26 de noviembre de 2018

Jesús en cuanto “testigo fiel”, nos hace partícipes en sus confidencias, de la intimidad misma de Dios que se da a conocer por Él.

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 Concluimos el año litúrgico con esta fiesta de Jesucristo, rey del universo. De Él dice el libro del Apocalipsis (1, 5-8) “Yo soy el Alfa y la Omega”, es decir, el principio y fin de toda la creación.

El principio, porque por el Hijo Palabra del Padre, se hizo todo lo que existe, en el  Espíritu  que “aleteaba sobre las aguas”, manifestando la comunicación en las creaturas de la grandeza y belleza divinas, como don gratuito y amoroso de la presencia misma de Dios.
Es también Omega, meta y fin de esa misma creación ya que al que es  “como un hijo de hombre” (Dan 7, 13-14) “le fue dado el dominio, la gloria y el reino”, asegurando su reinado sobre todo lo creado, de manera que “lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas”.
Con  estas palabras nos invade colmada esperanza especialmente al culminar el profeta su anuncio futuro asegurando del Mesías que vendrá, que “su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido.
Hoy más que nunca el creyente necesita estas certezas de vida para afrontar y soportar tantos signos negativos que provienen de un mundo olvidado de Dios, que lo desafía, arrogándose atribuciones que son propias del Creador.
El hombre actual y la cultura que origina, pretende renegar del Dios Creador, afirmando por ejemplo, que el ser humano no nace varón o mujer, sino que esto es una construcción cultural, y que más bien cada uno “se construye” como quiere y asume la sexualidad, la edad y el ser que quiere ser.
Nos encontramos así con tantos locos sueltos por el mundo que defienden que no tienen sexo o que son delfines o que se “autoperciben” según diversos animales existentes, todo esto con el beneplácito de los gobernantes de turno.
Todo esto lleva a su vez a las contradicciones permanentes en el obrar humano como cuando, por ejemplo, en Argentina se quieren quitar los signos religiosos para no ofender a los que piensan diferente, pero se aprueba la militancia de los pañuelos verdes o amarillos o se quiere izar la bandera de la diversidad sexual en los lugares públicos, o se promueve la homosexualidad en las señales mismas de los semáforos como en Bs. As que dan paso a dos mujeres o a dos hombres.
En realidad, los signos religiosos son signos permanentes que cuestionan la maldad humana en todos los ámbitos de la vida.
Y así,  ante la obstinación del hombre por prescindir de Dios en su vida resulta que “el que se sienta como Rey en los cielos se burla de ellos” (Ps. 2,4), y aunque “El impío trama contra el justo, y contra él rechina sus diente….”, nada conseguirá ya que “El Señor se ríe de él, porque ve que su día se acerca”, y esto a pesar que “Los impíos han sacado la espada …. para abatir al afligido y al necesitado, para matar a los de recto proceder.… (Salmo 37, 12).
Cuando Cristo venga por segunda vez, como Rey y Señor de todo lo creado, abrumará a todos los hacedores del mal, desechando de su presencia a todos los que no quieran convertirse y servirle de corazón.
¿Dónde quedará en ese día tanto mal realizado, qué le dirán a Cristo todos los que  promovieron el aborto y toda clase de injusticias, sometiendo y haciendo sufrir a tantos hermanos?
Para los creyentes, en cambio,  que tratamos de conducirnos según el mensaje del evangelio y buscamos adherirnos a Jesús, sabemos que las persecuciones y el odio serán moneda corriente en nuestras vidas, pero nada hemos de temer, porque contamos con la presencia de quien es “el Testigo fiel, el primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de los reyes de la tierra” (Ap. 1, 5-8).
Jesús es llamado “el Testigo fiel” porque en cuanto Hijo de Dios hecho hombre, entró en la historia humana para hacernos partícipes de sus confidencias acerca de lo que contempla desde toda la eternidad, es decir,  la intimidad misma de Dios que se nos revela por Él.
Como “testigo fiel”, manifiesta que fuimos elegidos para constituir un pueblo, por lo que “nos ama y nos liberó de nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre”.
Si el designio divino es que por el bautismo formemos un Reino sacerdotal, que es el Iglesia, nuestra meta ha de ser siempre, aún en medio de las pruebas y persecuciones de este mundo, dar gloria al Nombre de Dios por medio de la palabra y de las obras de cada día.
En el texto del evangelio (Jn. 18, 33b-37) el Señor deja en claro que su reino no es de este mundo, por eso es que no tiene partidarios que lo defiendan y evitar así  caer en manos de los judíos.
Tampoco sus seguidores tendrán “gran defensa” en medio del mundo, de allí que a través de la historia humana descuelle el testimonio de tantos mártires que derramaron su sangre por el Señor.
Cristo quiere reinar en el corazón de cada uno sin violencia ni imposición alguna, llama a nuestra libertad para que lo elijamos como cabeza y guía de nuestra vida, prometiéndonos Él por medio de la cruz, la vida dichosa de los elegidos y resucitados para  el Padre de la gloria.
“El que es de la verdad, escucha mi voz”, afirma el Señor que vino precisamente a dar testimonio de la verdad como testigo fiel que es.
Pensemos si nuestra vida transcurre según la verdad, de modo que nos preparemos para cuando Él vuelva a someter todas las cosas bajo sus pies, y podamos ofrecerle las buenas obras junto con una fe firme y una esperanza  sobrenatural que busca agradar a Dios en todo.



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de Jesucristo, rey del universo. Ciclo B. 25 de noviembre de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


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