13 de noviembre de 2023

Estemos en vigilante espera para recibir con la luz de la fe y el aceite de la caridad al Señor que viene a nuestro encuentro.



El libro de la Sabiduría, del cual hemos proclamado algunos versículos (6,12-16), enseña la importancia de pedir firmemente este don de la sabiduría o don de la prudencia para saber regirnos en la vida cotidiana y saborear una vida recta, digna. 
De manera que el sabio es aquel que ha entendido y aprendido el arte de vivir bien, que no está puesto en las vivencias meramente mundanas, como muchas veces el ser humano piensa, sino el arte de saber vivir buscando siempre la voluntad de Dios.
Esta sabiduría refiere también a  aquel que es la Sabiduría del Padre, el Hijo de Dios, de manera que pedir la sabiduría es pedir también la amistad con Jesús, el seguimiento de su persona. 
Este arte de vivir bien prepara al ser humano para la vida eterna. Cuanto más se saborea la palabra de Dios, lo que significa la amistad con Dios, más se elige aquello que conduce a la perfección en este mundo, pero que apunta a la perfección final. 
Precisamente el texto del Evangelio de hoy (Mt. 25,1-13)  presenta a Jesús planteándonos el discurso escatológico que describe el último acontecimiento que es el encuentro definitivo con Dios, su segunda Venida, pero que puede ser también la venida del Señor a cada uno por medio de la muerte. 
¿Y Jesús cómo explica su segunda venida? La compara con el rito matrimonial muy común entre los judíos, cuando el novio llegaba a la casa de la novia y era recibido por jóvenes amigas de ella, y luego de festejar este encuentro, salían todos de noche marchando hacia la casa del esposo, o sea del novio, donde se iban a radicar como matrimonio. 
A partir entonces de esta idea, los que escuchaban a Jesús entendían perfectamente a qué se refería, porque conocían el rito, pero además, la referencia tiene otro carácter, otra enseñanza, porque la novia es la Iglesia, las amigas de la novia somos nosotros, que estamos en espera siempre de la llegada del esposo que es Cristo. 
Esta división entre jóvenes prudentes o sabias, siguiendo el espíritu de la primera lectura, y otras que eran necias, permite vislumbrar que en el seno de la Iglesia están presentes las personas sabias y prudentes y las necias. 
Tanto unas como otras, saben que viene el esposo, o sea, viene Cristo en su segunda venida. todas  saben perfectamente que tienen que permanecer en vigilante espera. Pero mientras que unas ponen en práctica esa espera con la provisión del aceite, que son las obras de la caridad, que mantiene la luz de la fe, las otras  confían en su buena suerte, o en la tardanza de la venida del esposo o que no serán sorprendidas, por lo que no se aprovisionan de lo necesario. 
Y eso sucede con los creyentes que esperan la venida del Señor, ya sea a través de la muerte o ya sea en su segunda venida, y lo esperan cumpliendo con la voluntad de Dios, con las tareas de todos los días,  con una mirada puesta en que en cualquier momento han de encontrarse con el Esposo, que es Cristo nuestro Señor. 
Pero además, existen personas que viven despreocupadamente, y que como los paganos afirman: "comamos y bebamos que mañana moriremos", criterio este que también subyace en no pocos católicos.
Precisamente cuando se lleva esta vida despreocupada no hay espera vigilante y sucede que llega Cristo nuestro Señor, o sea, el Esposo, y toma de sorpresa a muchas personas que no están preparadas. 
Es interesante contemplar cómo las que no tienen el suficiente aceite para alimentar las lámparas, se lo piden a las otras, las cuales  contestan que vayan a comprarlo no sea que se queden todas sin el aceite necesario.
Pero tiene otro significado también y, es que no podemos dar el aceite de las buenas obras a los demás, ya que los méritos son intransferibles.
Cada uno se presenta ante Dios con la luz de la fe que posee, alimentada  con la caridad o buenas obras que realiza en su vida.
Cuando llega el Esposo de repente, entran al banquete quienes han permanecido en vigilante espera y se cierra la puerta del salón de fiesta  de manera que ya no hay posibilidad de ingresar a la alegría de la vida eterna. 
Llegan después las necias, o sea, las que no tenían en su vida la sabiduría, el arte de buen vivir, el valorar que lo que interesa es seguir la voluntad de Dios, y pretenden entrar: "Señor, Señor, ábrenos". Y de adentro contestan, "no las conozco". 
Esto evoca otro texto del Evangelio donde Jesús dice que no basta decir "Señor, Señor", y acercarnos a Él evocando algo para ser escuchados. Es como si alguien se presenta delante de Dios y ante el juicio le dice a Dios: "mira, Señor, que yo de joven era monaguillo, asistía a misa", pero  ahora, en los últimos tiempos, no ha sido así.
Entonces, no basta con decir "Señor, Señor", para que se nos abra la puerta, es necesario que esta súplica esté acompañada por la luz de la fe y el aceite de la caridad. 
Es interesante lo que dice San Pablo en la segunda lectura tomada de la primera carta a los cristianos de Tesalónica  (4,13-18), donde nos dice que todos vamos a morir, todos vamos a resucitar porque Jesús es el primero que ha resucitado. E importante la afirmación que resalta y es que los que mueren en amistad con Dios serán llevados por el Señor a la felicidad eterna, es decir, podrán entrar al banquete nupcial como las jóvenes sabias, que es el encuentro con la felicidad eterna.
Por eso, estos textos bíblicos no buscan atemorizarnos, sino que le demos importancia a la actitud de esperar confiadamente al Señor y obrar cada día conforme a esta vivencia.
Así como nosotros estamos en vigilante espera cuando un ser querido viaja de otro país y viene a visitarnos y estamos ansiosos por verlo y tenemos todo preparado para el momento que llegue, así también estar preparados en vigilante espera para cuando venga Jesús en su segunda venida.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo XXXII del tiempo durante el año. Ciclo A. 12 de noviembre de 2023

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