17 de octubre de 2018

Quienes “son felices” sirviendo al dios inmanente de la riqueza que todo lo compra, desechan al Dios trascendente como verdadero bien.

Celebramos hoy la Jornada mundial de oración por las misiones de la Iglesia. Por mandato de Cristo no ha de quedar lugar alguno sin que reciba la Palabra divina. En este sentido, comprobamos que nuestra vida cristiana es iluminada constantemente por la Palabra de Dios, y se fortalece practicándola.

En la segunda lectura que hoy proclamamos (Hebreos  4, 12-13) se nos recuerda cómo actúa Dios por medio de su Palabra creadora pronunciada en los orígenes de la creación, hasta cuando se hace uno de nosotros  en Jesús.
Y así, esta palabra “es viva y eficaz”, porque siempre tiene vigencia y produce lo que desea, es “más cortante que una espada de doble filo” ya que “penetra hasta lo más íntimo del ser”, de modo que Dios que conoce el interior del hombre no sólo lo deja al descubierto por más oculto que esté, sino que también le comunica su enseñanza de vida para guiarlo al bien.
La Palabra divina es “capaz de discernir los pensamientos y las intenciones del corazón” porque ante Dios no podemos justificarnos y excusarnos como hacemos ante los hombres que nos rodean en la sociedad en la que estamos.
Dios nos conoce y juzga rectamente porque a su vista “todo está desnudo y descubierto”, y así su Palabra nos reprocha, nos acusa de nuestros pecados y debilidades, para salvarnos si la recibimos dócilmente, pero resultando insoportable cuando no queremos saber nada de ella y cerramos los oídos.
Precisamente Jesús en el texto del evangelio (Mc. 10, 17-30) manifiesta el carácter salvífico de la Palabra de Dios cuando enseña que el cumplimiento de las diez palabras o mandamientos, es el camino que conduce a la vida eterna, a la felicidad que perfecciona al hombre después de su caminar en este mundo.
El hecho que el hombre viva los mandamientos –representado por quien pregunta acerca del camino a recorrer para alcanzar la vida eterna-  lleva a Jesús a amarlo especialmente, convocándolo  a la perfección, a dar un paso más generoso, llegando al desapego de lo que le quitaba libertad –en este caso las riquezas- para seguirlo a Él más de cerca y  alcanzar el tesoro en el cielo.
Este hombre razonó como muchas veces lo hacemos los católicos…”no mato, no robo, no hago mal a nadie, qué más quiere Dios de mí” ….mostrando que no hay deseo de un amor más perfecto sino un conformarse con lo poco vivido.
Cuando se ama a Dios, ese amor crece, se hace más exigente, se busca la perfección, aquello que agrada a Dios y entrego lo que más espera de mí.
La exigencia de Cristo por el desprendimiento de los bienes no se funda en que poseerlos sea malo en sí mismo, sino en que lo errado está en el apego a los mismos, tratándolos  como si fueran lo mas importante en la vida de cada día.
De hecho quienes endiosan los bienes no sabrán apreciar nunca que el  verdadero “bien” está en la amistad con Dios, en el seguimiento de Cristo por sobre todas las cosas en la vida humana.
Quienes han puesto su confianza en Dios, mientras se sienten débiles ante las dificultades por ser fieles al Señor, están seguros de la fuerza que les viene de lo alto, y así,  tentados en pensar “¿quién podrá salvarse?”, creen que “para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Él todo es posible”.
Los que han puesto su confianza en el dinero, en cambio, piensan que con la riqueza todo es posible, todo se compra, todo se consigue, no necesitando del Dios trascendente ya que el dios inmanente le soluciona todo en la vida.
No es malo querer mejorar en la vida terrena, incluso en el plano económico y posesión de bienes variados, pero el mal se hace presente enturbiándolo todo, cuando se piensa más en tener y no en “ser mejor” como persona, como hijo de Dios, como seguidor de Jesús, como evangelizador de una sociedad incrédula.
En el lenguaje bíblico, el rico es el lleno de sí, el satisfecho, el que no necesita de Dios, el que sólo piensa en este mundo y que sólo pone su confianza en lo perecedero por encima de los verdaderos bienes que perfeccionan al hombre.
Cristo nos invita a una vida más plena donde Él sea el centro, existiendo el desprendimiento de toda criatura, de manera que esté antes que el padre, la madre, los hijos, los hermanos, la casa o la fama.
Este ideal de vida realizado con plenitud se prolonga en el hecho de que el Señor no se deja ganar en generosidad de modo que aquél que se desprenda de toda atadura como los apóstoles “desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno…en medio de las persecuciones,,,y en el futuro recibirá la Vida Eterna”
Esta forma nueva  de vida y seguimiento de Cristo, hace realidad lo que suplica obtener el rey Salomón como verdadera sabiduría (Sab. 7, 7-11).
En efecto, quien busca cómo vivir bien en el sentido de hacer siempre la voluntad de Dios, estimará este don mucho más que el oro, la plata, la salud, la belleza y cuanto bien es posible poseer en este mundo.
Queridos hermanos, alimentados con los verdaderos bienes de la Palabra de Dios y la Eucaristía, elijamos siempre seguir a Jesús con un corazón cada vez más dispuesto a hacer realidad su voluntad en la vida personal y eclesial, llevando este mensaje consolador a todos lo que buscan al Señor, aún sin saberlo, y desean llegar a la Vida.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXVIII durante el año. Ciclo B. 14 de octubre de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com








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