18 de marzo de 2024

"Si alguien quiere servirme, que me siga, correrá la misma suerte que Yo, pero será honrado por mi Padre" (Jn. 12)

 


El pecado de Judá fue tan grande, decíamos el domingo pasado siguiendo el segundo libro de las Crónicas, que ya no hubo más remedio  y, se narraba la caída de Jerusalén.
El texto de hoy tomado del profeta Jeremías (Jr. 31,31-34 vuelve a insistir en el hecho, enmarcado en el año 586 antes de Cristo, cuando Nabucodonosor destruye Jerusalén y el templo.
Jeremías era uno de los deportados y, a este profeta Dios se dirige dándole como misión consolar a su pueblo, por eso el capítulo en el cual está inserto el texto proclamado y el capítulo anterior,  forman parte  de la "consolación de Israel".
Jeremías predice que después de un período de cautividad en Babilonia, Dios traerá a su pueblo de vuelta a la tierra de Israel. Aunque los israelitas pasaron por momentos difíciles, Dios promete reunirlos nuevamente en su tierra después de setenta años
El pueblo judío, pues,  deberá ir al exilio para purificarse de su pecado, sin que  Dios lo abandone totalmente, ya que el profeta debe consolarlo, manteniendo la esperanza en la renovación de la alianza con Dios Nuestro Señor.
Pero ya no será una alianza proclamada desde el exterior sino que será marcada en el corazón de cada uno,  es decir, Dios tendrá a este pueblo como suyo y el pueblo lo tendrá a Dios como propio, si vive a fondo el pacto nuevo.
Ahora bien,  esta nueva alianza está mirando al futuro, a la  que  sella Jesús con su muerte en cruz, manifestada en la última cena cuando se entrega totalmente al hombre anticipadamente en la Eucaristía. 
Se van acercando las horas del calvario, de la pasión de Jesús, por eso es más urgente acercarse a Él.
El texto del evangelio (Jn. 12, 20-33) dice que unos griegos, no eran por lo tanto judíos pero seguramente simpatizaban con el judaísmo y estaban presentes en la fiesta de Pascua, se acercan a Felipe y le dijeron "queremos ver a Jesús", por lo que Felipe y Andrés se acercan al Señor y le comunican este deseo.  
Jesús no responde directamente a esto que se le plantea, sino que contesta manifestando que es necesario comprometerse con Él por el misterio de la cruz, de allí que refiriéndose a su persona, afirme que  el grano de trigo si es sepultado en la tierra y muere, da mucho fruto.
Por lo tanto, el Hijo del hombre ha de morir para dar mucho fruto.  
¡Qué comparación tan bella, ya que toda semilla debe morir en la tierra para dar vida! 
Y así, Jesús partiendo de esa imagen, dirá yo también debo morir para dar vida, por lo que cada uno de nosotros, si queremos caminar detrás suyo, también hemos de morir para dar vida, para presentar al mundo una nueva forma de vivir, una nueva forma de existir en la sociedad lejos de toda cultura que quiera atraparnos y esclavizarnos meramente en lo material.
Jesús dirá que será glorificado, que en la teología de san Juan refiere a su muerte en cruz  y posterior resurrección.
En efecto, este evangelista no habla de la pasión y muerte de Cristo, sino de su glorificación, que implica su muerte para alcanzar la salvación,  la nueva creación para cada uno de nosotros.
A su vez,  Jesús  expresa su dolor o su desamparo por cómo padecerá la agonía en el huerto ante la proximidad de la muerte, pero afirma que no pedirá ser liberado de la cruz porque justamente a eso ha venido, ya que por esta forma glorifica también al Padre.
Y es en ese momento que se escucha la voz del Padre prestando su asentimiento y, Jesús entonces, con su humillación, con su dolor, como recuerda la carta a los Hebreos (5, 7-9), aprendió a ser Hijo de Dios, asintiendo a la voluntad del Padre y entregándose totalmente, se ofrece en la cruz para la salvación del hombre.
¡Qué hermosa enseñanza  también para nosotros, porque si estamos realmente entregados al Padre, si seguimos la indicación del Padre que nos dirá más de una vez "escuchen a mi Hijo, síganlo realmente", nos preparamos para alcanzar la perfección evangélica, y  la vida que no tiene fin en la eternidad!.
Queridos hermanos: se nos promete una nueva vida, vayamos entonces presurosos a ver a Jesús, sabiendo que verlo es participar de su glorificación, es decir, de su muerte e implica comprometernos cada vez más con Él tratando que, como el grano de trigo, muriendo a nosotros mismos demos nueva vida dejando de lado todo aquello que nos erige  como más importantes que el mismo Señor.
Somos débiles y pecadores pero con la gracia del Señor podemos vencer los obstáculos que se presentan y  vivir una vida  diferente.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 5to domingo  de Cuaresma. ciclo B.  17 de marzo   de 2024

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