19 de febrero de 2024

El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt. 4,4b)

 


Recién cantábamos en el salmo interleccional, "Muéstrame Señor tu camino y guíame por él" y de esa manera caemos en la cuenta que  el tiempo de cuaresma es un camino de salvación ya que estamos invitados a buscar un conocimiento más profundo del misterio de Cristo, -como hemos pedido en la primera oración de la misa- y vivir conforme al mismo, de modo que esta sea la meta de nuestra existencia, lo que le dé sentido a nuestra vida.
Precisamente  por el sacramento del bautismo hemos sido marcados para siempre como hijos adoptivos de Dios, de manera que la existencia humana no tendría sentido si no camináramos permanentemente hacia ese encuentro personal con el Señor.
El tiempo de cuaresma es pues, un tiempo de conversión ya que Dios pasa a nuestro lado e invita a una revisión profunda de nuestra vida, pero no para quedarnos en el puro lamento por lo que observamos en nuestra existencia, sino para mirar hacia adelante, teniendo un proyecto de vida renovado por el conocimiento superior del misterio de Cristo y una adhesión a esa vida nueva que se  ofrece a todos.
El Señor  presenta en su propia vida un camino, y así  en el texto del Evangelio (Mc. 1,12-15) hemos escuchado que después del bautismo en el Jordán  fue llevado e impulsado por el Espíritu que había descendido sobre Él, al desierto, que no solamente es el lugar del encuentro con Dios, sino también el ámbito en el que es tentado, y en el que padecemos lo mismo, cuando nuestro corazón está desértico o cuando no está unido a Cristo nuestro Señor.
El espíritu del mal aprovecha para tentarnos  por medio de nuestras debilidades que él  conoce muy bien, por eso  hemos de conocernos más profundamente para saber de qué manera vamos a afrontar estas tentaciones, estos influjos demoníacos que siempre tendremos en nuestra vida de bautizados.
También a nosotros el Espíritu, después del bautismo, nos impulsa y  lleva al desierto, a este desierto de la vida, porque muchas veces no está presente Dios, pero que conduce  para que veamos cómo Jesús vence al Espíritu del mal y le imitemos en medio de las pruebas.
El texto del evangelio de Jesucristo según san Marcos es muy escueto, no menciona qué tipo de tentaciones tuvo el Señor, sino que  dirá que fue tentado de diversa manera, que convivía con las fieras, cumpliéndose aquello del profeta Isaías en que llegarán días en que también reinará la armonía en medio de la naturaleza animal, y los ángeles le servían, ángeles que servían también a Adán en el paraíso.
Encontramos en este ejemplo de Jesús que es tentado y resulta victorioso ante el enemigo, una conexión con el libro del Génesis que narra la creación y el pecado del hombre, porque mientras que Adán fue expulsado del paraíso, Jesús venciendo al maligno convoca a todos nuevamente a este paraíso que es su reino, que  proclama en Galilea, afirmando que "el reino de Dios está cerca",  porque está presente el mismo Jesús que proclama la novedad de la vida que significa aceptarlo Él como Hijo de Dios hecho hombre.
A su vez, dada la presencia del Reino, que es Él mismo, exclama a toda persona que quiera escucharlo, "conviértanse y crean en el Evangelio", siendo este el grito permanente del tiempo cuaresmal.
No tendría sentido este tiempo penitencial si el corazón del hombre no se transforma, porque el Señor pasa, -como decía- al lado nuestro, e invita a una existencia nueva, porque Dios quiere hacer con nosotros un pacto, como lo hizo con Noé (Gen. 9, 8-15).
Acabamos de escuchar en la primera lectura, que una vez pasado el diluvio, símbolo del bautismo, Dios hace un pacto con Noé y con sus hijos,  pacto unilateral, porque  Dios promete no volverá a suceder esto de nuevo, sin pedirle nada al hombre a cambio, porque sabe de nuestras debilidades, por las que no pocas veces pasamos de la fidelidad a la infidelidad al Evangelio, de la amistad divina a la falta de ella, siguiendo  Dios  confiando en nosotros, porque la alianza perfecta con el hombre se realiza en el sacrificio de la cruz.
Precisamente proclama esta verdad el apóstol san Pedro (1 Pt. 3,18-22) al decir que "Cristo murió una vez por nuestros pecados -siendo justo padeció por los injustos- para llevarnos a Dios. Entregado a la muerte en su carne, fue vivificado en el Espíritu".
Y especifica que el diluvio es figura del bautismo por el que somos salvados, significando un "compromiso con Dios de una conciencia pura" para comenzar una vida nueva.
Queridos hermanos  hemos de poner lo mejor de nuestra parte para avanzar en el conocimiento de Cristo y lograr la conversión, el amor de Cristo, la amistad con Cristo.
Hemos de cambiar  en la forma de pensar, no dejarnos esclavizar por pecado alguno, porque Cristo ha muerto para que seamos libres, libertad que alcanzamos en el bautismo para responder a la gracia de lo alto y no quedar  de nuevo esclavos del espíritu del mal que busca siempre someternos y separarnos de Cristo.
Pidamos humildemente la gracia de lo alto para poder realizar esta conversión creyendo en la necesidad de vivir más y más a fondo el evangelio que nos proclama Jesús.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 1er domingo  de Cuaresma. ciclo B.  18 de febrero   de 2024

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