21 de septiembre de 2021

La grandeza está en ser servidor de todos, no en la pretensión de poder, y la gloria llega por la entrega a los demás, de los más pequeños.

En la primera lectura proclamada hoy (Sab. 2,12.17-20) aparece una diferencia abismal entre dos tipos de personas. Por un lado los impíos, los que no creen en Dios o lo han abandonado y que han optado por realizar el mal, y los justos, que se adhieren a la alianza con Dios, y que a pesar de sus debilidades, luchan por realizar el bien en el cumplimiento de los mandamientos, confiando siempre en la fuerza y protección divina.
Destaca el texto bíblico que los impíos van tramando distintas estrategias para hacer caer al justo, y con soberbia  se preguntan si los justos  contarán con el auxilio divino en el que confían, ya que “si el justo es hijo de Dios, Él lo protegerá y lo librará de las manos de sus enemigos”, calculando en llevar al justo incluso hasta  la muerte.
Y así, de alguna manera ponen en tela de juicio que realmente los justos cuenten siempre con la protección divina.
Se sienten triunfadores sobre los que desean hacer el bien, e implica que ponen a prueba la acción divina, posiblemente porque tienen experiencia de que nada les sucede por su mal obrar, sin  pensar que en cualquier momento Dios les pedirá cuenta de perversidad.
Esta situación concreta  de perseguidores y perseguidos se da a lo largo de la historia, ya que quien obra el mal se siente molesto por la actitud del justo, el cual con su obrar se opone a la maldad de los impíos, y de algún modo les reprocha constantemente sus pecados.
En el mundo en el que estamos insertos percibimos la actitud de los impíos que buscan siempre hacer el mal, humillar o burlarse de los fieles a Dios, ideando toda suerte de maldades porque los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz  (Lc. 16,8).
Los justos, aún con sus caídas e imperfecciones, tratan de vivir en amistad con Dios. El justo por excelencia es el mismo Jesús, a quien el domingo pasado contemplábamos en la figura del siervo de Yahvé, sufriente y despreciado por todos los que buscan su ruina.
La muerte del justo se cumple plenamente en la pasión, muerte y resurrección del Señor, que por segunda vez anuncia mientras  atravesaba la Galilea acompañado por sus discípulos.
El primer anuncio lo escuchamos en el evangelio del domingo pasado cuando Jesús convoca a todos a tomar su cruz y seguirlo en el misterio de entrega total de sí mismo que realizará cuando sea elevado en alto.
En este segundo anuncio realizado ante sus discípulos, el Señor no encuentra ningún eco, ya que ellos no comprenden de qué se trata y tampoco se esfuerzan por entenderlo, ensimismados en si mismos.
En efecto, mientras Jesús anuncia el camino de su entrega dolorosa, los discípulos con mentalidad mundana están discutiendo sobre quién es el más grande de entre ellos.
Esto no es novedoso, ya que también hoy, a no pocos creyentes les cuesta entender que la salvación del hombre se realiza por la  Cruz.
Aspira el ser humano, también en nuestro tiempo, a las grandezas humanas, a pesar de tener la certeza que éstas son efímeras, duran poco, y que aún estando en la cúspide rápidamente se diluye el éxito.
Esta apetencia nada tiene que ver con lo que Jesús plantea, de allí que nosotros mismos hemos de preguntarnos si buscamos ser estrellas en este mundo o alcanzar poder y gloria, rechazando a Cristo y sus enseñanzas o, lo elegimos a Él para transitar una vida evangélica, sabiendo que esta segunda opción lleva a la cruz.
Llegados a Cafarnaúm y ya en la casa, Jesús pregunta de qué estaban hablando en el camino, pero ellos, conscientes de su falta porque discutían sobre quién era el más grande, callaron.
Tomando asiento, y quizás con tono coloquial, les dice: “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”.
La espada de la verdad atraviesa a los discípulos que no esperaban este anuncio, el cual pone de manifiesto que ellos vivían pensando como el mundo, que sólo vive de apariencias y de glorias pasajeras.
Esta enseñanza del Señor era inevitable, porque si ellos  han de continuar  su obra una vez ascendido al cielo, deben estar ubicados en qué consiste la venida en carne entre nosotros del Hijo de Dios.
Felizmente aleccionados por el Maestro, habiendo sido testigos de la resurrección y, con la venida del Espíritu Santo, pudieron comprender y vivir la misión de apóstoles que tendrían.
Y Jesús explica que la grandeza está en ser servidor de todos, dejando de lado toda pretensión de poder, ya que la gloria llegará por el servicio y la entrega a los demás, especialmente de los más pequeños.
En nuestro país hemos sido testigos los últimos días de la lucha por el poder y la gloria humana en las dirigencias políticas, donde los distintos protagonistas pensaban quién sería el más grande.
A ellos también les cabe la admonición de Jesús sobre la necesidad de servir a los más pequeños, los pobres, los desilusionados, los descartados, los que no tienen trabajo, los que son denigrados por las dádivas esclavizantes, a los que ya no tienen esperanza  de progreso.
Como los niños de su época eran considerados poca cosa, indefensos, y hasta inútiles, los que son como ellos, deben ser hoy servidos desinteresadamente por todos los que buscamos ser como Jesús.
En este servicio a los que son como niños necesitados está la verdadera sabiduría como señala el apóstol Santiago (3,16-4,3). Y así, “la sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien”.
Cuando en cambio se busca ser el más grande se produce “rivalidad y discordia” “desorden y toda clase de maldad”. Más aún “ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean, matan, envidian, y al no alcanzar lo que pretenden, combaten y se hacen la guerra”. Y todo esto acontece porque las pasiones combaten en el interior de cada uno.
Realmente esta descripción del apóstol Santiago  señala la identidad de lo que está sucediendo en estos momentos en el poder político de la Argentina, que también podemos extender a otros ámbitos.
Queridos hermanos: estamos invitados a seguir el estilo de vida que nos ofrece Jesús, que pasa por su imitación, especialmente en el misterio pascual que nos rescata de tantas miserias, y convoca a ser servidores de los más débiles de nuestra sociedad.
Si sentimos nuestra debilidad para hacerlo, no dejemos de orar con confianza.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXV del tiempo ordinario, ciclo “B”. 19 de septiembre de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com






 

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