7 de marzo de 2022

En el caminar como Pueblo de Dios somos probados por las tentaciones del maligno, mientras Jesús nos enseña con su ejemplo cómo combatirlas.

 


En la primera oración de la misa pedíamos a Dios que en este tiempo de cuaresma y sus prácticas “progresemos en el conocimiento del Misterio de Cristo y  vivamos en conformidad con  él”.
Esta es la clave del camino cuaresmal al cual se nos invita recorrer poniendo por lo tanto nuestra mirada en el Señor muerto y resucitado.
Pero este misterio de Cristo se  anticipa en el Antiguo Testamento.
En efecto,  en el libro del Deuteronomio o libro de la Segunda ley (26,1-2.4-10), Moisés recomendada vivamente al pueblo elegido, que al entrar en la tierra prometida se observara un rito muy concreto, el de ofrecer a Dios las primicias de las cosechas reconociendo así su bondad.
Esto también estaba presente también en los pueblos paganos, pero mientras que en éstos se incluía una petición o un reconocimiento a la fertilidad, en el pueblo elegido esta oración tenía una concepción totalmente diferente, reconociendo que todo lo que habían recibido era gracia de Dios, fruto de su bondad.
De allí,  que  al entregar las ofrendas de las primicias se recordaban las maravillas que Dios había hecho a favor del  pueblo, pueblo que andaba errante desprotegido, que en Egipto fue maltratado, que clamó a Dios, el cual  lo sacó de la esclavitud y lo llevó a la Tierra prometida.
Concluye este Rito con una postración como  acto de adoración a Dios.
Eso nos hace ver que siempre el ser humano debe agradecer a Dios por los dones recibidos sin caer en actitudes paganas e idolátricas.
En este sentido, también en nuestro tiempo, aparecen ciertos ritos o connotaciones paganas desconociendo al Dios verdadero, como aconteció con cierto culto a la pachamama que se introdujo en la Iglesia Católica hace un tiempo, donde se veía en algún país, cómo hasta obispos y no pocos católicos agradecían a la madre tierra, la cual nada puede hacer, sino sólo el poder del Dios verdadero que está por encima de todo lo creado.
Lamentablemente en este tiempo de confusión doctrinal, el cristiano no pocas veces busca otros atractivos, encandilado por las modas actuales y deja de lado la fe; y así, por ejemplo, se cambia por ejemplo la imposición de manos que puede dar un sacerdote, por la imposición de manos en la práctica del Reiki, confiando en fuerzas astrales y demoníacas que  influyen en la persona, introduciéndose el creyente en costumbres que nada tienen de católicas y verdaderas, y mucho de cultos pseudo religioso que nada tienen que ver con nuestra fe verdadera.
Ante esto urge vivir lo que proclama  el apóstol San Pablo escribiendo a los cristianos de Roma (10, 5-13), “si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado”.
Profesar la verdadera fe que nace en el  interior  del hombre y que se proclama con la boca, palabra presente en la  mente y en el corazón.
¡Qué hermoso poder decir que la Palabra de Dios está tan guardada en nuestro interior que influye notablemente en nuestro quehacer cotidiano y que la profesión de la verdadera fe es  proclamada a viva voz!.
Recuerda el apóstol, como hemos escuchado, que el único que salva es Cristo  muerto y resucitado, y  a Él  hemos de tender siempre sobre todo en este caminar hacia la tierra prometida del cielo.
Ahora bien, en este caminar como Pueblo de Dios seremos probados por las tentaciones que provienen del maligno, y que Jesús nos enseña con su ejemplo cómo combatirlas. De hecho cuando rezamos el Pater Noster  no se nos asegura que vayamos a carecer de ellas, sino que pedimos no caer en  las mismas  para lo cual hemos de recordar como dice San Agustín, que en el Cristo tentado es la iglesia tentada, y que en la victoria de Cristo se asegura  el triunfo de cada creyente y de la Iglesia toda sobre el maligno.
Dios  permite la tentación precisamente para que veamos cuánto valemos, de cuánto somos capaces para rechazar las insidias del demonio y buscar únicamente la amistad con Cristo Nuestro Señor.
La tentación fortalece al cristiano y enseña  cómo es posible vencer siguiendo el ejemplo del Señor, aquellas que están latentes siempre en nuestra vida y que se hacen patentes en las tentaciones del desierto.
La  primera tentación (Lc. 4, 1-13) describe la  persecución que no pocas veces tenemos detrás de los bienes de este mundo, sumergidos en la sociedad de consumo que lleva a desear más lo perecedero que lo espiritual y eterno, haciéndonos olvidar que somos extranjeros en el mundo.
De esta aspiración, hasta casi enfermiza por lo pasajero,  Jesús nos dice que no solo de pan vive el hombre, que esta no es su principal meta.
La segunda tentación tan habitual es la de la apetencia por el poder, del dominio sobre los otros, que contiene  distintas forma de dominio, no única y meramente el político, sino el económico, social y en nuestros días la apetencia de poder por dominar al mundo a través de la cultura, tratando de imponer ideologías siniestras, como por ejemplo, la del género, o la ideología que promueve la supremacía del estado por sobre las personas.
¡Cuánta gente se postra delante del espíritu del mal porque  le ha prometido darle todo eso que no puede adquirir por sí mismo!
Pensemos en este momento en la invasión de Rusia a Ucrania, ¡cuán presente  está el espíritu del mal allí, primando el afán del poder, de sobresalir, de buscar la vanagloria definitiva a costa de la destrucción de bienes y de muerte de tantos inocentes amenazando la paz mundial!
En la tercera tentación sobresale la espectacularidad, que también tienta a los cristianos, por la que el demonio pretende que la persona realice acciones peligrosas con la demanda confiada de ser auxiliados por Dios, trampa en la que muchos ingenuamente caen.
Por ejemplo, aquel que se sumerge en el consumo de las drogas y pretende que después Dios lo salve, o quien se dedica a la pornografía y lo relacionado con ese mundo oscuro  y, espera tener un corazón limpio.
No pocas veces el que cae en el poder del maligno culpablemente está tentando a Dios si pretende ser salvado por Él de las consecuencias que se siguen de sus actos pecaminosos o temerarios, porque si se asienta el hombre en terreno de arena no podrá sostenerse cuando arrecien las lluvias.
La verdad es que hemos de seguir la voluntad divina y al vencer las tentaciones fortalecemos nuestro espíritu para pertenecer más a Jesús.
Para lograr este objetivo en el tiempo de cuaresma es necesario  avanzar en el conocimiento de Cristo, de que Él es el único Salvador, ya que nada ni nadie en este mundo puede salvarnos, solamente el Señor nos saca de nuestra miseria y sacia nuestros deseos buenos más profundos.
A veces decimos o pensamos que nos falta algo en la vida personal, cuando en realidad  está ausente alguien, es decir, el Señor.
Queridos hermanos: tengamos en cuenta una verdad fundamental, y es que en este mundo todo se pierde o se puede perder, incluso independientemente de nuestra voluntad, pero lo único que no se pierde si no queremos, es la amistad con Cristo  y posterior   seguimiento de Él.
De la pérdida de Jesús en nuestra existencia somos los únicos responsables,
ya que el Señor, incluso cuando pecamos, está pendiente de nuestra vida, nos previene contra el maligno y actúa cuando manifestamos buena voluntad y deseo de santidad.
Que este tiempo cuaresmal sirva para purificarnos, fortalecernos y ser más amigos  del Señor logrando un estilo de vida tal como nos lo enseña.


Padre Ricardo B. Mazza. Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y del convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el primer domingo de Cuaresma, ciclo “C”. 06 de marzo de 2022.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-







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