19 de noviembre de 2018

Jesús recuerda que así como su generación vivió lo anunciado, así también habrá “una generación futura” que asistirá al fin.



En las postrimerías del año litúrgico, los textos bíblicos de este domingo hacen referencia a los hechos del pasado, pero orientada la mirada a lo por venir. Es decir, nos movemos en el contexto histórico de lo que ya fue y lo que está por acontecer en el futuro, sin que conozcamos ni el día ni la hora.

La profecía de Daniel (12, 1-3) recuerda la caída de Antíoco Epífanes IV, consumándose la liberación del pueblo judío perseguido y devastado por el odio a la fe al Dios de la Alianza, asegurando para el futuro el triunfo final del Bien sobre el reinado del maligno.
Podrán los malos asolar la vida y la cultura de los seguidores del Dios verdadero pretendiendo imponerse, como aconteció en la antigüedad, pero el triunfo definitivo es de Dios, que cuando menos se lo espere llegará con su poder  “y muchos de los que duermen en el suelo polvoriento  se despertarán, unos para la vida eterna, y otros para la ignominia, para el horror eterno”, asegurando el profeta que “los hombres prudentes  resplandecerán como el resplandor del firmamento, y los que hayan enseñado a muchos la justicia brillarán como las estrellas, por los siglos de los siglos”.
¡Qué señales consoladoras deja la Palabra de Dios, sobre todo en nuestro tiempo en que todo lo bueno y  noble pareciera derrumbarse, siendo tentados a desesperar incluso del triunfo divino sobre lo creado!
La carta a los Hebreos (10, 11-14,18) a su vez, recordando la eficacia salvadora del sacrificio de Jesús en la Cruz, y por ende de su actualización en la Iglesia por la misa celebrada por los sacerdotes de la Nueva Alianza, asegura que Cristo “después de haber ofrecido por los pecados un único Sacrificio, se sentó para siempre a la derecha de Dios, donde espera que sus enemigos sean puestos debajo de sus pies”.
Por lo tanto, el “ya” actualizado de Cristo es su presencia en el cielo junto al Padre y al Espíritu Santo, aguardando, eso sí,  la realización plena de su misión cuando sus enemigos sean derrotados por siempre.
Nuevamente este texto bíblico muestra la paciencia de Dios misericordioso,  cuya voluntad es salvar a toda la humanidad, y que esto se concreta y realiza en toda persona que se abra a su bondad.
El anuncio concreto entonces de la Palabra divina, es que en el futuro,  desconocido por todos, será posible contemplar la justicia y misericordia divinas cuando se concrete la salvación para los que obren el bien, y la separación definitiva de los que en el transcurso del tiempo hicieron el mal.
La seguridad de que el triunfo de Dios es un hecho anunciado que se realizará algún día, permite a toda persona de buena voluntad sobrellevar las persecuciones de este mundo y el desprecio de quienes rechazan a Dios.
En el texto del evangelio (Mc. 13, 24-32) la  profecía cumplida de la caída de Jerusalén en el 70, permite  asegurar que el fin del mundo, acontecimiento futuro que muchos no esperan, será continuado por la segunda venida de Jesús que vendrá a juzgar a buenos y malos, dando a cada uno según lo que mereció en esta vida mortal.
El mismo Jesús recuerda que así como la generación contemporánea suya vivirá  lo anunciado, así también habrá “una generación futura” que asistirá al  fin.
Nadie sabe el momento en que el fin del mundo y  la segunda venida se concretarán, ni Jesús en cuanto hombre,  pero sí sabemos que se realizará lo anunciado, ya que dice el Señor “mis palabras no pasarán”.
Mientras caminamos por esta vida hacia la casa del Padre tenemos la oportunidad de adorar siempre a Dios y servir a nuestros hermanos.
En este sentido precisamente hoy, la Iglesia celebra la II Jornada mundial de los pobres, instituida por el papa Francisco en 2017.
El lema de este año es “Este pobre gritó y el Señor lo escuchó” (Sal 34,7). Al respecto, el mensaje del papa destaca que: “también nosotros estamos llamados a ir al encuentro de las diversas situaciones de sufrimiento y marginación en la que viven tantos hermanos y hermanas, que habitualmente designamos con el término general de “pobres”. …
Se nos dice, ante todo, que el Señor escucha a los pobres que claman a él y que es bueno con aquellos que buscan refugio en él con el corazón destrozado por la tristeza, la soledad y la exclusión….. Escucha a todos los que son atropellados en su dignidad y, a pesar de ello, tienen la fuerza de alzar su mirada al cielo para recibir luz y consuelo. Escucha a aquellos que son perseguidos en nombre de una falsa justicia, oprimidos por políticas indignas de este nombre y atemorizados por la violencia; y aun así saben que Dios es su Salvador. Lo que surge de esta oración es ante todo el sentimiento de abandono y confianza en un Padre que escucha y acoge. A la luz de estas palabras podemos comprender más plenamente lo que Jesús proclamó en las bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3). ….
Lo que necesitamos es el silencio de la escucha para poder reconocer su voz. …..
La Jornada Mundial de los Pobres pretende ser una pequeña respuesta que la Iglesia entera, extendida por el mundo, dirige a los pobres de todo tipo y de cualquier lugar para que no piensen que su grito se ha perdido en el vacío. Probablemente es como una gota de agua en el desierto de la pobreza; y sin embargo puede ser un signo de cercanía para cuantos pasan necesidad, para que sientan la presencia activa de un hermano o una hermana. Lo que no necesitan los pobres es un acto de delegación, sino el compromiso personal de aquellos que escuchan su clamor. La solicitud de los creyentes no puede limitarse a una forma de asistencia —que es necesaria y providencial en un primer momento—, sino que exige esa «atención amante» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 199), que honra al otro como persona y busca su bien…..
Una respuesta adecuada y plenamente evangélica que podemos dar es el diálogo entre las diversas experiencias y la humildad en el prestar nuestra colaboración sin ningún tipo de protagonismo.
En relación con los pobres, no se trata de jugar a ver quién tiene el primado en el intervenir, sino que con humildad podamos reconocer que el Espíritu suscita gestos que son un signo de la respuesta y de la cercanía de Dios…..Lo que necesitan los pobres no es protagonismo, sino ese amor que sabe ocultarse y olvidar el bien realizado. Los verdaderos protagonistas son el Señor y los pobres. Quien se pone al servicio es instrumento en las manos de Dios para que se reconozca su presencia y su salvación”.
Hermanos: sintámonos llamados a vivir de una manera nueva y convertida este acercamiento y servicio a los más pobres y desechados de la sociedad, para que escuchando el gemido de todos podamos renovar nuestro servicio hacia ellos.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXXIII “per annum”, ciclo “B”. 18  de Noviembre  de 2018.


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