2 de octubre de 2018

El creyente que aprecia la sabiduría de Dios, la implora y, orienta hacia Él, su persona, sus palabras, su saber y la destreza para obrar.


En este día, en la ciudad de Santa Fe celebramos la Solemnidad de san Jerónimo a quien honramos como patrono.

Nació en Dalmacia en el año 340, estudio en Roma donde se bautizó, eligió la vida monástica, se fue a vivir a Siria, ordenado sacerdote volvió a Roma como secretario del papa san Dámaso quien le encargó hacer una versión latina de la Biblia, yéndose a vivir a Belén donde permaneció los 35 años últimos de su vida cumpliendo con lo que se le había encargado. Murió a los 80 años en el año 420, habiéndose además destacado por la vida de mortificación y de oración junto con su tierno amor y vivencia de la Sagrada Escritura.
La primera lectura de la misa, tomada del libro de la Sabiduría (7, 7-10.15-16) subraya lo que seguramente realizó el santo: “Oré, y me fue dada la prudencia, supliqué, y descendió sobre mí el espíritu de la Sabiduría”, habiendo considerado este don más estimable que las riquezas y cualquier cosa de este mundo por valiosa que pudiera ser considerada.
En realidad el texto bíblico describe con sencillez  que el verdadero “sabio”, según la gracia divina, “saborea” lo que lo une más estrechamente a Dios, de manera que hasta prevalece por encima de bienes apreciados por la persona  humana como es la salud y la hermosura corporal.
El verdadero creyente que aprecia la sabiduría que proviene de Dios, le pide que “me conceda hablar con inteligencia y que mis pensamientos sean dignos de los dones recibidos”, y esto, “porque Él mismo es el guía de la Sabiduría y el que dirige a los sabios”, pero además colocando en sus manos  su persona,  sus palabras, el saber y la destreza para obrar.
¡Cómo difiere esto del necio que se alimenta con la “sabiduría” mundana apeteciendo sólo lo pasajero, la riqueza, el placer y el disfrute de la “vida”, que deja corazones cada vez más vacíos y carentes de sentido de su existir!
Toda esta enseñanza bíblica no sólo nos acerca a lo que pudo haber sido la vida de san Jerónimo, sino que nos permite a su vez rescatar  lo que ha de ser valioso en nuestra vida de creyentes, alejándonos de los “espejismos” de felicidad que nos muestra la cultura  volátil y carente de profundidad de nuestro tiempo que rinde culto a lo provisorio y desechable del mundo.
El segundo texto que proclamamos en la liturgia de este día (II Tim. 3, 14-17) en consonancia con lo que reflexionamos, nos reclama la fidelidad a lo que aprendimos y aceptamos desde la infancia, especialmente por medio de la Sagrada Escritura que nos conduce a la salvación, verdad recibida y cada vez más necesaria en la sociedad en la que estamos insertos, porque en ella se va introduciendo, por ejemplo, la perniciosa y demoníaca ideología del género que tergiversa y rechaza el orden natural tratando de imponer la destrucción de la familia y los valores recibidos desde antiguo.
En relación con esta situación concreta que nos toca vivir a cada uno en la sociedad de hoy y a la que hemos de transmitir los valores evangélicos, el apóstol continúa destacando la importancia de la Palabra de Dios diciéndonos: “Toda Escritura ha sido inspirada por Dios, y es útil para enseñar, para persuadir, para reprender, para educar en la rectitud,, a fin de que  el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para hacer el bien”.
Como se aprecia, cuanto más motive y forme la Palabra de Dios al creyente, más podrá éste percibir cuál ha de ser su estilo de vida en medio de las dificultades y engaños que se le presentan en la vida.
La vivencia de las enseñanzas de la Biblia y la adhesión cada vez mayor a Cristo, conduce al bautizado a pertenecer en grado sumo al “reino de los Cielos”, esto es, al modo nuevo de existir siguiendo los pasos de Jesús presente en la historia humana.
El texto del evangelio (Mt. 13, 47-52) recuerda que el Reino de los Cielos, en este caso la Iglesia misma presente en el mundo y continuadora de la misión salvífica de Cristo, convoca a su seno a toda persona, justa e injusta, buena o mala, con la esperanza de que los primeros crezcan en la santidad y los segundos encuentren el verdadero camino de la salvación por medio de la conversión personal y la decisión de adherirse a Cristo, puente entre Dios y los hombres.
Habrá tiempo hasta el fin del mundo para decidir libremente qué es lo que cada uno elige, realizándose en ese momento la selección, sea la salvación de los buenos o la condenación de los hacedores del mal que no quisieron recibir los dones de salvación que se les ofrecía.
Es en ese momento de la “siega” final, donde quedará en evidencia quiénes fueron realmente sabios al elegir la verdad y el bien, y quiénes se comportaron neciamente endureciéndose en su propio parecer, el de las tinieblas que aleja definitivamente de Dios.
Queridos Hermanos: aprovechando la celebración de nuestro santo patrono, pidamos a Dios por su intercesión, el alcanzar la sabiduría que nos ofrece su Palabra eterna, de manera que se verifique en cada uno aquello de “Todo maestro de la Ley que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas”.
Es decir, sepamos transmitir a toda persona de buena voluntad la riqueza de vida presente tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de San Jerónimo, patrono de la ciudad de Santa Fe,  (domingo XXVI durante el año. Ciclo B. 30 de septiembre de 2018). ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




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