20 de agosto de 2018

Los sabios se sacian con el Señor que se ofrece en abundancia, mientras que los necios sólo buscan el alimento y los bienes de este mundo.


Siguiendo con las enseñanzas de Jesús proclamadas en la sinagoga de Cafarnaúm (Jn. 6, 51-59) notamos que se produce un cuestionamiento a las palabras “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.

En efecto los judíos discuten entre sí diciendo “¿Cómo éste hombre puede darnos a comer su carne?” ¿Qué ha sucedido para que surja esta duda?
Lo que ha pasado es que mientras el Señor ha intentado llevarlos a una mirada diferente de la multiplicación de los panes, ellos seguían especulando en que tendrían comida gratis sin necesidad de esforzarse, por lo que entran en crisis cuando advierten que una nueva realidad comienza a insinuarse.
Lo mismo sucede con nosotros, que entramos en crisis cuando el Señor pareciera no responder a las súplicas que elevamos solicitando la curación de una enfermedad, la solución de los problemas económicos, el remedio a nuestras debilidades sin que nos esforcemos, la respuesta, en fin, a los diversos problemas de la vida cotidiana.
Así y todo, Jesús pareciera redoblar la apuesta y continúa develando el misterio eucarístico en plenitud, afirmando “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes”, es decir, a su Cuerpo como comida agrega su Sangre como bebida.
O sea, por un lado el pan eucarístico que como el pan material sirve para nutrirnos, para compartir con los demás, significando que somos un solo cuerpo, fruto además de la tierra y del trabajo del hombre.
A su vez,  la bebida del vino convertido en Sangre del Señor, significa por las  gotas de agua en el cáliz, el sufrimiento compartido de la humanidad, exalta además la alegría de la vida, el carácter festivo del banquete celestial, remedio de todo exceso al colmarnos del Espíritu como señala san Pablo (Ef. 5, 15-20).
El alimento eucarístico nos asegura además, según la promesa del Señor, el participar desde este mundo de la Vida eterna en germen, que obtendremos en plenitud, si somos fieles, después de la muerte, con la mirada saciada de la contemplación junto a  la resurrección.
Pero Jesús no se queda con eso si de  promesas se trata, ya que señala la segura unión con Él ya que “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él”. A su vez, “Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí”.
¡Qué vida esplendorosa nos espera ya en este mundo si nos unimos al Señor eucarístico comiendo su Cuerpo y bebiendo su Sangre!
Mientras todo en este mundo se sucede y pasa manifestando su precariedad, experimentando cada uno lo insuficiente de lo temporal para saciarnos, desde la fe podemos vivir en plenitud la Vida misma del Señor cada vez que nos alimentamos en la mesa del pan verdadero.
Aunque seguros que también a nosotros nos llegará aquello de “sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron”, será realidad también, colmando la esperanza “el que come de este pan vivirá eternamente”.
Si unimos este evangelio a la primera lectura del día (Prov. 9, 1-6) advertimos que es de sabios buscar saciarnos con el Señor que se nos ofrece en abundancia, mientras que es de necios (Prov. 9, 13) pretender sólo el alimento y los bienes para este mundo.
Precisamente el texto bíblico de referencia (Prov. 9) hace mención que se ofrece al hombre el camino de la sabiduría o de la necedad, el de la vida o de la muerte, el de la verdad o el de la mentira, dependiendo de nuestra libertad el elegir bien, no sólo para este mundo sino como preparación para el eterno que nos espera desde siempre.
El sabio según Dios, busca el mayor bien posible que es el del espíritu, mientras que el ignorante –como enseña santo Tomás- al sumarle la soberbia, ya que está convencido de vivir en la verdad, cae en la necedad conformándose a las complacencias de un mundo y vida efímeros.
San Pablo mismo (Ef.  5, 15-20), por su parte,  reflexiona sobre el estilo de vida que no pocas veces asume el ser humano durante su vida en este mundo, invitándonos a actuar “como personas sensatas  que saben aprovechar bien el tiempo presente, porque estos tiempos son malos”.
La sensatez, o sabiduría de la vida es propia de los que obran el bien, se alimentan con el Pan de Vida y la bebida de salvación, y tratan por lo tanto de “saber cuál es la voluntad del Señor” celebrándolo siempre con “salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y celebrando al Señor de todo corazón”.
Los necios o faltos de sabiduría, irresponsables en su vida personal, buscarán por el contrario saciarse de los bienes de este mundo, acopiar cosas y fundarse en ellas, no encontrando más que insatisfacción y soledad, porque no pueden colmar la sed eterna de Dios.
Nutridos por Jesús Eucaristía, en cambio, podremos hacer realidad que “siempre y por cualquier motivo den gracias a Dios, nuestro Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo”

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XX del tiempo ordinario, ciclo “B”. 19 de agosto de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

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