24 de junio de 2024

No estamos solos en medio de las tempestades de la vida, hemos de confiar en el Señor que es nuestra fuerza, para no sucumbir.

 


Desde la antigüedad, el ser humano siempre ha tenido miedo a las fuerzas de la naturaleza, que se manifiestan por medio de  tempestades, terremotos, huracanes, inundaciones, que siempre han estado presentes en el mundo y que asuelan justamente también en nuestro tiempo a muchas regiones del planeta, provocando graves daños a causa del cambio climático o por cualquier otra razón.
Y siempre todo esto provoca temor, por lo que ya en la antigüedad se rendía culto a diversas deidades supuestamente protectoras, se les ofrecían sacrificios para alcanzar su benevolencia y no fueran diezmadas las poblaciones. 
Las lecturas de hoy, tanto el texto de Job (38,1.8-11) como el Evangelio (Mc. 4,35-41), enseñan que todo está bajo el poder de Dios, que domina con su providencia a todas estas fuerzas,  permitiendo situaciones adversas para nuestro bien, para que salgamos fortificados, más confiados en el poder divino, pero experimentando al mismo tiempo nuestra debilidad.
A la soberbia del hombre le cuesta entender que existen situaciones que no están bajo su dominio, por lo que hemos de considerarnos siempre como poca cosa delante del Señor, incapaces de dominar esas fuerzas de la naturaleza, como también nos cuesta mucho sujetar los desbordes de nuestra propia naturaleza humana. 
Y tanto para con la fuerza desatada de la naturaleza, como para los desbordes personales de todo tipo que nos dominan, necesitamos la protección divina, ya que  nada conseguimos por nosotros mismos. 
Y en aquello que no podemos hacer absolutamente nada, armarnos de paciencia para que de los males saquemos bienes que sirvan para nuestro crecimiento espiritual como creyentes. 
¿Quién no ha pasado por tempestades en su vida en este mundo? La pérdida del trabajo, la enfermedad, la incomprensión en la familia, el desprecio de los de afuera, el desconocimiento de los méritos o dones que poseemos, tantas cosas que originan tempestades en nuestra vida, lo cual  tenemos que sobrellevar con la gracia y la fuerza de Dios. 
Tanto el libro de Job como el Evangelio, hablan en este caso de la fuerza del mar porque es allí donde siempre se ha visto la presencia activa del mal, del maligno, de aquellas fuerzas oscuras, desatadas, que buscan siempre nuestra perdición. De manera que en las tempestades de nuestra vida, ya sean laborales, matrimoniales, amicales, etcétera, siempre está presente el espíritu del mal que el Señor viene a combatir, otorgándonos las fuerzas necesarias para que triunfemos sobre el mal. 
Esta imagen de Jesús durmiendo en el cabezal de la popa de la barca debería hacernos pensar en algo común en nuestra vida. Jesús pareciera que duerme despreocupadamente, sin que piense en lo que nos pasa a nosotros, sin embargo, Él está pensando siempre en nuestro bien. Por eso, cuando ordena al viento que cese y a las aguas que dejen su bravura, está manifestando justamente su poder divino que vence a las fuerzas de la naturaleza y  a aquellas fuerzas de la naturaleza de nuestro cuerpo, de nuestra alma, que muchas veces están desbocadas y que buscan o hacernos mal a nosotros o alrededor nuestro. De manera que no estamos solos en medio de estos embates, en medio de estas tempestades, y por lo tanto hemos de confiar en el Señor. Si no confiamos en Él, ¿en quién vamos a confiar? No podemos ponernos a gritar, vamos a ahogarnos, la barca  zozobra, la familia se viene a pique, el negocio se pierde, todos nos enloquecemos en lugar de acudir con confianza al Señor. 
Pero a su vez esta barca refiere a la barca de Pedro o de la Iglesia, que también navega en estas aguas procelosas del mundo, de las ideologías de nuestro tiempo, del pecado de los hombres y de quienes formamos parte de Ella.
La Iglesia pareciera estar a punto de naufragar completamente, que ya no le queda mucho tiempo para luchar en este mundo,  sin embargo, el Señor recuerda a cada uno de nosotros, "yo estoy con ustedes, no teman, no tengan poca fe, al contrario, si creen en mí como Hijo de Dios, tienen que estar seguros del cumplimiento de mis promesas". 
Queridos hermanos, luchemos y trabajemos para vivir en un ambiente de paz y de tranquilidad, en nuestro corazón y en la sociedad, ya que contamos con la protección del Señor.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XII del tiempo per annum. Ciclo B.  23 de junio  de 2024.

17 de junio de 2024

El Reino de Dios es la presencia de Jesús entre nosotros, que busca cambiar el mundo y los corazones y, a través de esto redimirnos.

 

"Yo el Señor humillo al árbol elevado y exalto al árbol humillado" recuerda el profeta Ezequiel (17,22-24). ¿A qué se refiere este hablar divino? Que Dios no soporta a los soberbios, a los que piensan que pueden hacer lo que quieren a espaldas suya. Indudablemente los profetas como portavoces de Dios fueron señalando al pueblo de Israel sus infidelidades y los israelitas desoían las advertencias, por lo que Dios se valía de naciones vecinas para reprender al pueblo elegido, incluso mandándolos al destierro. 
Pero siempre dentro de ese pueblo convivía "el resto" de Israel, aquellos que habían permanecido fieles a la alianza con Dios, los pobres de Yahveh, aquellos que ponen su confianza no en su fuerza, que reconocen que no la tienen, sino únicamente en Dios. Por eso el profeta anuncia que del cedro alto se sacará un brote para comenzar con otro nuevo árbol, indicando de esta manera cómo el orgullo es dejado de lado y es suplantado por la humildad, por la sencillez.
Indudablemente ese nuevo árbol que va a crecer, apunta al Mesías, al Hijo de Dios hecho hombre, a Jesús. Precisamente Jesús nace de la sencillez de una mujer, María Santísima, que se reconoce humilde servidora del Señor. En ella Dios plantó su semilla y  nace el Salvador, el Hijo de Dios hecho hombre, que viene a este mundo en condiciones muy humildes y sencillas, mientras que a su alrededor aparece la opulencia y la grandeza del Imperio Romano. 
A lo largo de la historia del cristianismo, mientras los grandes reinos e imperios progresan, la Iglesia aparece como caminando en medio de las tempestades, en medio de los gozos pero también de los sufrimientos. Sin embargo, mientras los reinos declinan con el tiempo hasta desaparecer, y los que antes eran grandes potencias, dominadoras de este mundo ya no existen, la Iglesia a pesar de no contar con fuerzas militares, ni con los poderes de este mundo, ha subsistido en el tiempo, aún incluso con sus contradicciones interiores, provocadas no por la Iglesia misma sino por quienes formamos parte de ella, por lo que san Agustín decía que la Iglesia era santa y pecadora al mismo tiempo.
Por eso es muy importante lo que enseña hoy Jesús cuando  habla del Reino de Dios (Mc. 4, 26-34), que es su presencia misma entre nosotros, que quiere cambiar el mundo y los corazones y  busca a través de esto redimirnos y salvarnos. 
El Reino de Dios que trabaja en silencio y no apoyándose en los poderes de este mundo, sino en la humildad, en la sencillez, graficada esta sencillez y humildad en la parábola que hemos escuchado, la del grano de mostaza y su crecimiento
Como principio general se explica que la semilla es sepultada en la tierra y sin que el sembrador sepa cómo, se va desarrollando hasta dar fruto, debiendo caracterizarse el sembrador por tener paciencia hasta el momento en que pueda recoger el fruto esperado.
De la misma manera acontece con el Reino de Dios, ya que el Señor trabaja en la sencillez de la tierra que es el corazón del hombre que se le entrega totalmente, como el "resto" de Israel en el Antiguo Testamento, desapercibido o despreciado por los poderosos porque  han puesto su confianza y su fuerza únicamente en Dios. 
Y el mismo Jesús sigue con las comparaciones. El Reino de Dios es como el grano de mostaza, un poco mas grande que la cabeza de un alfiler, que sin embargo se convierte en una gran hortaliza y bajo sus ramas se cobijan las aves. 
Ese crecimiento interior lo va realizando el mismo Dios, en la medida en que la semilla se entrega a la tierra. En efecto, en la medida en que nos entregamos a Dios nuestro Señor, Él hace maravillas en nuestro interior, y no tenemos que buscar más seguridades que las que el mismo Señor  entrega y regala a cada uno de nosotros. Por eso en medio de las vicisitudes del mundo no debemos bajar los brazos ni desesperarnos. 
Aunque veamos cosas muchas veces que no nos gustan o que están mal, ya sea enseñanzas doctrinales equivocadas, o ya sea el uso del espacio religioso para cuestiones políticas como hemos visto en estos días, siempre hemos de permanecer en calma y dejar que el Reino de Dios vaya creciendo en el corazón de cada uno de nosotros, de aquellos que tratamos de buscar siempre la voluntad del Señor. 
Y rezar para que todas estas cosas se vayan rectificando y brille realmente la omnipotencia de Dios, junto con la incapacidad del hombre por resurgir por sí mismo. Gracias a Dios ante estas manifestaciones payasescas en algunos templos, de Buenos Aires por ejemplo, ya el arzobispo ha salido al cruce pidiendo que no se deben utilizar los templos, para este tipo de cosas. Lo que pasa es que también por parte de la Iglesia hay que dejar de lado la ingenuidad. En efecto, los que buscan usar los templos, ven que la Catedral se convierte en comedor público y piensan en su ignorancia o malicia que es lícito realizar cualquier cosa en lugar sagrado, aprovechando cualquier homenaje y celebración para hacer de las suyas.
Pero bueno, eso es lo que nos toca vivir ahora y que no nos debe hacer perder la fe y la paciencia del crecimiento del Reino de Dios. El Reino de Dios no crece a través de esos escandaletes, sino en la entrega silenciosa al Señor para que Él vaya haciendo su obra y  cambiando el corazón de la sociedad y de los hombres, aprovechando siempre nuestra vida diaria para sembrar la semilla. 
Hoy recordamos a los padres en un día especial. Pues bien, la figura del padre, por ejemplo, es muy importante en el hogar. Qué hermoso cuando el papá va enseñando a sus chiquitos la Palabra de Dios, les va inculcando el bien, a través de actitudes y de palabras va mostrando cómo ha de comportarse cada uno en la vida y eso con insistencia, sembrando en el corazón, dará frutos a su tiempo. 
A lo mejor tenemos alguien en nuestra familia o entre nuestros amigos que tiene problemas en su fe. Pues bien, ahí insistir, trabajar lentamente, confiando en la gracia de Dios para que las semillas de la Palabra que nosotros podemos sembrar puedan fructificar. 
El que trabaja en el mundo de la política, aunque se sienta por allí en soledad por la ausencia de valores cristianos, ha de insistir, trabajar, proclamar la verdad a través de palabras y de obras.  
Y así, siempre podemos hacer muchas cosas que no serán apreciadas por el mundo, que no serán tenidas en cuenta, pero que a los ojos de Dios son las que interesan y las que valen. 
Acordémonos lo que nos dice el apóstol Pablo en la segunda lectura, sea que vivamos, sea que muramos, busquemos siempre la gloria de Dios y vivir a fondo su voluntad (2 Cor.5,6-10).


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XI del tiempo per annum. Ciclo B.  16 de junio  de 2024.

10 de junio de 2024

A lo largo de nuestra vida seremos tentados para ver como malo lo que es bueno y considerar bueno lo que es en sí mismo malo o diabólico.

 


¿Podemos imaginarnos el marco de referencia del texto del Evangelio (Mc. 3, 20-35)? Están diciendo de Jesús que es un exaltado, por eso los parientes están preocupados y quieren llevárselo consigo, porque los enemigos de Jesús le están acusando que actúa con el poder del diablo, lo cual equivale a afirmar de que es un falso profeta y  que es un servidor del demonio. No olvidemos que estaban buscando cualquier excusa para matarlo, de manera que si esto seguía adelante, podía pasar cualquier cosa. 
Pero Jesús se enfrenta con sus enemigos y les enseña que todo reino dividido sucumbe. Si Él actúa con el poder del demonio y expulsa a los demonios del cuerpo de los posesos, es una contradicción, o sea el demonio se está combatiendo a sí mismo. 
A su vez, dice Jesús que jamás alguien será perdonado del pecado contra el Espíritu Santo. Él actúa con el poder de Dios,  está habitado por el Espíritu Santo, de manera que cuando cura a los enfermos, y expulsa a los demonios de los posesos, lo hace por su propio poder, pero está presente la acción del Espíritu Santo también, y el Padre  que ve con agrado todo lo que hace, porque ha enviado a su Hijo al mundo para que libere al hombre del poder del maligno. 
De manera que el pecado contra el Espíritu Santo consiste en decir que lo bueno es malo, o que las acciones buenas están inspiradas por el demonio, por el espíritu del mal.
Para sus enemigos, cuando Jesús cura a enfermos o expulsa a demonios, lo hace con el poder del maligno, o sea, niegan totalmente al Espíritu Divino que habita en Jesús, lo cual es muy grave. 
Es cierto que a veces el ser humano puede equivocarse y encontrarse con acciones buenas que hace alguien y que a lo mejor estén manejadas por el espíritu del mal, pero para eso existe lo que es el discernimiento de espíritu. Pero otra cosa es estar buscando, como los enemigos de Jesús, su destrucción, y por lo tanto siguen endurecidos negando el poder divino que posee atribuyendo lo que hace al espíritu del mal. 
Pero inmediatamente que Jesús explica esto, llegan los parientes, y le anuncian que lo están buscando. Y Jesús aprovecha entonces para dejar a la multitud otra enseñanza, que sus parientes son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica. O sea, que la verdadera familia de Jesús no está constituida meramente por los lazos de sangre, sino sobre todo con esta actitud de fe y de aceptación de sus enseñanzas y el seguimiento de su Palabra y la vivencia de sus mandamientos. 
De manera que  la vida de cada uno va cambiando en la medida en que uno sintoniza con el mismo Jesús y es capaz de padecer muchos males en este mundo,  como lo recuerda el apóstol, precisamente por dar testimonio de Jesús. Todo lo que es predicar a Cristo debe ser un trabajo, una labor incansable a lo largo de nuestra vida, hasta tal punto que dice el apóstol que aunque nuestro cuerpo se vaya desgastando, aunque vamos contemplando que se deshace nuestra morada terrenal, por ejemplo a través de la vejez o de la enfermedad, sabemos que nos espera la eternidad (2 Cor. 4,13-5,1)
Por eso es muy importante también en nuestra existencia cotidiana trabajar a favor de Jesús y huir permanentemente del espíritu del mal, que está presente en la vida del hombre desde el principio, como acabamos de escuchar a través del libro del Génesis (3,9-15). Allí se describe cómo se realizó la tentación y el primer pecado. 
Dios busca al hombre escondido de su vista porque estaba desnudo. ¿Qué es esa desnudez? La pérdida de la inocencia, de una vida en comunión con el Creador, que significó la introducción del misterio del mal y del malo en nuestras vidas. 
Y el libro del Génesis describe cómo el ser humano tiene esa tendencia de no admitir su propia culpabilidad. El hombre acusa a la mujer, la mujer a la serpiente, cuando en realidad uno tiene que reconocer su propia responsabilidad por  consentir en la tentación que  aparta de Dios nuestro Señor. 
Por eso es muy importante luchar con esto que hay en nuestra vida cotidiana, que es la experiencia del mal y del maligno, porque el demonio, como sucedió en los orígenes, trata de que veamos cómo malo lo que es bueno. 
Justamente en el primer pecado se le dijo al hombre no morirán, serán como dioses, de modo que fue el primer pecado contra el Espíritu Santo, porque el demonio les está diciendo no crean a Dios, lo que les está diciendo no es bueno sino que es malo.
Por lo tanto, cada persona tiene que estar siempre alerta para no caer en esto, porque a lo largo de su vida tendrá tentaciones de querer ver como malo lo que es bueno y lo bueno como malo. 
Pidámosle al Señor que siempre sepamos discernir y descubrir dónde está la verdad para poder seguirla fielmente.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo X del tiempo per annum. Ciclo B.  09 de junio  de 2024.

3 de junio de 2024

En la Eucaristía, bajo las especies de pan y vino, recibimos al mismo Hijo de Dios hecho hombre, transformándonos en Él.

 



Celebramos hoy este misterio de fe, la presencia de Jesús en la Eucaristía bajo las especies de pan y vino, por la que el Señor ha querido quedarse con nosotros hasta el fin de los tiempos. 
En este misterio ciertamente se centra toda la riqueza de la Iglesia porque en la Eucaristía recibimos al mismo Hijo de Dios hecho hombre, podemos alimentarnos con Él. 
¿Y cómo ha sido posible todo esto? Recorramos la Sagrada Escritura. En la primera lectura tomada del libro del Éxodo (24,3-8), se  narra el hecho de la alianza de Dios con el pueblo elegido en el monte Sinaí. Es Dios el que sale al encuentro de ese pueblo que ha sacado de la esclavitud de Egipto, que lo ha conducido y que lo ha elegido para ser el depositario de sus promesas de salvación.
El texto que acabamos de proclamar describe cómo fue el rito del pacto, de la alianza. Unos jóvenes elegidos por Moisés sacrificaron las víctimas. Mientras tanto Moisés había erigido un altar y había puesto doce piedras que representaban a las doce tribus de Israel. Y con parte de la sangre de las víctimas roció el altar y con la otra parte roció a la gente. Mientras tanto el pueblo se compromete con ese Dios que lo busca y que quiere hacer una alianza, pidiéndoles que vivan los mandamientos, que sigan su palabra.
¿Por qué se rocía con sangre? Para el judío especialmente, en la sangre está la vida, y el rociar con la sangre de la víctima indicaba la purificación exterior  mencionada en la carta a los Hebreos (9,11-15).
Pero además, está indicando que con esa alianza sellada con sangre de animales, se hermanan todas las tribus entre sí y con Dios.
Es decir, comienza un parentesco fuerte, acontece lo que nosotros decimos en el lenguaje normal, tal persona es de mi misma sangre, tenemos la misma sangre con tal familia, con tal apellido, etc. 
¿Qué indicamos con la afirmación de la misma sangre? Un parentesco, somos familia, tenemos un mismo origen que es el que Dios nos ha creado y nos ha hermanado. 
Pero es aquí que el pueblo no cumple, siendo  un signo de lo que es el corazón del hombre, un corazón cambiante, que es fiel por un tiempo y después es infiel, vuelve a unirse a Dios, después otra vez a las andadas, alejándose de Dios. 
Pero Dios no se olvida de lo que ha hecho y mantiene firme ese pacto, esa alianza, reprendiendo no pocas veces al pueblo elegido, tratando de atraerlo nuevamente al compromiso y a la fidelidad. 
Por eso también en la misma historia de Israel, el sacerdote entrando en el santuario, ofrecía sacrificios y como recuerda la segunda lectura, se rociaba al pueblo con sangre y cenizas de las víctimas de los holocaustos,  para significar una pureza exterior. 
Pero Dios no se conforma con eso, quiere una pureza profunda, no meramente una purificación externa, sino una redención del pecado mismo, para lo cual nuevamente se da el que se derrame sangre, la sangre del Señor en la cruz. 
Por eso el mismo autor de la carta a los hebreos indica que Jesús, que es el puente entre Dios y los hombres, que es mediador, con un solo sacrificio salvó a la humanidad. No necesitaba repetir permanentemente, como en la antigua alianza, las ofrendas, sino que Él  se entrega una sola vez para siempre en la cruz, derramando su 
sangre, y como víctima nos redime del pecado y de la muerte eterna.
Y se realiza una alianza más perfecta, nos hace a todos  familia con su sangre derramada, nos une a todos y cada uno de nosotros. 
A todos los pueblos de la tierra que con fe creen en Él, la sangre redentora les llega para formar una única familia,  y tener un único pastor, que es  Cristo, que permanece hasta el fin de los tiempos. 
Y nos deja este regalo de la Eucaristía, este sacramento, cuya institución aconteció en la última cena, como acabamos de escuchar, en el Evangelio (Mc. 14,12-16.22-26), y ahí Jesús se da a comer. 
Tomen, este es mi cuerpo..... Tomen y beban, esta es mi sangre derramada por muchos, realizándose esta unión tan estrecha con Jesús, si lo recibimos con un corazón limpio, sin pecado. 
Y Cristo entonces entra a formar parte de nuestra vida, ya que como san Agustín dice, con la Eucaristía no pasa lo que sucede con otro alimento. Y así, cuando uno come un pedazo de pan, ese pan es asimilado por el cuerpo de la persona, mientras que con la comida eucarística somos asimilados por el cuerpo de Cristo, haciendo ver la estrecha unión que implica recibir la Eucaristía. 
Con este sacramento nos alimentamos con el cuerpo y  sangre del Señor, y para que a nadie resultara difícil este alimento, dice Santo Tomás de Aquino, que el mismo Dios ha elegido este medio de las especies eucarísticas, el pan y el vino. 
De manera que después de la consagración está presente el cuerpo y sangre del Señor. 
Ya a lo largo de la historia hemos podido contemplar muchísimos milagros eucarísticos, precisamente el beato Carlos Acutis, que próximamente será canonizado, se especializó en hacer visibles los milagros eucarísticos. 
En efecto, en no pocas veces y lugares, el mismo Jesús, para cortar la duda que hubiera en alguien, se hacia presente de alguna manera milagrosamente.
La eucaristía, como el mismo beato afirmaba con fe, es la autopista al cielo, es la que nos conduce al encuentro con Dios, y que está significado precisamente en el texto del Evangelio de hoy, cuando Jesús dice, ya no beberé más de esta copa hasta que beba el vino nuevo en el reino. 
En efecto, el banquete eucarístico celebrado en la tierra prepara para el otro banquete, el de la gloria con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. 
Allí, seremos cada uno de nosotros alimentados de una manera perfecta con la visión divina. Por eso, la importancia de honrar y adorar la presencia de Jesús y hacer todo lo posible en nuestra vida para que siempre podamos ser dignos de recibirlo, de alimentarnos con Él, sabiendo que esto prepara para la comida celestial. 
Pidamos la gracia del Señor para que nos ilumine, nos fortalezca y podamos vivir profundamente este misterio de amor.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo.  Ciclo B.  02 de junio  de 2024.