17 de mayo de 2022

El amarnos los unos a los otros, como enseña Jesús, incluye el soportar como Él muchas tribulaciones, para llegar al Cielo.

 

 
 
    

El evangelio nos deja un pensamiento muy importante para nuestra vida de cada día (Jn. 13, 31-33ª.34-35).
Nos ubica en el momento de la última Cena, cuando Judas comió el bocado que el Señor le había dado y salió.
El texto dice que era de noche para indicar no solamente que estaba oscureciendo, sino también que era de noche en el corazón de Judas. Comienza la hora de las tinieblas y Jesús entonces aclara a aquellos que son fieles y lo siguen, que ha llegado la hora.
En las bodas de Caná Jesús le había dicho a su madre que no había llegado su hora todavía, el momento de la muerte y la resurrección, el texto de Juan, en cambio, afirma que ahora  será glorificado y que Dios  será glorificado en Él.
¿Qué significa ser glorificado? darse a conocer plenamente, descorrer todos los velos que impedían conocerlo  en profundidad, para que todos entendieran que era el Hijo de Dios hecho hombre y será glorificado  muriendo en la cruz y en la posterior resurrección.
¿Qué es lo que va a manifestar? su misión, el sentido de su presencia entre nosotros y, a su vez el Padre también es glorificado porque se da a conocer con este hecho su voluntad eterna de salvarnos una vez que habíamos caído en el pecado de los orígenes.
Es en este momento  importante, que Jesús llama cariñosamente a los discípulos hijitos míos, agregando que entrega un mandamiento nuevo, ámense los unos a los otros como Yo los he amado.
La novedad de este mandamiento, llamado nuevo en comparación con lo que ya mandaba el Antiguo Testamento, es que hemos de amarnos unos a otros como Jesús nos ha amado,  de allí que cobre sentido el mandato de amar a los enemigos.
¿Y cómo nos amó el Señor?  Entregando su vida, observando a fondo la voluntad del Padre porque ha venido a este mundo  no para hacer su voluntad, sino la del Padre, que siempre  ha sido una voluntad de salvación para el hombre, de sacarlo del pecado y de la muerte eterna y es por ello que Jesús se manifiesta  en el misterio de la Cruz.
Misterio de la cruz que de alguna u otra manera debe ser asumida por cada uno de nosotros que seguimos al Señor.
Precisamente en el libro de los Hechos de los Apóstoles (14, 21b-27), acabamos de escuchar, cómo Pablo y Bernabé van consolidando las distintas comunidades designando presbíteros, continuando ellos en este recorrido por otras partes anunciando el evangelio.
Pero a su vez, insistirán en todas partes que es necesario sufrir  muchas tribulaciones para entrar en el Reino de los Cielos, ya que el seguimiento de Cristo, siempre implica tribulación.
Si alguien cree que puede vivir en este mundo con toda tranquilidad, y ser al mismo tiempo fiel al Señor, se equivoca, porque tarde o temprano hemos de dar testimonio de nuestra fe en el resucitado.
En efecto, para estar tranquilos será necesario entonces pasar desapercibido, que nadie sepa que es lo que creo, que es lo que pienso, pero en la medida en que el creyente se manifiesta como seguidor del Señor, ha de padecer.
Por eso la importancia de este signo a través del cual se nos reconoce, cual es “ámense unos a los otros como yo los he amado”.
Viviendo de esta manera nos espera el encuentro definitivo con Dios que no es una promesa para dejarnos tranquilos, sino que es una verdad que por la certeza de la fe sabemos que Dios nos espera para que podamos estar en la Jerusalén celestial, en los cielos nuevos y la tierra nueva de la cual habla el libro del Apocalipsis (21, 1-5).
Y así, junto a Dios, recuerda el texto que proclamamos, ya no habrá llanto, no habrá dolor, no habrá sufrimiento, todo habrá pasado
Solamente permanece el poder ver a Dios cara a cara, gozar de su presencia y, vivir eternamente alabándolo.
Es así en la vida eterna dónde el Señor glorifica totalmente a Dios, porque será conocerlo totalmente.
Porque si bien se da a conocer Cristo, conocemos al Padre a través del Misterio Pascual, como nos enseña el evangelio, siendo en esta vida temporal una pálida realidad, en cambio,  en el encuentro definitivo con Dios, lo veremos cara a cara.
Queridos hermanos: sigamos la invitación del Señor, tratemos de vivir esta realidad del ámense los unos a los otros como yo los he amado, tratando siempre de buscar la salvación para quien está perdido y confundido, proclamando la verdad del Evangelio, manifestando la fortaleza de Cristo en medio de tantas debilidades existentes en el mundo, llevando claridad al pensamiento y dominando nuestra cultura con la verdad del Evangelio.
Ojalá cada uno de nosotros sea conocido en el mundo y valorado en la sociedad por este signo distintivo que debe guiar nuestra vida hasta que lleguemos a la gloria del cielo.
    
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el V° Domingo de Pascua. Ciclo “C”. 15 de mayo de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





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