6 de septiembre de 2021

“El Señor mantiene su fidelidad para siempre y cura a los hombres de sus males, aunque muchas veces lo desairemos”

 

En la primera oración de esta misa le pedíamos a Dios que nos  había redimido para hacernos hijos suyos, que nos  mire siempre con amor de Padre, para que cuantos hemos creído en Cristo alcancemos la verdadera libertad y la herencia eterna.
En el Antiguo testamento ya se manifiesta este amor de Padre (Is. 35, 4-7ª) que anuncia a los desalentados “llega la venganza, la represalia de Dios: Él mismo viene a salvarlos”. Y esto porque Dios rescata al pueblo elegido de la opresión que sufre de otras naciones y al mismo tiempo responde ante el pecado de Israel con el amor de Aquél que  cura las enfermedades y otorga una nueva vitalidad a la naturaleza misma.
Y la razón de esta respuesta divina está, en que como afirma el salmo interleccional (145, 7-10), el Señor mantiene su fidelidad para siempre y cura a los hombres de sus males, aunque se lo desaire de continuo.
Y esto porque si nosotros que somos malos, dice Jesús en una oportunidad, damos cosas buenas a nuestros hijos, cuánto más el Padre del cielo (Mt. 7,11).
De allí que la persona humana mientras esté en el mundo, puede decidirse por Dios, ya que Él espera para separar el trigo de la cizaña hasta el momento de la muerte o el fin del mundo (Mt. 13, 24-30).
¿Y cómo nos mira Dios en el contexto del evangelio del día? En este texto nos encontramos una vez más con la mirada del Padre (Mc. 7, 31-37) que se manifiesta por medio de Jesús, su Hijo hecho hombre, con  la curación de este sordomudo.
Jesús está recorriendo lugares en que abundan los paganos que no siguen al Dios de la Alianza, pero que seguramente han escuchado hablar de Jesús y sus signos, por lo que le llevan este hombre para que lo cure imponiéndole las manos, manifestando así el poder divino que desciende sobre alguien que necesita ser rescatado de sus miserias.
Jesús decide realizar varios gestos muy elocuentes que manifiestan su realidad divina. Lo aparta de la gente porque quiere tener un encuentro personal con el enfermo, lo saca del bullicio, de la presión mediática para encontrarse con él. Le pone los dedos en las orejas, con su saliva toca la lengua del enfermo, -piénsese que en aquellos tiempos la saliva se consideraba portadora de poder curativo-, mira al cielo como invocando al Padre y pronuncia la palabra  “efatá”  que significa ábrete, liberadora de los oídos y de la lengua.
Este gesto señala la necesidad del hombre de escuchar en primer lugar al Dios de la Alianza, pero también a sus hermanos de los que estaba separado a causa de la sordera y así poder comunicarse de nuevo.
En efecto, Jesús le abre los oídos del alma para que escuche, no sólo oír, sino comprender la grandeza de este encuentro con  quien lo ha salvado, y a su vez, proclamar con los labios lo que ha acontecido en su vida, afirmando con la gente que esto proviene de Dios, que “todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
Queridos hermanos: estamos no pocas veces como este sordomudo, metidos en la vorágine del mundo, aturdidos por estar sumergidos en las cosas y preocupaciones de este mundo que ya no tenemos tiempo para separarnos del bullicio interior y exterior y escuchar sosegadamente a Dios que nos desea apartados para estar con Él.
Estamos rodeados por la contaminación auditiva de manera que vivimos en el ruido, sin escuchar al Señor y a los demás, por eso Jesús nos aparta de todo eso para entrar en el silencio del encuentro con su Persona y con la de nuestros hermanos. De allí la necesidad de dejar atrás la sordera espiritual que nos aísla y encierra en nuestro mundo.
Urge que nos convirtamos en personas dispuestas a escuchar a Dios en la oración o en las circunstancias diarias de la vida, en las que muchas veces se manifiesta y, acomodarnos para escuchar a  todos.
Esta doble escucha a Dios y a los demás va juntas, de manera que si nos esforzamos para atender al Señor  lo haremos también con los demás.
¿Escuchamos al anciano que quizás repite siempre lo mismo pero desea comunicarse con nosotros? ¿Escuchamos a nuestro esposo o esposa, a los hijos, a los hermanos, a los padres, o  pensamos que sólo importa lo yo pueda decir y por lo tanto merezco recibir atención?
El Papa Francisco pedía hoy a los sacerdotes poner especial atención a este ministerio de la escucha como una prolongación de la dedicación que manifiesta siempre Jesús ante las personas aguzando su oído y, así comunicarse con las necesidades de todos.
No pocas veces el escuchar al otro hace que esta persona encuentre respuestas a sus inquietudes en su mismo hablar comunicándose.
Y de la escucha pasar siempre a la acción especialmente no haciendo acepción de personas como exhorta el apóstol Santiago (2, 1-7).
¿Y cuándo no hacemos diferencia entre aquél que lleva un anillo valioso y un pobremente vestido? Precisamente cuando supimos percibir lo que vive uno y otro, -ya que los dos pueden llevar un drama en su corazón- necesitando de compasión y disposición para aportar el bien a sus necesidades ya espirituales o materiales.
Queridos hermanos: crezcamos en la escucha de Dios y de los hermanos, para poder proclamar con valentía que fuimos salvados para cantar las maravillas divinas en la gloria que no tiene ocaso.
Sigamos a María Santísima que diligentemente escuchó la voluntad del Padre para responderle fidelísimamente aceptando lo que se le encomendaba. Imitemos a san José que atendiendo siempre la voz de Dios, respondió prestamente y en silencio cuidando a Jesús y a María.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXIII del tiempo ordinario, ciclo “B”. 05 de septiembre de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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