31 de enero de 2023

Quienes viven las bienaventuranzas no cometerán ninguna maldad ni hablarán falsamente; y no se hallará en sus bocas palabras engañosas.

 El profeta Sofonías (Sof. 2,3; 3, 12-13) cumple su misión en el siglo VII antes de Cristo en el reinado de Josías, él deberá alentar al “resto” de Israel, a aquellos que se han mantenido fieles a Dios a pesar que lo que vivían constituía una invitación constante a su  abandono.

En efecto, históricamente corrían los años en que Asiria  oprimía a las doce tribus de Israel, dominándolas política, cultural y religiosamente, ya que se imponían los cultos idolátricos y las costumbres paganas.
Este “resto”, depositario de las Promesas, será un pueblo humilde y pobre, más en sentido moral que físico, mientras tanto muchos otros se sentían tentados y sucumbían abandonando al Dios de la Alianza.
Ante esta situación, el profeta alentará a los fieles instándoles a seguir adelante respetando el derecho y la justicia, custodiando la alianza realizada en el pasado entre el pueblo y su Señor.
Sin embargo, no se les prometía bienestar, sino que esa buena conducta podría protegerlos “en el día de la ira del Señor”, esto es del destierro, como sucederá cada vez que el Señor sanciona a su pueblo infiel, pena que también sufrían a veces los justos como expiación.
Con todo, la promesa  hecha por Dios por medio del profeta tiene perspectiva de salvación, ya que “el resto de Israel no cometerá ninguna maldad ni hablará falsamente; y no se hallarán en su boca palabras engañosas. Ellos pacerán y descansarán, sin que nadie los perturbe”
Esto permite comprender que la fidelidad al Señor está protegida por su misericordia, que no quiere se pierda alguno de sus seguidores fieles, aunque esto signifique  pasar a menudo por el misterio de la Cruz.
Consideremos también lo que enseña san Pablo en esta misma línea (I Cor. 1, 26-31) de reconocimiento de los pobres de Yahvé, del llamado “resto” de Israel, pequeño grupo que guarda fidelidad a Dios.
El apóstol trata de hacer ver a los cristianos de Corinto que su fuerza no está asegurada por la sabiduría humana, a la que eran afectos los griegos,  ni tampoco en el poder o la nobleza de estirpe, sino que se origina en la elección que hace Dios de cada uno y la fuerza con la que lo reviste para cumplir una misión determinada.
Y así, recuerda que “Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios, lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes, lo que es vil y despreciable, y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale”.
Esto implica para nosotros cambiar de forma de pensar, ya que esta concepción nueva  de la vida  que trae san Pablo es contraria a la mentalidad del mundo y cultura de nuestro tiempo, que no pocas veces influye en la forma como contemplamos la  existencia diaria.
El creyente ha de reconocer que su fuerza le viene de Dios de modo que nadie se gloríe delante de Él como si hubiera conseguido el triunfo por sus propios talentos.
El apóstol insiste en que al estar unidos a Cristo Jesús nos beneficiamos con y por su gracia ya que “se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención.”
Una explicitación más plena  acerca  de en qué consiste la vida de los que pertenecen al “resto” de Israel en nuestro tiempo, de los pobres de Yahvé transformados en seguidores de Cristo, la encontramos en las bienaventuranzas de las que nos habla el evangelio (Mt. 5,1-12ª).
Precisamente son bienaventurados los  pobres de espíritu, que sin quedarse en la pobreza material únicamente,  aspiran a vivir la pequeñez espiritual  propia de quienes  reconocen que todo lo que son y poseen y pueden realizar, se lo deben a Dios.
En efecto, es Dios quien en su misericordia les permite identificarse más profundamente con Cristo Salvador, de allí que merezcan pertenecer al Reino de los Cielos desde donde  Él los espera.
A su vez los pacientes o mansos que no se dejan llevar por la ira o la venganza descuellan por ser apreciados por todos, máxime en una sociedad   como la  actual en la que rige la violencia y prepotencia.
Los que lloran por sus pecados y por los de los demás, o se afligen por el mal reinante en el mundo o porque es pisoteado el nombre de Dios, alcanzarán el consuelo debido a su sincero sufrimiento.
Actitud noble es aspirar a que reine la justicia, como ya lo indicaba Sofonías, porque  será dada en abundancia por Aquél que la prometió.
La misericordia es un signo de fortaleza y no de debilidad, por eso Dios que es el misericordioso por excelencia, la ejercerá con nosotros si sabemos  estar con el corazón cercano a las miserias de los otros.
Como Dios es puro, es natural que quienes tengan un corazón no contaminado por la impureza puedan contemplar al Seño.
Loable es trabajar siempre para que reine la paz en el mundo, en la sociedad, en la familia, entre nuestros amigos, para poder así vivir como hijos de Dios que quiere pacificar los corazones de todos.
Ahora bien, la imitación más plena de Jesús la tendremos cuando seamos perseguidos por ser justos o nos calumnien por pertenecer a su rebaño, porque también Él fue tratado con desprecio y se entregó en las manos de los injustos para redimirnos del pecado.
Hermanos: pidamos al Señor que nos colme con su gracia para valorar y practicar las bienaventuranzas que nos aproximan más y más no sólo a su imitación, sino también al servicio de todos.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo IV durante el año. 29 de enero de 2023. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


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