7 de febrero de 2023

Siguiendo a Jesús, sal de la tierra y luz del mundo, colaboraremos para que el mundo sea preservado de su propia destrucción.

 El domingo pasado habíamos meditado sobre las bienaventuranzas, que expresan el plan de vida que dejaba Jesús en orden a la perfección de cada uno de nosotros mientras estamos en este mundo.
En el texto evangélico de hoy (Mt. 5, 13-16)  el Señor especifica aún más el pasaje de las bienaventuranzas afirmando que “ustedes son la sal de la tierra” y “son la luz del mundo”, expresando lo que se espera de cada uno de nosotros en el caminar cotidiano siguiendo a Jesús.
En efecto, quien primero fue sal y luz es el mismo Señor, constituyéndose en  modelo perfecto a seguir e imitar.
Él mismo afirmará ser la luz del mundo y, que quien lo sigue no caminará en tinieblas, mientras a su vez en el prólogo del evangelio según san Juan dirá que la Luz vino al mundo pero las tinieblas no la recibieron, pero que se transformarán en hijos de Dios aquellos que dan cabida a esa Luz en su corazón. De hecho ya en el Antiguo Testamento anunciando al Salvador, es llamado luz de las naciones o que los pueblos que caminaban en tinieblas vieron una gran luz, y que siendo  Luz de las naciones atraerá a todos los pueblos hacia sí.
Jesús manifiesta la verdad  escondida en el Padre y llegó para transmitirnos la Vida que nosotros nos merecemos como hijos adoptivos de Dios.
Cuando el Hijo de Dios se hizo hombre para  estar entre nosotros se encontró con un mundo en descomposición, y Él como sal no solamente concede  sabor y “sabiduría” a todos,  sino que con sus enseñanzas asegura que si lo seguimos evitaremos que la sociedad siga descomponiéndose, preservándonos de la influencia del malo.
Jesús, por lo tanto, al encontrarse con tantas desviaciones de la palabra divina, y las infidelidades a la Alianza por doquier, transmitirá todo lo necesario para una existencia nueva.
El Salvador permanentemente estará nadando contra la corriente, enseñando cosas diferentes a lo que vivía la gente, a lo que estaba acostumbrado cada uno y así su mensaje es de conversión, invitación al cambio de Vida, para hacernos hijos adoptivos del Padre.
Ahora bien, por el sacramento del bautismo nosotros somos constituidos en sal de la tierra  y  luz del mundo, expresado esto en el rito antiguo de poner sal en los labios del bautizando para recordar que debía mantenerse sin corromperse por el pecado,  debiendo dar un sabor distinto a la sociedad  con su ejemplo, e invitándolo a su vez en el rito actual a ser luz  del mundo comunicando la luz de Cristo presente en el cirio pascual encendido y transmitida por intermedio de su padrino.
Justamente para indicar que debe preservarse de toda corrupción, el bautizado ha de dar  un sabor distinto a  su vida, rechazando todo aquello que no sigue el evangelio y que representa el espíritu del mundo, tan diferente a lo que sea bueno y ennoblecedor del hombre.
Y así, si el mundo proclama el aborto, el creyente tiene que defender toda existencia que no ha nacido todavía,  si el mundo defiende la eutanasia, el creyente tiene que amparar toda vida, aunque parezca inútil o desechable y combatir  así  la cultura de la muerte.
Si el mundo de hoy aplaude la ideología de género y  promueve todo tipo de degeneración o desvío de la naturaleza de las cosas, el creyente tiene que proclamar la verdad en todo su esplendor.
Por ser sal y otorgar un sabor distinto a todo e iluminar con la verdad todo lo que acontece, el creyente será perseguido,  perderá su trabajo  e incluso hasta su libertad física, adversidades todas ya anunciadas por el cumplimiento de las bienaventuranzas.
Estamos viviendo  en un mundo de chiflados en el que se trata de imponer a todos la dictadura del Estado, nuevo ídolo,  por encima de la ley de Dios, y el que osa rebelarse es sacrificado en el altar de la mentira y el desprecio de los que asumen lo políticamente correcto.
Es por eso que hemos de estar atentos para no contagiarnos de tanta locura avalando lo que está mal y que con el slogan de que cada uno tiene derecho a ser feliz se acepten todo tipo de aberraciones.
Se piensa hoy en día que cada uno tiene derecho a decir lo que quiera aunque ofenda a los demás,  que se puede dar una muerte a una persona  si es débil, como el caso del niño de cinco años  asesinado por el  llamado “odio al macho”.
El mundo practica la convivencia  de las parejas, también entre los católicos, cuando nosotros como sal y luz hemos de hablar de la dignidad del matrimonio y de la familia bien constituida.
Hay un sinfín de ejemplos que ilustran la descomposición de la sociedad y de la cultura, y es en este mundo tan descolocado donde tenemos que ser sal y luz, proclamando el evangelio, haciendo presente a Cristo, aunque no nos escuchen mucho, como lo hizo valientemente el papa Francisco en estos días en África.
En efecto, Francisco habló muy duro acerca de la explotación del hombre por el hombre, habló muy duro acerca de las luchas tribales que causan innumerables muertes que claman al cielo.
Es posible que muchos no le hagan caso y siga todo igual, pero su deber como pontífice es predicar a Jesús que también habló en una época en que muchos no lo escucharon, pero que entregó la misericordia abundante sobre quienes se dejaron tocar por su vida y doctrina y cambiaron su proceder.
Ya Dios le decía al profeta  Ezequiel “sea que te escuchen, sea que no te escuchen, sabrán que hay un profeta en Israel” o en la sociedad  de nuestros días en la que estamos insertos.
Recordemos que si no vivimos la misión de ser sal, ya no serviremos más que para ser pisoteados, sino somos luz que ilumina sólo existirá  una mecha apagada
Precisamente hoy en día en muchas partes la iglesia es ridiculizada porque ha perdido el carácter de salar, porque se ha acomodado al mundo y sus costumbres, con la falsa ilusión de no perder adeptos, cuando en realidad al no ser diferente a lo que se vive, no pocos se alejan de ella buscando otros horizontes.
En cambio, siendo sal, cuando tocamos la herida del pecado, aunque haya algún escozor se puede cicatrizar la herida.
A su vez, iluminaremos al mundo  cuando obremos el bien como nos invita el profeta Isaías (Is. 58, 7-10), dando de comer al hambriento, albergando a los pobres, eliminando los yugos o la mano amenazadora, practicando el derecho y la justicia.
Por otra parte, san Pablo (I Cor, 2, 1-5) dice que él predica a Cristo crucificado, que se siente crucificado porque desecha todo lo que se opone al Señor, y el mundo está crucificado para el apóstol porque no le da cabida en su corazón.
Hermanos, pidamos la gracia de lo Alto para ser auténticos seguidores de Jesús, siendo sal y luz en un mundo que se ha olvidado de la Verdad y del Bien, y que con las buenas obras realizadas glorifiquemos al Padre del Cielo.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo V durante el año. 05 de febrero de 2023. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



 
            




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