8 de noviembre de 2021

Seremos juzgados por nuestra entrega a Dios y a los demás a ejemplo de Cristo o si sólo obramos conforme a nuestros propios intereses.

Habíamos escuchado en domingos anteriores cómo Jesús respondía a cada una de las inquietudes que le presentaban con el propósito de hacerlo caer en una trampa, para desprestigiarlo.
El domingo pasado escuchamos que un escriba bien intencionado le preguntaba acerca de cuál era el principal mandamiento, habida cuenta que se sentían muchas veces oprimidos por una legislación muy abundante sobre derechos y deberes, prohibiciones y cosas positivas a realizar pero no tenían una escala sobre qué era lo más importante.
Jesús responde y aprovecha para enseñar a la multitud centrándose en la figura de los escribas (Mc. 12, 38-44), advirtiendo que es necesario cuidarse del espíritu de los escribas.
¿Cuál es el espíritu de los escribas? Pasearse, tratar de figurar, ser saludados en las plazas, lo que si bien no tiene nada de malo, lo hacían con la intención de ser distinguidos, de aparecer como superiores a los demás. El espíritu de los escribas se orientaba a obtener los primeros lugares en las sinagogas y en los banquetes, o sea una actitud permanente de lo que nosotros llamamos “figuretti”, y para colmo de males, utilizando la máscara de religiosidad, o sea, aprovechaban el culto, sus funciones en el ámbito religioso para buscar siempre sobresalir ante los demás y por eso también muchas veces aparecían como juzgando permanentemente a los otros.
Pero Jesús destaca algo gravísimo también en la figura de los escribas: devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones.  Muchas veces, viudas que no tenían hijos, eran esquilmadas por los escribas que prometían oraciones, apoyo espiritual, con tal de quedarse con algo de estas pobres mujeres. Se aprovechaban de los más débiles para sacar ventaja económica  bajo el disfraz de la religión.
Y Jesús tiene una sentencia muy dura: “Serán juzgados con más severidad”, advertencia que hay que tener en cuenta, ya que  a veces el ser humano se olvida de lo que ocurre después de la muerte. 
En esta semana justamente hemos celebrado a  Todos los Santos el lunes, y el martes recordamos a las almas del purgatorio. O sea, la Iglesia atraía nuestra atención hacia lo que se llaman “las postrimerías”,  lo que sucederá después de la muerte.
En este sentido la carta a los Hebreos (9,24-28) que acabamos de escuchar nos dice: “el destino de los hombres es morir una sola vez”, advirtiéndonos la Palabra de Dios que nacemos una vez y morimos una vez. Es decir, la reencarnación no forma parte de la enseñanza cristiana, más bien del paganismo que no busca a Dios, sino como una especie de auto expiación del pecado mediante sucesivas vuelta a la vida en seres diferentes.
La Palabra de Dios, en cambio, atenta a la verdad de que morimos una sola vez, señala que luego de la muerte viene el juicio, o sea, que cada acción nuestra mientras vivimos en este mundo se orienta al juicio después de la muerte, es decir, a cómo nos presentamos delante de Dios y cómo seremos juzgados por Él.
Por eso está la advertencia de Jesús acerca del comportamiento de los escribas. Realmente es muy dura, pero al mismo tiempo es una advertencia que llama a la conversión.
Pero Jesús, además, se sienta en la sala del Tesoro del templo y observa que una mujer viuda -otra vez la figura de la viuda- quizás alguna de las tantas expoliadas por los escribas, coloca dos pequeñas monedas de cobre, mientras muchos ricos, dice, no todos, sino muchos, daban en abundancia. El contraste es muy grande: la abundancia de la ofrenda de los ricos, y la pequeñez de lo que entrega la viuda.
Sin embargo, el juicio que merece esta doble acción de parte del Señor es muy diferente. Llama a los discípulos: “vengan para acá, observen qué es lo que pasa”, como si les dijera:  “No se dejen engañar, no se dejen deslumbrar por la ofrenda abundante que ponen los ricos, no desatiendan la ofrenda pequeña de esta pobre viuda, porque ésta pobre viuda ha puesto más que los otros”. Los otros han dado de lo que le sobraba, ha sido una ofrenda abundante pero en definitiva no pierden nada con eso que ofrecen porque tienen bienes en abundancia.  En cambio esta mujer,  ha dado todo lo que poseía, se quedó sin nada, se entregó  totalmente con confianza a Dios, seguramente pensando en que el Señor es su fuerza y es más generoso que cualquiera, porque Dios no se deja ganar en generosidad. Aprendemos con este ejemplo que la viuda entregó todo, porque en esas dos monedas estaba su vida.
Para entender mejor esta actitud, recordemos lo que escuchábamos en la primer lectura tomada del primer libro de los Reyes (17,8-16), cuando el profeta Elías va a Sarepta, se encuentra con una viuda y le pide que le traiga agua y después le dice:  “tráeme un pedazo de pan”.  La mujer le dice: “apenas tengo un poco de harina, un poco de aceite, para hacer un pan comer yo y mi hijo y esperar la muerte”,  eso es todo lo que tienen. Pero Elías insiste en que Dios le dará en abundancia lo que ella entregue escuchando al profeta y cocinando la galleta para que pueda comer.
Y así esta mujer lo hizo confiando en la palabra de Dios, se despoja de ese bien, un poco de harina y un poco de aceite, para dar de comer al profeta, arriesgando su vida y la de su hijo, creyendo en la palabra de un Dios al que no le rendía culto, y se cumple después lo prometido ya que el tarro de harina no se agotó ni se vació el frasco de aceite conforme a la Palabra que había pronunciado el Señor por medio de Elías.
Esa es la actitud de despojo, de entrega de lo que tiene uno a Dios, Nuestro Señor. Es cierto que no solamente esa entrega se transmite a través de los bienes materiales, pero muchas veces es lo que más cuesta entregar, ya que  se puede  afirmar: si yo entrego mi tiempo, si me dedico  al servicio de Dios, de la Iglesia, de los demás, es suficiente, pero que no me pidan dinero ya que cuesta despojarse del mismo.
Los bienes materiales ofrecidos  son siempre un signo de los bienes espirituales que alguien también está entregando.
De modo que la Palabra de Dios nos invita hoy a una actitud de entrega al Señor, entregando lo mejor de nosotros mismos en todos los aspectos y, al mismo tiempo, confiando en la Palabra de Dios, en la promesa del Señor, y cuando uno es generoso, nos encontramos con que el tarro de harina no se agota ni se vacía el frasco de aceite.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXXII durante el año. Ciclo B. 07 de noviembre de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


 

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