5 de febrero de 2024

El Señor se manifiesta como aquel que viene a rescatarnos de nuestras miserias, ya sean físicas como espirituales.



En el Antiguo Testamento  encontramos vigente la idea que  aquel que obra el bien será premiado por Dios y todas sus obras bendecidas, mientras que al malvado le sobrevendrán castigos.
Sin embargo, la experiencia diaria muestra una realidad diferente, ya que a menudo el malvado es quien goza de buena salud, sus empresas marchan perfectamente, todo resulta como quiere, mientras que el justo es probado con el fracaso y diversos sufrimientos.
De manera que el justo, como en este caso Job (7,1-4.6-7), se encuentra con la realidad de la presencia del mal en el mundo, ya que aún siendo justo, ha perdido todo, ha sido puesto a prueba por Dios.
Describe con dolor cómo se suceden los días de su vida sin entender demasiado, pero permaneciendo fiel a  Dios, por lo que al final le son devueltos los bienes perdidos y la presencia de nuevos hijos.
Job aprende a través del sufrimiento y las pruebas, que en definitiva el ser humano es pequeño ante la realidad del mundo y de todo lo que acontece, y que no queda más que entregarse a la providencia divina que nos cuida y protege del mal.
Pero a nosotros también quizás nos ha pasado esto  y ante la presencia del mal preguntemos a Dios: ¿Qué he hecho yo para merecer esta enfermedad? o ¿Por qué tengo que sufrir esto? ¿Por qué mi vida está marcada por el dolor mientras otros que no piensan más que en pecar les va todo bien? La respuesta siempre tenemos que encontrarla indudablemente desde la fe. 
Es Jesús el que concede sentido a nuestra existencia, y podríamos preguntarnos por qué Él tuvo que morir en la cruz. Pasó por este mundo haciendo el bien y no recibió más que odio y rechazo.
Sin embargo, la voluntad del Padre fue que en su muerte cargara sobre sí los pecados de los hombres  de todos los tiempos. 
Ahora bien, lo que realiza el Señor en la cruz tiene un proceso en el que se manifiesta como aquel que viene a rescatarnos de nuestras miserias físicas como espirituales. 
En el texto del Evangelio (Mc. 1, 29-39) encontramos a Jesús en la casa de Simón. Allí la suegra está enferma de fiebre. 
Jesús, con una palabra podría haberla curado, sin embargo se acerca, quiere mostrar su cercanía con quien padece. 
Más aún, la toma de la mano, y con ese gesto   indica que Él viene a levantarnos de nuestras caídas, de las enfermedades del cuerpo y del alma, sobre todo las del alma, como anticipo de lo que es la resurrección, donde seremos nuevas criaturas. 
A su vez, la suegra de Simón comienza a servirles, de manera que la salud que le devuelve el Señor, no solamente es un signo de su poder, sino que es también indicativo de que una vez curados hemos de alabarlo a Él y también servir a nuestros hermanos. 
El segundo cuadro que presenta el Evangelio es el atardecer de ese día, ha terminado ya el descanso sabático y, mucha gente se aglomera delante de la casa trayendo a los enfermos y a los endemoniados.
Y nuevamente está Jesús curando a los enfermos, liberando a los  endemoniados, prohibiéndoles  decir quién es Él porque no  quiere el testimonio de ellos, haciendo el bien a una humanidad doliente. 
Pero Jesús también tiene que alimentar su vida en cuanto hombre Dios y, por eso muy de madrugada al día siguiente se retira a orar, a encontrarse con su Padre, a contarle quizás, -aunque el Padre ya lo sabe-, qué es lo que ha hecho en ese día, o mostrarle al Padre las miserias del ser humano que deben ser curadas y superadas. 
Quizás se muestra como instrumento, como intermediario ante el Padre ofreciéndose una vez más a morir en la cruz justamente para sanar a esta humanidad doliente.
Pero después lo buscan, porque todos lo están buscando. 
¡Qué hermoso poder  decir: ¡Señor todos te están buscando!  En un mundo como el nuestro que se ha olvidado de Dios y que la búsqueda de Cristo  aparece exigua, qué bien suenan esas palabras.
De manera que exclamar: ¡Señor todos o muchos te están buscando! sería un buen signo de fe, porque indicaría que se ha comprendido que el que salva es el Señor, es Jesús. 
Y el Señor dice entonces "vayamos a otros lugares porque para eso he salido". ¿Qué es eso de he salido? ¿De dónde salió? Está haciendo referencia a que si bien sigue presente en la Trinidad, ha salido del Padre como Hijo de Dios para hacerse hombre y cargar nuestras miserias, ha salido de su dignidad divina para asumir la humana con las flaquezas del hombre, menos el pecado, para sanearnos. 
Esto es lo que tenemos que  vivir y reconocer y también predicar. Precisamente San Pablo (1 Cor. 9, 16-19.22-23) exclama  "¡pobre de mí si no evangelizara!", pobre de mí si no soy capaz de llevar el Evangelio, la buena nueva a un mundo que no cree ya en nada o solamente en aquello que supone que le da total seguridad pero que son cosas en definitiva pasajeras. 
Como San Pablo hemos de predicar valientemente y, ante el estupor del hombre por el dolor, por el sufrimiento, por la enfermedad, por la presencia del mal, llevar la esperanza que nos trae el encuentro con Jesús nuestro Señor ya que Él viene a liberarnos. 
Dejémonos entonces cambiar por Él para poder vivir cada día con mayor perfección la vida cristiana en la que transitamos.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 5to domingo del tiempo "per annum" ciclo B.  04 de febrero   de 2024


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