3 de diciembre de 2018

Para los que creemos, es certeza la necesidad de estar prevenidos y orar incesantemente “para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir”


Comenzamos hoy un nuevo año litúrgico en el que meditaremos los misterios de la vida de Cristo, sus enseñanzas y sus continuas convocatorias a una vida de plenitud.

 De hecho, toda persona que viene a este mundo y el creyente en particular, estamos llamados a vivir más allá del tiempo en la presencia de Dios junto a sus ángeles y santos que le sirven.
En el final del año litúrgico que concluimos con la solemnidad de Cristo rey, fuimos invitados a contemplar el misterio de la segunda Venida de Cristo.
Al comenzar nuevamente el ciclo litúrgico anual con el adviento del Señor, se nos convoca a renovar nuestra esperanza en su Venida futura, que es ciertamente incierta y, que por ello aviva nuestra vigilancia.
En efecto, si ya supiéramos el día y la hora de la Venida triunfal del Señor no nos preocuparíamos demasiado, hasta incluso habría quiénes pensarían para que adelantarnos en el tiempo ya que con sólo estar listos un momento antes sería suficiente.
La  Sagrada Escritura compara la Venida del Señor con la llegada sorpresiva del ladrón. Precisamente, como no sabemos cuándo vendrá el maleante, estamos preparados para que no nos sorprenda.
Y así, algo similar acontece con la Parusía, ya que al no conocer el momento de la aparición gloriosa del Señor, el corazón del creyente está en constante vigilia de espera de manera que el encuentro con Él  sea sin sobresaltos. 
Ahora bien, ¿Qué seguridad tenemos de que Jesús vendrá al fin de los tiempos? Desde antiguo los creyentes confiados en la revelación divina esperaron la venida primera en carne del Hijo de Dios.
Muchos fieles murieron sin contemplarlo visiblemente, pero se encontraron con Él en la vida eterna. Igualmente, los que  en el pasado creyeron en su segunda Venida viviendo en comunión con el Santo y murieron, ya están en su Presencia.
En este caminar de creyentes, pues, nos encontramos hoy nosotros, que sabiendo que se cumplieron las antiguas promesas, avanzamos confiados hacia la segunda venida, con la certeza de que si morimos antes que ésta se realice en plenitud, igualmente se nos manifestará en toda su grandeza Aquél que queremos contemplar.
San Pablo partiendo de la profecía de Jeremías (33, 14-16) ya cumplida con la presencia de Jesús entre nosotros, escribe a los cristianos de Tesalónica (I Tes. 3, 12-4, 2), y por supuesto a los creyentes de todos los tiempos, señalando la necesidad de prepararse cada uno para el advenimiento glorioso del Señor.
Advertimos, a su vez, que esta preparación, parte del hecho de que Jesús, ya no vendrá como Salvador sino como juez, tal como lo contemplamos en la liturgia de Cristo Rey, en que todo será puesto debajo de sus pies, y reunirá a los elegidos que han fructificado en buenas obras en el decurso del tiempo.
El apóstol  da a conocer su deseo más profundo de que crezcamos en el amor mutuo y hacia todos los demás, de lo cual él nos da ejemplo continuo, y para lo cual anhela la presencia de la gracia divina en nuestras vidas, ya que sólo así podemos fortalecernos en santidad conformándonos cada vez más irreprochables delante del Padre.
La enseñanza bíblica siempre nos señala que sólo por el camino de la participación de la vida divina en este mundo, nos hacemos dignos de alcanzar la eterna visión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
De allí que el apóstol urja a seguir profundizando en la santidad de vida que supone ya recorremos de manera que “ustedes ya viven así: hagan mayores progresos todavía”.
Más aún, apela a tener memoria de sus consejos de vida cristiana, por lo que dirá “ya conocen las instrucciones que les he dado en nombre del Señor Jesús”.
Ciertamente conocemos las recomendaciones y enseñanzas continuas de Pablo que coinciden con lo que el mismo Jesús nos recuerda (Lc. 21, 25-28. 34-36): “Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra”.
Interesante la afirmación de Jesús cuando recuerda que su advenimiento último será sorpresivo para toda la humanidad, pero que sólo será una trampa, es decir, será perdición, para quien no viva en vigilante espera sabiendo que todo en este mundo es pasajero.
En nuestros días, son muchas las personas, incluso cristianos, que viven como si lo temporal fuera eterno, sumergidos en las preocupaciones de cada día, sometidos a los vaivenes de lo pasajero, sin ocuparse de las cosas santas, sin creer y por lo tanto sin crecer en las virtudes que nos asemejan al Señor y nos permiten vivir santamente.
Para los que creemos y nos esforzamos por responder a los dones recibidos del Señor, estamos convencidos de la necesidad de estar prevenidos y orar incesantemente “para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir” y así “comparecer seguros ante el Hijo del hombre”.
Queridos hermanos: aprovechemos este tiempo de gracia que es nuestra vida mortal, para prepararnos al encuentro definitivo con el Señor Jesús, transitando fielmente por el camino de las enseñanzas que nos dejara cuando vino a nosotros en carne humana, y que actualizaremos y celebraremos con gozo en la próxima Navidad.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el primer domingo de Adviento, ciclo “C”. 02 de diciembre  de 2018. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-



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