3 de junio de 2024

En la Eucaristía, bajo las especies de pan y vino, recibimos al mismo Hijo de Dios hecho hombre, transformándonos en Él.

 



Celebramos hoy este misterio de fe, la presencia de Jesús en la Eucaristía bajo las especies de pan y vino, por la que el Señor ha querido quedarse con nosotros hasta el fin de los tiempos. 
En este misterio ciertamente se centra toda la riqueza de la Iglesia porque en la Eucaristía recibimos al mismo Hijo de Dios hecho hombre, podemos alimentarnos con Él. 
¿Y cómo ha sido posible todo esto? Recorramos la Sagrada Escritura. En la primera lectura tomada del libro del Éxodo (24,3-8), se  narra el hecho de la alianza de Dios con el pueblo elegido en el monte Sinaí. Es Dios el que sale al encuentro de ese pueblo que ha sacado de la esclavitud de Egipto, que lo ha conducido y que lo ha elegido para ser el depositario de sus promesas de salvación.
El texto que acabamos de proclamar describe cómo fue el rito del pacto, de la alianza. Unos jóvenes elegidos por Moisés sacrificaron las víctimas. Mientras tanto Moisés había erigido un altar y había puesto doce piedras que representaban a las doce tribus de Israel. Y con parte de la sangre de las víctimas roció el altar y con la otra parte roció a la gente. Mientras tanto el pueblo se compromete con ese Dios que lo busca y que quiere hacer una alianza, pidiéndoles que vivan los mandamientos, que sigan su palabra.
¿Por qué se rocía con sangre? Para el judío especialmente, en la sangre está la vida, y el rociar con la sangre de la víctima indicaba la purificación exterior  mencionada en la carta a los Hebreos (9,11-15).
Pero además, está indicando que con esa alianza sellada con sangre de animales, se hermanan todas las tribus entre sí y con Dios.
Es decir, comienza un parentesco fuerte, acontece lo que nosotros decimos en el lenguaje normal, tal persona es de mi misma sangre, tenemos la misma sangre con tal familia, con tal apellido, etc. 
¿Qué indicamos con la afirmación de la misma sangre? Un parentesco, somos familia, tenemos un mismo origen que es el que Dios nos ha creado y nos ha hermanado. 
Pero es aquí que el pueblo no cumple, siendo  un signo de lo que es el corazón del hombre, un corazón cambiante, que es fiel por un tiempo y después es infiel, vuelve a unirse a Dios, después otra vez a las andadas, alejándose de Dios. 
Pero Dios no se olvida de lo que ha hecho y mantiene firme ese pacto, esa alianza, reprendiendo no pocas veces al pueblo elegido, tratando de atraerlo nuevamente al compromiso y a la fidelidad. 
Por eso también en la misma historia de Israel, el sacerdote entrando en el santuario, ofrecía sacrificios y como recuerda la segunda lectura, se rociaba al pueblo con sangre y cenizas de las víctimas de los holocaustos,  para significar una pureza exterior. 
Pero Dios no se conforma con eso, quiere una pureza profunda, no meramente una purificación externa, sino una redención del pecado mismo, para lo cual nuevamente se da el que se derrame sangre, la sangre del Señor en la cruz. 
Por eso el mismo autor de la carta a los hebreos indica que Jesús, que es el puente entre Dios y los hombres, que es mediador, con un solo sacrificio salvó a la humanidad. No necesitaba repetir permanentemente, como en la antigua alianza, las ofrendas, sino que Él  se entrega una sola vez para siempre en la cruz, derramando su 
sangre, y como víctima nos redime del pecado y de la muerte eterna.
Y se realiza una alianza más perfecta, nos hace a todos  familia con su sangre derramada, nos une a todos y cada uno de nosotros. 
A todos los pueblos de la tierra que con fe creen en Él, la sangre redentora les llega para formar una única familia,  y tener un único pastor, que es  Cristo, que permanece hasta el fin de los tiempos. 
Y nos deja este regalo de la Eucaristía, este sacramento, cuya institución aconteció en la última cena, como acabamos de escuchar, en el Evangelio (Mc. 14,12-16.22-26), y ahí Jesús se da a comer. 
Tomen, este es mi cuerpo..... Tomen y beban, esta es mi sangre derramada por muchos, realizándose esta unión tan estrecha con Jesús, si lo recibimos con un corazón limpio, sin pecado. 
Y Cristo entonces entra a formar parte de nuestra vida, ya que como san Agustín dice, con la Eucaristía no pasa lo que sucede con otro alimento. Y así, cuando uno come un pedazo de pan, ese pan es asimilado por el cuerpo de la persona, mientras que con la comida eucarística somos asimilados por el cuerpo de Cristo, haciendo ver la estrecha unión que implica recibir la Eucaristía. 
Con este sacramento nos alimentamos con el cuerpo y  sangre del Señor, y para que a nadie resultara difícil este alimento, dice Santo Tomás de Aquino, que el mismo Dios ha elegido este medio de las especies eucarísticas, el pan y el vino. 
De manera que después de la consagración está presente el cuerpo y sangre del Señor. 
Ya a lo largo de la historia hemos podido contemplar muchísimos milagros eucarísticos, precisamente el beato Carlos Acutis, que próximamente será canonizado, se especializó en hacer visibles los milagros eucarísticos. 
En efecto, en no pocas veces y lugares, el mismo Jesús, para cortar la duda que hubiera en alguien, se hacia presente de alguna manera milagrosamente.
La eucaristía, como el mismo beato afirmaba con fe, es la autopista al cielo, es la que nos conduce al encuentro con Dios, y que está significado precisamente en el texto del Evangelio de hoy, cuando Jesús dice, ya no beberé más de esta copa hasta que beba el vino nuevo en el reino. 
En efecto, el banquete eucarístico celebrado en la tierra prepara para el otro banquete, el de la gloria con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. 
Allí, seremos cada uno de nosotros alimentados de una manera perfecta con la visión divina. Por eso, la importancia de honrar y adorar la presencia de Jesús y hacer todo lo posible en nuestra vida para que siempre podamos ser dignos de recibirlo, de alimentarnos con Él, sabiendo que esto prepara para la comida celestial. 
Pidamos la gracia del Señor para que nos ilumine, nos fortalezca y podamos vivir profundamente este misterio de amor.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo.  Ciclo B.  02 de junio  de 2024.

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