10 de agosto de 2021

“La Eucaristía es el sacramento que contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo, sangre, alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo”.


 

El diálogo entre la gente  y Jesús, a quien se le adelantaron  en Cafarnaúm, transcurre en distintos momentos de divergencia, de crisis y, por lo que entonces comienzan los judíos a murmurar del Señor porque había dicho “yo soy el pan bajado del Cielo”.
La Sagrada Escritura, ya en el antiguo testamento, no pocas veces, menciona que los judíos murmuran contra Moisés, porque en  camino a la tierra prometida por el desierto, no tienen agua o alimento. Ellos siempre buscan resolver los problemas temporales, que en sí mismo no está mal, pero  se olvidan siempre de la meta, en ese caso, no miran hacia delante, la tierra prometida.
Acá pasa lo mismo, los judíos murmuran de Jesús, porque dice “yo soy el pan bajado del Cielo” pero resulta que este pan que les ha dado fue a través de la multiplicación de los panes y de los peces y ellos se quedaron con eso pero no fueron capaces de mirar más adelante, que Jesús está haciendo un anuncio de algo más importante y por eso empiezan a dudar del Señor. “¿Acaso no es éste el hijo de José, no conocemos  a su padre y a su madre? ¿Cómo nos dice “yo he bajado del Cielo”?” O sea, afirman la condición humana de Jesús, pero rechazan la posibilidad de que pueda ser Dios a pesar que como tal se les ha mostrado a través del signo de la multiplicación de los panes (Jn. 6, 41-51).
Jesús entonces, con gran paciencia sigue instruyéndolos, no murmuren entre ustedes, ustedes desconfían de mí, dice el Señor, pero nadie puede venir a mi si no lo atrae el Padre que me envió.
O sea, les está diciendo, ustedes no quieren acercarse a mi como alguien diferente, como el Hijo de Dios, porque el Padre no los atrae. ¿Y por qué el Padre nos los atrae? Porque no tienen fe, no creen, ponen trabas permanentemente a ese paso necesario de aceptar que el Señor sea el Hijo de Dios vivo.
Pero Jesús sigue insistiendo, “yo lo resucitaré en el ultimo día a aquel que venga a mi”, trata así de sacarlos de esa mirada meramente humana que tienen de Él. Pero esta gente no termina de entender, de allí  que Jesús  insista: “Nadie ha visto nunca al Padre sino el que viene de Dios, sólo Él ha visto al Padre” ¿Quién es ese Él? Jesús. Y por eso en otra oportunidad dirá “yo soy el camino, la verdad y la vida”, por lo que yo quiero conducirlos al encuentro del Padre.
Y nuevamente la comparación con el Antiguo Testamento: “sus padres comieron el maná y murieron, en cambio los que coman este pan no morirán, vivirán eternamente”. Podemos comprender que a este punto del diálogo la gente seguía estando en crisis, sin entender, sin creerle a Jesús lo que dice, pero ahí no termina todo. El  golpe de gracia de su manifestación como Dios está en el último párrafo que hemos proclamado hoy.
Dirá el Señor que el que coma de este pan vivirá eternamente, y explica por qué, “y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”, palabras éstas que lleva a todos a una crisis profunda.  ¿Cómo éste puede darnos a comer su carne? O sea Jesús deja de lado el signo, el símbolo, el pan, como en otras oportunidades decía de sí mismo “yo soy la luz, yo soy el camino, yo soy el pastor” acá dice yo soy el pan, pero es mi carne para la vida del mundo. Y en ese momento se manifiesta totalmente como aquél que quiere permanecer en nuestra vida.
Esto es importante para nosotros los católicos, porque  tenemos una gracia  especialísima dada por Dios, la de poder comulgar la carne del Señor y beber su sangre, bajo las especies de pan y vino.    Recuerdo que cuando era niño y estudiábamos para la catequesis, aprendíamos  de memoria las definiciones que luego nos explicaban. Y así, definíamos la Eucaristía después de haber hablado de los sacramentos; “la Eucaristía es el sacramento que contiene verdadera,  real y sustancialmente  el cuerpo, sangre, alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo”. En esta definición está bien clara la realidad de lo que celebramos en cada misa y de lo que comemos en cada comunión.  La sustancia de pan se cambia en la sustancia del Cuerpo de Cristo y la sustancia del vino en la Sangre de Cristo, permaneciendo Cristo entero, cuerpo, alma, sangre y divinidad.
Al respecto, es importante recordar que las Iglesias cristianas nacidas del protestantismo con el caos que introdujo Lutero en la fe, celebran la cena del Señor, pero ellos cuando comulgan, comulgan justamente el pan y el vino, porque no tienen orden sagrado, ni eucaristía. Nosotros aunque recibimos las especies eucarísticas de pan y vino recibimos a Jesús, cuerpo, alma, sangre y divinidad.
Los anglicanos tampoco tienen el sacramento de la Eucaristía, porque carecen del sacramento del Orden Sagrado. No sé si recordarán que el papa León XIII había declarado que eran inválidas las ordenaciones presbiterales y episcopales porque se había roto la sucesión apostólica. De hecho, cuando el papa Benedicto XVI recibió en la Iglesia Católica a los anglicanos que se convirtieron a la verdadera fe, los conocidos como obispos o presbíteros, recibieron en la Iglesia  el Sacramento del Orden, ya como obispos o presbíteros.
Pero volviendo al centro de todo esto, recibimos a Jesús en la Eucaristía, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Y esa es una gran bendición para nuestra vida de cada día, porque ahí comienza al recibirlo al Señor, nuestra incorporación a Él y esa preparación para la Vida Eterna, “yo los resucitaré para la Vida Eterna”.
El Sacramento de la Eucaristía en uno de los tantos efectos, nutre y da fuerza en medio de las dificultades cotidianas. Justamente el primer libro de los Reyes (19, 1-8)  nos narra hoy la persecución que sufre el profeta Elías por defender la pureza del monoteísmo, contrariando la idolatría y el politeísmo que habíase introducido en Israel. Y cuando huye de la persecución, Elías fue alimentado con pan a través de un ángel, y termina el texto diciendo “comió y bebió, y fortalecido por ese alimento camino cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios”. Si bien era pan lo que recibió el profeta, está prefigurando el misterio eucarístico que se iba a develar con Cristo nuestro Señor, Cristo alimento, Cristo que da la vida.
Y el apóstol San Pablo nos dice en la Segunda lectura (Ef. 4, 30-5,2) cómo hemos de vivir nuestra vida cristiana: no poner triste al Espíritu Santo, evitar la amargura, los arrebatos, los gritos, los insultos y toda clase de maldad, siendo mutuamente buenos y compasivos. Y todo esto es consecuencia de la unión con Cristo. O sea, mientras más unidos estemos al Señor, más perfectamente viviremos en  caridad con los demás.
Pidámosle al Señor que nos siga nutriendo con este alimento que es Él mismo, y que esta asimilación del Señor en nuestra vida realmente se prolongue en nuestro obrar cotidiano.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XIX durante el año. Ciclo B. 08 de agosto de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





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