2 de enero de 2023

En el Niño divino recién nacido, contemplamos el rostro visible de Dios que se hace uno de nosotros para otorgarnos la Paz, redimirnos del pecado y hacernos hijos adoptivos del Padre.

Comenzamos hoy un Año Nuevo bajo la protección especial de María Santísima, Madre de Dios, que ciertamente al igual que lo hizo con su Hijo, nos acompañará siempre durante todo el tiempo, conduciéndonos, eso sí, al encuentro de Jesús para  que así alcance su verdadero sentido nuestro peregrinar por este mundo.
Precisamente, como el pueblo de Israel, recibimos una bendición especial descrita en el libreo de los Números (6, 22-27).
Allí se expresa “Que el Señor te bendiga y proteja”, y esto es así, porque somos los hijos predilectos del Padre, amados en el Verbo Encarnado que asumió la debilidad humana, pero no el pecado, para redimirla y devolverle su dignidad original.
A su vez anuncia la acción divina sobre todos, de modo “que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia”, anticipando así en el tiempo, lo que será plenitud en la vida eterna, esto es, la visión del rostro de Dios que nos deificará, colmándonos  de felicidad plena.
Más aún, insiste la bendición impartida al comienzo del año, “que el Señor te descubra su rostro y te conceda paz”, y esto es así, porque en el Niño divino recién nacido, contemplamos el rostro visible de Dios que se hace uno de nosotros para otorgarnos la paz que el mundo no concede sumido como está en guerras y discordias permanentes.
A su vez, este año comienza para nosotros con una bendición más de entre tantas, porque con la muerte del papa Benedicto XVI, ocurrida en el día de ayer, contamos con alguien que seguramente ya está viendo el rostro de Dios intercediendo  por la Iglesia toda.
El legado de Benedicto XVI no sólo consiste en conocer la sabiduría a él concedida por Dios, plasmada en sus obras, sino su ejemplo de humildad y confianza en el poder de la comunicación con Dios.
En efecto, retirado del peso del primado de Pedro que se le concedió en su momento, durante casi diez años se retiró a orar y ofrecer su vida, por el tiempo que Dios le concediera, por el bien de la Iglesia.
Sólo un hombre de profunda fe sabe con certeza del poder de la oración, que constituye una nueva forma de apacentar el rebaño.
Apacentar el rebaño desde el silencio y el retiro voluntario, es un acto de amor similar a la cruz de Cristo que redime desde la aceptación silenciosa de la voluntad de Dios en el sufrimiento.
San Pablo escribiendo a los cristianos de Galacia (4,4-7) revela que Dios envió a su Hijo nacido de una mujer, indicando con este término de “mujer”, que no sólo Dios se hace hombre en las entrañas de María, sino que ésta se erige como la Nueva Eva, que aplasta la cabeza del maligno.
Con la obediencia de María se hace realidad nuestra condición de hijos adoptivos de Dios, de modo que “mujer” universaliza el papel de Ella, por lo que podemos llamarla en verdad Madre de Dios y Madre de la Iglesia, o sea, de cada bautizado.
Al transformarnos en hijos adoptivos del Padre, podemos llamarlo con confianza con un término de cercanía especial, Abbá, y de ese modo ya no somos considerados más como esclavos.
El texto del evangelio de hoy (Lc. 2, 16-21), a su vez, nos invita a correr presurosos con los pastores para visitar al Niño recién nacido, recostado en un pesebre, y como ellos, podemos contar todo lo que oímos acerca de Jesús desde nuestra tierna infancia y que seguramente atesoramos en nuestro corazón.
Cada uno de nosotros, cuando  éramos niños  insertos en familias que vivían y viven la fe, esperamos con ansias la Venida del Señor, no sólo por los regalos que se nos prometían, sino también porque recibíamos la enseñanza que había llegado con Él la salvación de nuestras vidas, la redención y la configuración divina con Cristo.
Mientras tanto, María Santísima acogía en su interior lo que veía y escuchaba meditando todo en silencio, comprendiendo lo que sería la futura trayectoria de su Hijo como Salvador del mundo.
A nosotros, como don de la gracia divina, se invita también a custodiar estas enseñanzas, a entenderlas y vivir conforme a lo que significa la Venida en carne humana del Hijo de Dios.
Cada día del año que hemos de transcurrir según la voluntad de Dios, nos ha de servir para, al igual que los pastores, alabar y glorificar a Dios por todo lo recibido en este tiempo de Navidad.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa de Santa María, Madre de Dios. 01 enero de 2023. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



 


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