25 de mayo de 2021

Supliquemos al Espíritu que seamos conducidos por su acción, ya que nadie puede decir “Jesús es el Señor” si el Amor divino no lo impulsa.

 
 Los discípulos junto con la Virgen Santísima están en el cenáculo. Dice el texto “con las puertas cerradas por temor a los judíos” (Jn. 20,19-23). Hoy vemos que las iglesias están cerradas por temor al covid, así y todo, son muchos  los que participan de la misa  por las redes sociales, por lo que yo los invito a que en sus casas o en su corazón, hagan un cenáculo, un espacio, un lugar, donde encontrarse con el Espíritu.
El Espíritu viene aunque las puertas estén cerradas, que no les quepa la menor duda. El Espíritu Santo, que es el amor del Padre y del Hijo, es enviado precisamente para hacer maravillas en nuestro corazón y en el mundo entero. Estoy convencido que si en el mundo hubiera más fe en Dios, se confiara más en la acción del Espíritu Santo que es dador de vida, cambiaría todo. Esto es, las actitudes frente a la enfermedad, ante  la pandemia, la actitud por la presencia de la corrupción que reina en el mundo, los intereses políticos, las mezquindades y la desunión, se superarían con la presencia del Espíritu de la verdad, de la justicia y de la caridad.
El Espíritu viene a cambiar el corazón del mundo, el interior  de cada uno, pero como tantas veces lo he dicho desde aquí, Dios para obrar respeta tanto nuestra libertad que necesita de la respuesta del hombre, reclama la decisión  personal de entregarnos a la acción del Espíritu. El Espíritu es tan poderoso en su obrar, que es capaz de cambiar totalmente el corazón humano. Así lo acabamos de escuchar en el canto de este hermoso himno, la secuencia.
En efecto, recordábamos que el Espíritu es consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma, descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría de nuestro llanto. Pedíamos al Espíritu que penetre en lo más íntimo de nuestro corazón, reconocíamos que sin la ayuda del Espíritu no hay nada en el hombre que sea inocente, examinando nuestras debilidades requeríamos al Espíritu de Dios que lave las manchas del pecado, suplicábamos al Espíritu que venga a nuestro encuentro cuando nos agobia la aridez en la oración o en los distinto momentos de nuestra vida. El  Espíritu suaviza la dureza del corazón, reprime la ira, controla los enojos.  El Espíritu da calor al corazón que está frío ante Dios nuestro Señor, premia nuestra vida virtuosa, ya que al entregarnos sus siete dones facilita la realización operativa de esas mismas virtudes recibidas en el sacramento del Bautismo.
Nosotros quizás no nos damos cuenta de la acción del Espíritu de Dios, pero está con nosotros. El cirio pascual encendido ha indicado durante estos cincuenta días que Cristo resucitado está con nosotros, pero, a su vez, Cristo ha vuelto al Padre llevando nuestra humanidad el día de la Ascensión y hoy nos envía el fuego del Espíritu.
Si pudiéramos captar la presencia del Amor del Padre y del Hijo en la tercera persona de la Santísima Trinidad, sentiríamos lo mismo que los apóstoles y la Virgen en el cenáculo. Como ruido semejante a una fuerte ráfaga de viento, tal la eficacia de su presencia, resonó en toda la casa donde se encontraban; viene a transformarlo todo y así de sopetón, pero requiere que el corazón humano esté preparado, ansioso por recibir la acción de Dios.
Mientras meditaba hoy sobre este don del Espíritu Santo, me preguntaba si el corazón del hombre está ansioso por recibir la acción de Dios. ¿No siguen pesando acaso otros tantos intereses, mundanos todos ellos, que en definitiva no nos conectan directamente con Dios?
Los apóstoles proclaman las maravillas de Dios, nos dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 1-11), los que escuchaban decían también, estos están llenos de mosto (2,13), o sea, están embriagados. Al respecto un escritor anónimo del siglo VI dice que es verdad, porque a odres nuevos corresponde vino nuevo (Mt 9, 17), el vino nuevo del Espíritu necesita odres, vasijas, recipientes nuevos. Sucede con el vino nuevo que al fermentar,  las paredes del odre se dilatan y no se rompe, de manera que si el Espíritu viene a nosotros, a un recipiente, a una vasija idéntica a lo que era ayer ¿Qué puede hacer? No puede permanecer porque no ha habido renovación interior.
Justamente el texto del evangelio del que hablo  dice que si echamos vino nuevo en un recipiente viejo, éste se rompe. También el hombre se rompe si sigue siendo un recipiente viejo y el vino de la gracia del Espíritu Santo no produce efecto alguno.
En Jerusalén hay judíos venidos de todas partes, los judíos llamados de la diáspora, ¿Y que están haciendo ahí? Celebrando la fiesta judía de Pentecostés. Ayer en la misa de la vigilia lo recordábamos  reflexionando acerca de la alianza realizada entre Dios y el pueblo de Israel en el Sinaí (Éx.19, 3-8ª.16-20b).
Hoy, día tan particular para los judíos y María Santísima con los apóstoles, todos escuchan en sus diversas lenguas las maravillas de Dios. Y así, los venidos de Judea, Capadocia, del Ponto, Asia menor, Panfilia o Egipto, entienden las maravillas de Dios, porque todos los que  esperan, buscan y quieren ver algo nuevo, estás dispuestos a recibir el don divino.
De allí, que la iglesia sea católica, universal, estando presente en todas las culturas y en la diversidad de lenguas, porque es el Espíritu el que une a todos. Al respecto, el papa Francisco hoy recordaba en Roma, que muchas veces en la iglesia hay grupos o personas que quieren hacer lo que quieren, yo pensaba en este momento en Alemania, entre otros, y decía el papa “esto no proviene del Espíritu”. Unidad que no es uniformidad, sino que es confesar todos la misma fe, tener el mismo credo, esperar la misma meta que no es la felicidad en este mundo, ya que hemos sido elevados a la vida sobrenatural por el bautismo y la caridad que conduce a vivir a fondo lo que el apóstol San Pablo recuerda  (1 Cor. 13), cuando habla precisamente de las características propias de la caridad y del amor.
Por eso aprovechemos este día para suplicar al Espíritu que venga a nosotros y que nos dejemos conducir por Él, por su acción, recordando que nadie puede decir Jesús es el Señor si no está impulsado por el Espíritu. (1 Cor. 12, 3).
Mientras tanto recordando la enseñanza del apóstol (1 Cor 12, 3b.7.12-13) acerca de la  diversidad de dones y de su común procedencia del Espíritu, descubramos qué don nos ha dado a cada uno, qué misión concreta dentro de la misión universal de la iglesia, y aboquémonos a ella para hacer presente en el mundo la persona de Jesús, el cual  otorga la paz que proviene de Él y concede el Espíritu Santo para la remisión de los pecados.
En definitiva se manifiesta el Espíritu para completar la obra del Señor que triunfó en la resurrección, se convierte en mediador entre Dios y nosotros, enviando el Espíritu para santificarnos, para destruir el pecado, reclamando un corazón bien dispuesto.
Para realizar esto, contamos siempre con la protección de la Madre de Jesús que hoy invocamos como Nuestra Señora del Cenáculo.

 
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de Pentecostés. 23 de mayo de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com






No hay comentarios: