26 de febrero de 2024

Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, por lo que nos concederá por Él toda clase de bendiciones.

 


Este segundo domingo de cuaresma invita en la primera lectura a meditar acerca del sacrificio de Isaac (Gn.22,1-2.9a.10-13.15-18), que es anticipo  del sacrificio mismo de Jesús. 
Y así, Isaac cargando la leña para su propio holocausto es un anticipo  de Jesús  que llevará sobre sus espaldas el leño la cruz; a su vez, es  Isaac  el hijo amado de Abraham, mientras Jesús es el Hijo amado del Padre que se entrega para la salvación del mundo, por lo que ambos hijos se destacan por ser obedientes a la voluntad paterna.
Ahora bien, quizás nos preguntemos por qué Abraham no se siente extrañado por este pedido del Señor en el que estaba en juego el presente y también el futuro. En efecto, si Dios le prometió a Abraham ser padre de una descendencia multitudinaria, ¿cómo podía ser que su hijo Isaac muriera? ¿Qué explicación tiene este pedido? Los biblistas que han estudiado este pasaje y han dado diversas interpretaciones, declaran que en el texto hay una voluntad expresa de Dios exigiendo que se terminen los sacrificios humanos. 
No olvidemos que en la antigüedad (siglos VIII y VII  antes de Cristo) también en Israel se sacrificaban niños, asimilando así costumbres paganas  de otros pueblos. Por eso es que Abraham no se sorprende porque conocía todo esto de los sacrificios humanos. 
Pero también está la otra interpretación de que Dios no quiere sacrificios sino obediencia y, precisamente Abraham cuando lleva a su hijo para hacer de él un holocausto, esto es, la destrucción de la ofrenda por el fuego, está cumpliendo con lo que se le ha ordenado por lo que Dios  aprecia su obediencia y confianza en su Señor.
De hecho, es constante la indicación divina que no quiere  sacrificio, ni penitencia, sino obediencia, obedecer  significa "ob audire", tener el oído presto para escuchar a Dios y  seguir su palabra y voluntad.
Una vez que pasan la prueba Abraham e Isaac, queda bien en claro  que el patriarca busca la voluntad de Dios, se ha entregado a Dios desde el principio, desde que salió de Ur de los caldeos y sigue entregándose a la voluntad del Padre. 
Pero el único sacrificio que quiere el Padre, del cual es un signo el sacrificio de Isaac que no se llevó a cabo en definitiva, es el de Jesús que se ofrece al Padre para la salvación del mundo. 
Es muy fuerte lo que afirma San Pablo en la segunda lectura escribiendo a los cristianos de Roma (8,31b-34) al decir que Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, por lo que nos concederá por Él toda clase de bendiciones.
O sea, si el Padre ha hecho eso con su Hijo, ¿cómo no va a escuchar  nuestras súplicas y peticiones en el transcurso de nuestra vida? Porque el sacrificio de Jesús en la cruz ciertamente es un llamado para que nosotros también nos sintamos más comprometidos con Él, porque por la muerte en cruz fuimos redimidos. 
Por otra parte, considerando el texto del Evangelio (Mc. 9,2-10), nos damos cuenta que el misterio de la transfiguración confirma que después de la pasión y de la muerte del Señor, viene su resurrección. 
Jesús ha estado diciéndole a sus discípulos que va camino a Jerusalén para ser sacrificado, pero los discípulos están en otra cosa. Y así, cuando hace el primer  anuncio, Pedro dice que eso jamás sucederá,  y Jesús le contesta ¡sal de aquí Satanás! Están también los hijos del Zebedeo pidiendo a través de su madre que uno se siente a la derecha y otro a la izquierda de Jesús cuando esté en su gloria y además los discípulos peleando también para saber quién era el más grande. 
O sea, en lugar de entenderlo al Señor que habla de su pasión y muerte y de lo que esto va a significar para el mundo, siguen en sus propios proyectos, en sus mezquinos pensamientos y no pueden llegar justamente al corazón del Señor. 
¡Qué paciencia les tenía Jesús a sus discípulos, vivía diciéndoles las cosas con claridad, sin embargo  ellos estaban en otro mundo! 
Quizás algo también acontece con nosotros, ya que el Señor  habla de renuncia, de entrega, de sacrificio por la salvación del mundo y la humanidad está con otra onda,  pensando en otra realidad. 
En el texto del Evangelio el Señor invita a animarnos a subir al monte Tabor en el cual  se  transfigura ante los tres discípulos que lo acompañan mostrándose como Hijo de Dios, resplandeciendo su divinidad  delante de los hombres. 
Quiere prepararlos, y con ellos a nosotros también, para lo que viene, de modo que en el momento de la pasión no se escandalicen, porque después de la muerte sigue la resurrección, viene la gloria para el Señor y para todo aquel que lo siga con amor, con decisión de imitarle en todo momento. 
¡Qué bien estamos aquí! dice Pedro, porque la manifestación de Jesús lo ha deslumbrado, como a Santiago y a Juan, pero no termina todo eso en ese momento, ya que  se escucha la voz del Padre que dice "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo". 
Esta manifestación del Padre acerca de Jesús, no solamente se dirige a los discípulos que tienen que escuchar al Señor anunciando su propia muerte, sino que también nosotros estamos llamados a escucharlo y  entender lo que significa el misterio de la cruz, a la que busca decididamente porque por obediencia al Padre desea morir de esa manera y salvar a la humanidad. 
El sacrificio de Jesús solamente puede ser comprendido mirándolo desde la fe. En efecto, ¿por qué tenía que morir el Señor? ¿No podía haber salvado  Dios al mundo de otra manera? Sí, pero  entonces no hubiéramos entendido el sentido redentor del sacrificio, del sufrimiento, del dolor, de la amargura del corazón por la que tuvo que pasar el Señor. 
También para nosotros se transfigura, muestra su divinidad para que no nos asustemos ni retrocedamos ante el sacrificio que Él hace de Sí mismo por la humanidad entera, sino que lo sigamos completando en cada uno su pasión y muerte, y así poder algún día estar con Él en la gloria del cielo.
En definitiva, el plan divino que pasa por la muerte de Jesús es para que podamos vivir a fondo lo que somos por el bautismo, hijos adoptivos del Padre. 
Pidamos entonces al Señor que nos dé su gracia, que nos escuche y conceda fuerza para  seguir sus pasos, el misterio del dolor que se transforma en gloria para la salvación del mundo y que otorga sentido  a lo que no pocas veces es difícil de sobrellevar. 
Quiera Dios nos transformemos de tal manera que vivamos una existencia nueva camino a la Pascua.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 2do domingo  de Cuaresma. ciclo B.  25 de febrero   de 2024

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