14 de septiembre de 2021

Por seguir a Jesús, los criterios del mundo no nos dominan, y si crucificados para el mundo, seremos rechazados y despreciados.

Acabamos de  escuchar este texto del evangelio (Mc. 8, 27-35)  donde Jesús pregunta a sus discípulos qué dice la gente que Soy Yo.

Esta pregunta está también dirigida a cada uno nosotros: ¿qué dice la gente acerca de Jesús?. Los discípulos responden que algunos afirman que es Juan el Bautista, otros que se trata de Elías y otros, al fin, alguno de los profetas, y ante la pregunta directa hecha a ellos “Y Uds ¿quién dicen que soy Yo?” responde Pedro “Tú eres el Mesías”.
Seguidamente Jesús les dice que no hablen con nadie de esto y anuncia lo que ha de padecer en manos de los jefes judíos, y cómo será condenado a muerte para resucitar posteriormente.
Pedro no queda conforme con el anuncio de la pasión y muerte del Señor, por lo que llevándolo aparte lo reprende, asegurando que esto no sucederá, como expresa la versión que hace Mateo de este diálogo.
Esta postura de Pedro, que por cierto era también la de los demás apóstoles, amerita a su vez, el rechazo de Jesús el cual advierte que se trata de un pensamiento humano inspirado por Satanás.
¿Qué ha sucedido para que la afirmación de “Tú eres el Mesías”, habiendo sido inspirada por Dios, haya quedado deslucida?
Pedro, pues, inspirado por Dios, recalca el mesianismo divino de Jesús, pero después sale a relucir la verdadera concepción que tenía, la de un mesianismo político, el pensar que estaba ante un líder que liberaría al pueblo de la opresión romana, por lo que se hacía necesaria la advertencia de Jesús para que cada uno de ellos entendiera cuál es la misión que el Padre le ha encomendado realizar para el bien de todos.
El Mesías lleno de gloria y honor esperado por Pedro y los otros, se contrapone al Mesías que se identifica con el siervo de Yahvé  que anuncia el profeta Isaías (50, 5-9ª) y que Jesús asimila a su persona.
El texto de Isaías en realidad, describe lo que Jesús anuncia ha de sufrir en manos de las autoridades judías. Y así, el siervo de Yahvé que se presenta humilde y cumpliendo la voluntad de Dios, refiere a que su enaltecimiento se producirá por medio del dolor y la persecución, y que aún cumpliéndose el dolor y la muerte de cruz, “el Señor viene en mí ayuda” por lo que “¿Quién me va a condenar?”
El mesianismo religioso de Jesús será el de asimilarse a la figura del siervo de Yahvé entregándose totalmente a sí mismo para salvar a la humanidad, y guiarla nuevamente  a la vida nueva de la gracia.
También en nuestros días al preguntarnos quién es Jesús, podemos caer en la disyuntiva de pensar si se trata en verdad de un Mesías religioso o un Mesías político.
En nuestros días en los que el ser humano ha dejado de lado a Dios Creador y a Cristo Salvador, se ha erigido como el que se crea y recrea en el transcurso del tiempo y que es capaz a su vez de salvar a la humanidad de todos los problemas que soporta día a día.
Se identifica esto con la afirmación de Nietzsche que proclamaba la muerte de Dios y el resurgimiento del súper hombre, por el que éste dejaba de ser creatura de Dios para transformarse en divinidad.
En la actualidad nosotros mismos nos sentimos bombardeados por el mesianismo del hombre que se  presenta desde la política, la economía, desde lo social, cifrando no pocas veces nuestra esperanza en aquellos que se erigen como los salvadores de las instituciones y del mismo hombre, que dejaría de padecer por el advenimiento de una tierra nueva creada y guiada por el mismo hombre.
Sin embargo, la realidad nos conduce cada día más al desengaño total, porque el reino de la mentira promete gloria y honor sin cruz.
¿Por qué falla en la sociedad este mesianismo cifrado en el poder del hombre? Porque no se da la unión entre fe y obra de las que habla el apóstol santiago (2, 14-18) y san Juan en una de sus cartas.
Ausente la fe en Dios, en Jesús Salvador, el ser humano pone su “fe” en lo simplemente humano, que se diluye, porque el hombre herido por el pecado, y descreído, sólo busca su bienestar personal y nada le importa el bien de sus hermanos, cancelando el bien obrar.
Ahora bien, quizás  ustedes se pregunten mientras me escuchan: ¿qué tiene que ver la fe en Cristo, con la política, por ejemplo? Muy simple la respuesta, ya que la Iglesia enseña que los bautizados laicos deben inmiscuirse en la gestión de los asuntos temporales, hacer presente en los distintos campos de la vida, también en la política, las opciones evangélicas que prolongan nuestra entrega a Dios y a los hermanos.
Si un católico, por ejemplo, se presenta en la vida política haciendo presente  la defensa de la vida, tratando de trabajar por el bien común de todos, dando testimonio de honestidad, defendiendo la verdad y la justicia, está  manifestando en su obrar cotidiano, que vive de la fe.
El mismo Jesús plantea a los que quieran seguirlo, que deben renunciar a sí mismos, es decir, no buscar su propia gloria y bienestar, cargando la cruz de las persecuciones y seguirlo a Él fielmente.
El profesor que enseña que sólo existen varones y mujeres, será expulsado de su cátedra –como ha sucedido- y perseguido por no seguir la  delirante ideología del género.
Si el médico creyente salva una vida a punto de ser abortada, será encarcelado por oponerse al homicidio institucionalizado del aborto.
Y así podemos seguir enumerando muchos ejemplos de fidelidad al Señor que han sufrido persecución y desechados de la sociedad.
Pero existen, lamentablemente, no pocos católicos, que prefieren ser fieles a las ideologías de turno antes que al evangelio, creyendo falsamente que es el mesianismo político el que salva de las miserias humanas, chocando con  sucesivos fracasos y daño para los demás.
Todo esto nos lleva a plantearnos nuevamente si de veras creemos que Jesús es el único salvador y redentor del hombre y que por lo tanto, si lo seguimos en la vida cotidiana llevando a cabo sus enseñanzas, aunque tengamos que padecer persecuciones, alcanzaremos la resurrección y la vida feliz en la gloria.
Resume todo esto lo que expresaba la antífona del Aleluya: “Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo” (Gál. 6,14).
O sea, por estar con Jesús, los criterios del mundo no deben  esclavizarme, y a su vez, a causa de vivir el evangelio, estoy crucificado para el mundo, es decir, rechazado y despreciado.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXIV del tiempo ordinario, ciclo “B”. 12 de septiembre de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





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