3 de agosto de 2021

Creer en Jesús como el Hijo de Dios, es la obra de Dios necesaria para vivir cada día conforme a la fe propia de los creyentes.

 


El domingo pasado concluía el texto del Evangelio que habíamos proclamado, diciendo que  “Jesús sabiendo que querían apoderarse de Él para hacerlo Rey se retiró otra vez solo a la montaña”. Es en ese contexto que tiene sentido justamente lo que acabamos de anunciar. Es decir, que la gente cuando se dio cuenta que Jesús y los discípulos no estaban en el lugar donde había multiplicado los panes, subieron presurosamente a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Podemos imaginarnos a la gente a las corridas, subiendo a las barcas, navegando para encontrarse con Jesús, llegando antes que Él.  Cuando se encuentran con Jesús le preguntan: ¿Cuándo llegaste? Una pregunta muy inocente pero que encerraba algo muy diferente en el corazón de ellos, por eso Jesús les dice “ustedes me buscan no porque vieron signos”, no porque reconocieron en la multiplicación de los panes  que yo era el Hijo de Dios hecho hombre, realizando un milagro, “sino porque han comido pan hasta saciarse” (Jn. 6, 24-35).   Es decir, lo siguen a Jesús porque les sació el hambre, de manera que a partir de ese momento –pensaban- se les garantizaba el alimento. .Y Jesús aprovecha el encuentro con la multitud para enseñarles, llevándolos a la verdad del misterio: “trabajen no por el alimento que perece sino por el que permanece hasta la Vida Eterna”.

¿Cuál es el alimento perecedero? Justamente  el refugiarnos en los bienes materiales, en las cosas de este mundo que perecen y pasan. Nada es eterno en esta vida, por lo que  la invitación es trabajar por lo que permanece hasta la Vida Eterna.
No está llamando Jesús a la inoperancia, a no hacer nada, a no cumplir con los deberes de estado, a no trabajar para ganarse el sustento diario, nada de eso, lo que advierte es que no pocas veces el ser humano está tomado por esa preocupación y descuida lo más importante que es el alimento que permanece hasta la Vida Eterna.
Esto significa un cambio de mentalidad para nosotros, para poner todo en el debido orden, poseyendo la debida jerarquía de valores. Coincide con lo que el apóstol San Pablo afirma en la segunda lectura (Ef. 4, 17.20-24) “les digo y les recomiendo en el nombre del Señor, no procedan como los paganos que se dejan llevar por la frivolidad de sus pensamientos”, advirtiendo así sobre algo común también entre los primeros cristianos. Les escribe aquí a los cristianos de Éfeso, pero igualmente está pensando en todos, señalando la gran tentación que también subsiste hoy que es proceder como los paganos, es decir como los que no tienen fe que se dejan llevar por la frivolidad de sus pensamientos.
Por eso, san Pablo advierte, “no es eso lo que ustedes aprendieron de Cristo, si es que de veras oyeron predicar de Él y fueron enseñados según la verdad que reside en Jesús”. Hermosa afirmación por la que no da nada por cierto,  ya que es necesario no pensar como los que no tienen fe. Pero eso supone que se les ha enseñado la verdad y que se ha aceptado esa verdad que reside en Cristo.
De allí que el apóstol siga diciendo que de Jesús hemos aprendido la necesidad de renunciar a la vida que se lleva, despojándonos del hombre viejo, refiriéndose a esa mentalidad, a ese espíritu que está conforme con la falta de fe, con la no aceptación de Cristo Jesús. Retomando el texto del Evangelio los presentes le preguntan en plural al Señor “¿qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?”, a lo que Cristo responde en singular afirmando que “La obra de Dios es que ustedes crean en Aquél que Él ha enviado”. O sea, la primera preocupación debe ser el creer en Jesús como el Hijo de Dios hecho hombre, como el único enviado del Padre, porque si nó se le acepta, es imposible vivir cada día conforme a la fe propia  de los  creyentes. Por eso es necesario como dice Jesús, una vez aceptado Él como Dios, trabajar por el alimento que no perece. Y ¿Cuál es el alimento que no perece? Él mismo, que se ofrece y se entrega como el pan vivo bajado del Cielo. ¿Y cómo tenemos que trabajar? Recordar que así como ponemos empeño en tener los bienes materiales necesarios para la vida cotidiana, tengamos el mismo empeño para preparar el corazón y recibirlo dignamente a Jesús en la Eucaristía, convirtiéndonos  del pecado por la confesión, por la oración y todos aquellos medios por los que nos vinculamos estrechamente con Él.
Sin embargo, los presentes no entienden qué significa trabajar por este alimento de la Vida Eterna, y siguen insistiendo en que a sus padres les dio de comer Moisés el maná en el desierto, como lo hemos escuchado en la primera lectura (Ex. 16, 2-4.12-15), cuando Dios escucha las quejas del pueblo elegido y los sacia de alimento.  Jesús señala, sin embargo,  “no, no es Moisés el que les dio de comer, es mi Padre el que les dio el pan del cielo”, es mi Padre el que les dio la comida material perecedera y es también ahora mi Padre el que les da esta  comida que Soy Yo mismo, el pan vivo bajado del cielo. La comida material recibida por los antiguos no los liberó de la muerte, pero el que  se alimenta de Jesús, el pan vivo bajado del cielo, no sólo se nutre en este caminar de peregrino, sino que anticipa y prepara para vivir con Él en la Vida Eterna. Por eso es importante lo que el mismo Jesús dice en el Evangelio, “el que viene a mí, jamás tendrá hambre, el que cree en mi jamás tendrá sed”.
Queridos hermanos vayamos buscando más y  más unirnos a Cristo, creamos en Él, escuchemos su palabra, vivamos el estilo de vida que nos propone para poder así saciar nuestra sed y hambre de Dios.   

 
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XVIII del tiempo ordinario, ciclo “B”. 01 de agosto de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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