24 de mayo de 2022

Siguiendo e imitando a Jesús, hemos de caminar juntos en la vida terrenal hacia la Jerusalén celestial que se nos promete.


 En la iglesia naciente no todo es de color de rosas.  Precisamente en  los hechos de los apóstoles (15, 1-2.22-29) se habla de conflictos de los fieles en Antioquia, a la que habían llegado personas venidas de Judea y que con el fervor de recién convertidos quieren imponer a los paganos la circuncisión según la ley de Moisés, necesaria según ellos para quienes  querían salvarse.
Es en esta ocasión que  Pablo y Bernabé discuten con ellos por lo que se resuelve que ambos, junto con algunos otros, se dirigieran a Jerusalén para dirimir la cuestión con los apóstoles y los presbíteros, dando origen así a la celebración del primer Concilio, el de Jerusalén.
Una vez resuelto el conflicto, se resuelve enviar a Judas Barsabás  y Silas con una carta que contiene las exigencias mínimas que se han de exigir a los paganos para mantener la comunión con los de origen judío, evitando actitudes que pudieran fomentar la desunión, pero sin exigir la circuncisión.
.¿Cuáles eran esas recomendaciones? Renunciar a las uniones ilegítimas como la fornicación, evitar comer carne sacrificada a los ídolos y, otras exigencias que sortearan la confrontación con los judíos conversos. De hecho san Pablo recomienda en una de sus cartas, evitar comer la carne sacrificada a los ídolos –que no tenía nada de malo de hecho—ya que podría hacer pensar que estaban en comunión con los ídolos y que por lo tanto  esos paganos no se habían convertido del todo, y escandalizara a los judíos conversos.
Esta solución es una manera concreta de pacificar las aguas, y vivir lo que Jesús había dicho en la última Cena, cuando dejara a sus discípulos el mandamiento nuevo de amarse unos a otros como Él los había amado, es decir, entregándose cada uno a los demás buscando el bien espiritual del prójimo, porque en eso consiste el verdadero amor al otro, buscar su bien espiritual principalmente.
En el evangelio (Jn. 14, 23-29) que acabamos de proclamar, Jesús hace hincapié en el amor  a su persona, traducido en la fidelidad a su palabra, y así “el que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él” y, a su vez, “El que no me ama no es fiel a mis palabras”, señalando que la palabra que oyeron no es de Él, sino del Padre que lo envió.
El que ama a Jesús cumplirá sus mandamientos, ya que esto se identifica con la fidelidad a su palabra. En este sentido hay personas que dicen amar a Jesús, pero que se sienten libres para no encarnar en su vida los mandamientos, dicen que aman a Jesús, pero no se sienten obligados a cumplir todos sus mandamientos.
En realidad, hay que recordar que el amor a Jesús es exigente. No se queda a mitad de camino. Exige cada día una mayor entrega, la renuncia de uno mismo, del propio criterio, para buscarlo a Él.
Dice el mismo Señor que la fidelidad a su palabra significará que Él y el Padre habiten en la persona fiel. ¡Qué hermosa enseñanza, que hermosa promesa! El Padre y el Hijo habitando en nosotros, moviendo nuestros corazones para el bien, caminando a la meta.
Pero a su vez, Jesús promete enviar al Espíritu Santo Paráclito, o sea, el que consuela, el que ilumina las mentes de los creyentes,  y fortalece la voluntad para poder hacer el bien. Espíritu enviado por el Padre para recordarnos todo lo que recibimos de Jesús.
Jesús  recuerda en este texto que Él vuelve al Padre, anticipando lo que celebraremos el domingo próximo en la solemnidad de su Ascensión a los cielos, motivo esto de gran alegría para nosotros, porque nos prepara el camino y asegura la llegada, mientras promete volver a nosotros para llevarnos junto al Padre.
Queridos hermanos: hemos de sentirnos movidos a continuar en el tiempo el  seguimiento de la persona de  Jesús,  a llevar a cabo sus enseñanzas. No conformarnos con escuchar su palabra, sino también a encarnarla  en nuestro obrar cotidiano.
Para hacer posible esto debemos buscar siempre servirle, agradarle y con Él, caminar juntos en nuestra vida hacia la Jerusalén celestial. Esa Jerusalén celestial de grandes dimensiones (Apoc. 21, 10-14.22-23), con muchas puertas, para dejar en claro que están abiertas las entradas de la salvación para todo aquel que quiere ingresar, previo paso por la pertenencia de la Iglesia de este mundo.
Estamos llamados a través del seguimiento de Cristo a vivir la misma Gloria del Padre del Hijo y del Espíritu Santo. Pidamos al Señor que nos guíe, que nos vaya mostrando siempre el camino y ayude a superar los obstáculos para llegar algún día a  esa  gloria.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el VI° domingo de Pascua, ciclo C  22 de Mayo de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


 

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