25 de marzo de 2024

¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?!

 




La proclamación de la pasión del Señor, según san Marcos (14, 1-15,47), conduce a que meditemos acerca de la soledad de Jesús que motiva el que lo sigamos en medio de sus tribulaciones.
Ya en el huerto de los olivos, Jesús en cuanto hombre, le pide al Padre  liberarse de la muerte en cruz, pero en cuanto su naturaleza divina, le dirá "no sea haga mi voluntad sino la tuya", y acepta el cáliz de la amargura, por lo que no puede dejar de vivir el abandono.
 Para el ser humano sentirse abandonado es algo tremendo. ¡Cuántas veces puede abrumarnos la angustia, la soledad, la tristeza, algún sufrimiento particular que nos hace sentir solos!
Ahora bien, la soledad de Cristo es superior a la soledad nuestra, incluso  es superior a la soledad que experimenta el hombre cuando ha caído en el pecado, porque Cristo lleva sobre sus hombros los pecados de todos los hombres, de todos los tiempos, desde el principio del mundo hasta el fin del mundo. 
Es decir, anticipadamente carga sobre sí los pecados que se cometerán también en el futuro. 
Por eso, esa soledad y ese grito desgarrador "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Sufre  la soledad al contemplar que también  sus discípulos huyen. Pedro  alardea diciendo que si es necesario iremos a morir contigo, pero más tarde ante la sirvienta del sumo sacerdote dirá, "no lo conozco, no sé quién es". ¡Todos han huido! 
El ser humano también a lo largo de los siglos no pocas veces huye de Cristo, no solamente por el pecado sino también huye cuando es incapaz de dar testimonio de Él en medio de la sociedad, en  la familia, en medio de un mundo cada vez más indiferente  de Dios, de un mundo que piensa que todo se resuelve aquí en la tierra cuando no somos más que polvo y en polvo nos hemos de convertir.
 Pidámosle al Señor que nos haga sentir lo que Él sufre. Como diría San Ignacio, experimentar en nosotros los dolores con Cristo doloroso, el quebranto con Cristo quebrantado, la soledad y pena con Cristo que está solo y apenado. 
Él,  como dice el apóstol (Fil.2,6-11), no se consideró mayor por ser Hijo de Dios, sino que al contrario se humilló hasta la muerte de cruz. 
Y eso le ha valido el ser exaltado por el Padre por lo que todo ser humano, ha de postrarse ante Él.
Pidámosle al Señor que nos proteja,  guíe y  conduzca al amor del Padre. 

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el Domingo de Ramos. ciclo B.  24 de marzo   de 2024

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