3 de marzo de 2019

“Iluminados por el Señor progresemos constantemente en su obra, con la certeza de que los esfuerzos que se realizan por Él no serán vanos”.

El apóstol san Pablo (I Cor. 15, 51-54-58)  nos recuerda que una vez que lo corruptible se convierta en incorruptible al ser asociados a la resurrección del Señor, la muerte será vencida para siempre, siendo realidad únicamente la eternidad, ya para la salvación como para la condenación.

Hasta que esta victoria final se concrete, se nos exhorta a que permanezcamos firmes e inconmovibles, “progresando constantemente en la obra del Señor, con la certidumbre de que los esfuerzos que realizan  por Él no serán vanos”.
O sea estamos llamados a la perfección evangélica buscando siempre el bien para todas las personas, lo cual supone previamente la transformación interior de cada uno de nosotros, ya que “cada árbol se reconoce por sus frutos” (Lc. 6, 39-45) de modo que “el hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón”.
Instintivamente sentimos la inclinación permanente de mirar y juzgar los defectos y pecados de quienes nos rodean, y corresponde esta actitud a nuestra naturaleza, como reflexionamos el domingo pasado.
Sin embargo al ser elevados al orden sobrenatural, la búsqueda de la perfección evangélica requiere siempre una actitud nueva, de allí que se nos advirtiera anteriormente que no juzguemos a los demás sino queríamos ser juzgados con la medida de dureza que habitualmente usamos cuando contemplamos a los demás.
Jesús, que conoce el corazón del ser humano, observa que no pocas veces somos sensibles en captar lo que caracteriza al prójimo, mientras hacemos caso omiso de la gravedad de nuestras culpas.
De hecho, ¡cuántas veces condenamos en los demás los defectos y pecados que están en nosotros y que no nos animamos a admitir!
En el texto evangélico de este domingo (Lc. 6, 39-45) Jesús nos señala algunas pistas –sin querer agotar con ello todo el contenido transmitido por Él- que ayudan a progresar constantemente en su obra con la certeza de que no será en vano nuestra dedicación al bien.
En primer lugar nos dice que si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en un pozo, indicando con ello la necesidad de ser luz para guiar a otros a la salvación en medio de una cultura plagada de oscuridad.
Para nosotros, esa luz viene del mismo Jesús, quien se proclama  –como advertimos en Navidad y en Pascua-, que es la luz del mundo, no cualquier iluminación, sino la plena y profunda que viene del mismo Dios y se ofrece a todo el que quiera recibirla con humildad.
Esto es importante advertirlo, sobre todo en una sociedad como la nuestra en la que tan distraídos estamos con la verdad, que no pocas veces nos “ilumina” el error y vivimos en la maldad.
Iluminados por el Señor, pues, podremos ser luz para nuestros hermanos, sin que nos aturdan las “verdades” de los medios, de las ideologías, de las modas y pareceres del hombre de nuestro tiempo.
En segundo lugar, Jesús habla –como ya advertíamos-, de la tendencia común entre nosotros de  juzgar a los demás, con la intención aparente de sacar la brizna de su ojo mientras existe en nosotros una viga.
No es ilícito tratar de alejar a alguien del pecado por medio de la corrección fraterna, pero es necesario previamente no sólo examinar nuestro interior para conocer las malas inclinaciones a corregir, sino que hemos de advertir si tal necesidad de amonestar no tiene su origen en que nos consideramos mejores y perfectos o de un espíritu que juzga siempre, como si fuera Dios, a todos los que se presentan en su vida.
En tercer lugar, Jesús indica que así como descubrimos si un árbol es bueno o malo por medio de sus frutos, así también hemos de reflexionar acerca de nuestras obras para conocer si somos buenos o malos en nuestro interior.
De hecho, Jesús señala que es del interior del corazón humano de donde se originan tantos males y perfidias que no sólo ofenden al Creador sino que dañan al prójimo que nos rodea en la vida diaria.
La Palabra divina, por lo tanto, nos alecciona acerca de la necesidad de encontrarnos con el Señor y seguir sus pasos como camino que enrique al bautizado y lo aproxima a la salvación.
Ahora bien en este caminar en y con Jesús, padecemos muchas veces la prueba necesaria para corroborar nuestra fidelidad para con Él o afirmarnos más en la senda del bien plagada siempre de obstáculos.
Al respecto enseña el libro del Eclesiástico (27, 4-7) “Cuando se zarandea la criba, quedan los residuos: así los desechos de un hombre aparecen en sus palabras”, es decir, el lamento si no aceptamos la prueba o la acción de gracias por el don de la purificación.
Queridos hermanos, con humildad, aceptemos las exhortaciones del Señor suplicando que los “acontecimientos de este mundo se orienten para nuestro bien,” según los designios de paz, para que como Iglesia nos alegremos de servir a Dios con entrega y serenidad.


  Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 8vo° domingo del tiempo Ordinario ciclo “C”. 03 de marzo de 2019. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.






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