de la perfección de su fundador.
Hoy también  Cristo nos pregunta “¿También ustedes quieren irse?” detrás de otros vientos de doctrina, encandilados por el engaño del diablo, y hoy también el Señor espera que contestemos “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”.
Queridos hermanos: cada día de nuestra vida hemos de reafirmarnos en la fe en la Persona y Vida de Cristo, sobre todo cuando la “humanidad” de la Iglesia flaquea a causa de sus pecados.
Y cuando arrecie la tentación de abandonar a Cristo y a su Iglesia digamos como resalta el libro de Josué (24, 1-2ª.15-17.18b) “lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses” haciendo memoria de tantos bienes recibidos de Dios, de modo que siempre vayamos a su encuentro ya que sólo Él tiene palabras de Vida Eterna para nuestro diario transitar.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXI del tiempo ordinario, ciclo “B”. 26 de agosto de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

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