12 de febrero de 2024

Señor, Tú eres mi refugio y me colmas con la alegría de la salvación (Salmo 31)

 


En el Antiguo Testamento, el libro del Levítico contiene muchas prescripciones, que debían cumplir los judíos, ya sea para mantenerse en la pureza ritual, ya sea para tener una práctica constante de ciertas normas que incluso los diferenciaba de otros pueblos. 
Una de las prescripciones reglaba la conducta a observar ante el enfermo de lepra, el cual debía ser desplazado de la comunidad por razones sanitarias,  declarándolo impuro, y porque se consideraba la lepra como castigo divino  por el pecado, se lo excluía del culto, para mantener la pureza  ritual también (Lev. 13, 1-2.45-46).
De modo que el enfermo era impuro por doble motivo, la razón sanitaria, porque la enfermedad era contagiosa, y el motivo cultual también porque no se lo consideraba puro religiosamente hablando. 
Por lo tanto era ya un muerto en vida,  anunciando su impureza a su paso, siendo su compañía la de otros leprosos, viviendo en lugares apartados del campamento o residencia del pueblo.
En caso de curarse podía retornar a la comunidad previa autorización del sacerdote que testimoniaba su curación.
Si vamos al texto del Evangelio (Mc.1, 40-45) contemplamos la presencia de Jesús que viene a mostrar su cercanía ante el enfermo.
Por eso no es de extrañar que el leproso se acercara a Jesús, estando esto  prohibido, ya que seguramente este hombre había escuchado que el Señor curaba a muchos enfermos y él podría curarse.
El enfermo se acerca a Jesús, se arrodilla, siendo esto signo de humildad y al mismo tiempo de fe, y le dice, "si quieres puedes limpiarme", expresando su deseo de salud para su cuerpo, pero que lo deja al criterio del Señor, no viene con una actitud de querer imponer,  sino de súplica confiada porque ha curado a otros. 
Y Jesús hace algo que estaba prohibido por la ley de Moisés, se acerca, toca al enfermo y le dice, "quiero, queda purificado". 
No olvidemos que según la ley también, Jesús al tocar al enfermo,  se convierte en impuro para los ojos de la comunidad, pero como vemos, Jesús que es el enviado del Padre, prescinde de todas esas categorías y viene a mostrar una actitud totalmente superadora. 
No se ata a la ley como tal, sino que obra en unión con el Padre para la salvación de la persona, y se conmovió, es decir, en sus entrañas se sintió tocado por ese espectáculo del hombre enfermo y por eso le dijo, "quiero, queda purificado".
Sin embargo,  lo enviará al encuentro del sacerdote, ya que eso lo exigía la ley y Jesús lo quiere respetar, no tanto porque fuera estrictamente necesario porque ya estaba curado, sino porque necesitaba el testimonio del sacerdote para entrar nuevamente en la comunidad de los purificados. 
A su vez,  advierte, "no digas nada a nadie", para mantener así, lo que en san Marcos se denomina el secreto mesiánico. 
Es decir, Jesús quiere mantener en secreto, podríamos decir así, su misión y su papel de Hijo de Dios y de Mesías para que la gente no se acercara a Él nada más que por interés o por considerarlo un Mesías político y no como era el Hijo de Dios hecho hombre. 
Pero este hombre purificado no puede dejar de comunicar por todas partes  que ha sido curado dando gracias a Dios por su sanación.
Jesús  está enseñando que se acerca a cada uno de nosotros porque de alguna manera somos leprosos, que por el pecado nos convertimos en aquellos que están alejados de Dios y que necesitamos de su misericordia para participar nuevamente de la comunión con Él.
Liberados del pecado podemos avanzar en esta vida dando ejemplo de santidad como el Señor espera de cada uno de nosotros.
Por eso siempre hemos de pedir al Señor que nos cure y  purifique para que cada día podamos imitarle más y más como  enseña el apóstol San Pablo en la segunda lectura (1 Cor. 10,31-11,1).
San Pablo insiste en que todo lo que hagamos, "ya coman, ya beban, o cualquier cosa que realicen, háganlo todo para la gloria de Dios". Este fue el lema de San Ignacio de Loyola, Ad Maiorem Dei Gloria, "para la mayor gloria de Dios", consigna que trató de comunicar siempre la primera santa mujer argentina que el Papa canonizó hoy, llamada  Mamá Antula o santa María Antonia de san José.
Ella, expulsados los jesuitas del Reino de España y de otros lugares,  trata de que los ejercicios espirituales no mueran. 
A pesar que estaba prohibido predicar los mismos, ella se mantendrá firme y tratará de llegar a las almas por medio de los ejercicios de San Ignacio, buscando siempre la conversión y que la gente comience una vida nueva, todo para la mayor gloria de Dios. 
Deja esta santa un ejemplo hermoso de que nunca debemos bajar los brazos ante las dificultades de la vida o de la cultura de nuestro tiempo y que siempre hemos de apostar por todo aquello que sea para el bien de nuestros hermanos y para la gloria de Dios. 
Por eso pidamos al Señor por la intercesión de esta santa argentina que nos dé la gracia de ser fieles a lo que hemos recibido y fieles también a proclamarlo a toda aquella persona de buena voluntad que quiera conocer el Evangelio de Jesucristo.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 6to domingo del tiempo "per annum" ciclo B.  11 de febrero   de 2024


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