16 de enero de 2023

El que sigue la voluntad de Dios sin temor, conoce que su pequeñez y debilidad serán transformadas por la fuerza que viene de lo Alto.

En los textos bíblicos de este domingo aparece muy fuerte la impronta de la vocación,  el llamado que Dios hace a alguien para una misión concreta.
El Profeta Isaías (49, 3. 5-6) dice que el Señor “me formó desde el seno materno para que yo sea su servidor, para hacer que Jacob vuelva a él y se le reúna Israel.” Y que además él “es valioso a los ojos del Señor y mi Dios ha sido mi fortaleza#”
Y Dios le responde que es demasiado poco que sea su servidor cumpliendo con esa misión, sino que además lo destina “a ser luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra”, lo cual  refiere al Mesías que vendrá en su momento para hacer realidad el ser luz y conceder la salvación a la humanidad.
El salmo responsorial (Ps. 39), a su vez, aplica al profeta y al Salvador que vendrá, “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
Y esto es así, porque lo que impulsa a todo aquel que es llamado a una misión, el seguir la voluntad de Dios, sabiendo que la pequeñez y la debilidad propia será transformada por la fuerza que viene de lo alto.
San Pablo escribiendo a los Corintios (I Cor. 1, 1-3) asegura que él fue elegido por la voluntad de Dios apóstol de Jesucristo, no como formando parte del grupo de los doce, sino como enviado a los gentiles, a los no judíos, para predicar el evangelio.
Dirigiéndose a la comunidad, junto con Sóstenes, recuerda que habiendo sido santificados en Cristo, están llamados a la santidad de vida como prolongación del bautismo recibido.
En el texto del Evangelio (Jn. 1, 29-34) conocemos el testimonio de Juan Bautista sobre Jesucristo, y así dirá: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, término que evoca al Cordero pascual sacrificado en la noche de la huida de Egipto por parte del pueblo judío, que comió esa cena pascual marcando las puertas de sus casas con la sangre del cordero inmolado y consumido, para que el Ángel Exterminador siguiera su paso sin tocar a nadie del pueblo elegido.
Es el cordero pascual inmolado cada año como perpetuo recuerdo de la salvación traída por Dios al pueblo en la Antigua Alianza, pero es también el Cordero que se sacrifica voluntariamente en la cruz, cargando los pecados de la humanidad de todos los tiempos.
Ahora bien,  Juan el Bautista vuelve a decir lo mismo versículos más adelante de este texto  cuando estando con Andrés y otro discípulo suyo –a quien no nombra pero es Juan evangelista- les dirá al ver a Jesús “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” .
Ellos  expresan que quieren saber dónde mora Jesús, el cual los invita a seguirlo, cosa que hacen a continuación, siendo las cuatro de la tarde dice Juan evangelista.-
Juan insiste en esta figura del Cordero de Dios en el libro del Apocalipsis (Apoc. 5,12) “Y decían a gran voz: “Digno es el Cordero, que fue inmolado, de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza”.
Es, por lo tanto, el Cordero que se sienta en el trono a quien rinden culto todos los que son fieles a la salvación que trae Jesús.
Jesús ya había sido señalado como el Cordero inocente que fue al matadero y sacrificado  por nuestros pecados, y es ese Cordero al cual no le quebraron ningún hueso, aunque sí  había sido atravesado por la lanza del soldado como fue anunciado.
Es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, no solamente los pecados de la gente o de alguno en particular, sino todos los pecados del mundo, porque carga sobre sí los pecados de la humanidad toda.
Como en la antigüedad sacrificaban el cordero que cargaba los pecados de la comunidad, este Cordero de Dios inocente hace lo mismo en el árbol de la cruz salvadora.

Jesús viene justamente a redimirnos, a salvarnos, de manera que el acto de amor en la cruz se da para la salvación del mundo, como lo hacemos afirmando en cada misa “Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” levantando en alto la hostia consagrada.
A pesar de este sacrificio por el que somos purificados del pecado, el hombre sigue pecando cada día habiendo perdido su sentido, ya que lamentablemente hoy queridos hermanos, la presencia del pecado está ausente en la mente de la mayoría.

La cultura  relativista ha conseguido diluir de la mente humana el sentido teológico del pecado, de modo que ya no se lo vive como antes, por lo que el hombre consecuentemente con esto ya no se confiesa, no admite el pecado y no busca purificarse en orden a la salvación.
No se asume con facilidad que uno responsablemente ha elegido algo que está mal, algo que va contra el amor del Cordero de Dios que ha dado la vida por mí, o contra el prójimo.
Por eso, si no hay arrepentimiento, si no hay reconocimiento del propio pecado, de la propia lejanía de Dios, no habrá tampoco limpieza interior, una restauración profunda de nuestra existencia.
Por eso,  la misma Palabra de Dios invita a que busquemos siempre a través del Sacramento de la reconciliación reconocer nuestros pecados, y humildemente pedir al Señor que nos perdone y permita nuevamente caminar tras tus pasos.
Si bien Cristo muere cargando los pecados de la humanidad, no todo el mundo recibe el resultado de ese sacrificio, porque no todos se acogen a la misericordia de Dios y buscan vivir en comunión con ese Dios que nos ama a través de su Hijo.
Queridos hermanos pidámosle al Señor que nos bendiga, que nos llame y guíe por el buen camino, enseñándonos a vivir una existencia nueva la que es propia de los bautizados

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo II durante el año. 15 de enero de 2023. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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