1 de julio de 2024

La muerte no tiene la última palabra sobre el ser humano, ya que ha sido vencida por la resurrección de Cristo.

 


El eje temático de los textos bíblicos de este domingo se encuentra en el binomio vida y muerte, presente en la primera lectura tomada del libro de la Sabiduría (1,13-15;2,23-24) y en el texto del Evangelio (Mc. 5, 21-24.35b-43), que conducen a  preguntarnos acerca  de la vida que transitamos y de la muerte como fin temporal.
De hecho, en nuestra cultura, no pocas veces acontece que personas, sobre todo jóvenes,  no le ven sentido a la vida, porque pareciera que esta no tiene sentido, o porque se ha perdido esa relación necesaria con el autor de la vida que es Dios Nuestro Señor. 
Sin embargo, el libro de la Sabiduría enseña que Dios "ha creado todas las cosas para que subsistan; las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas ningún veneno mortal y la muerte no ejerce dominio sobre la tierra. Porque la justicia es inmortal."
De la bondad de lo creado habla también el libro del Génesis, cuando  describe que todo lo que existe sale de las manos de Dios, y por lo tanto todos los seres son buenos, más aún, el hombre mismo es perfecto porque lo ha creado a su imagen y semejanza, con lo cual está llamado a la inmortalidad. 
Pero todo este proyecto divino se ve interrumpido por la mentira del espíritu del mal, que por envidia arrastra al hombre al pecado y por el cual ingresa la muerte en la vida de cada hombre que nace.
La muerte  nos acecha siempre y sabemos que algún día golpeará  a cada uno, pero desde la fe no hemos de mirarla  como lo último que acontece, sino en definitiva como un paso para llegar a la eternidad.
Es interesante contemplar cómo en el texto del Evangelio, cuando Jesús decide devolver la vida a esta niña que ha muerto,  insiste en que la misma está dormida y todos se ríen de él, como aconteciera también  con la muerte y resurrección de Lázaro.
¿Cómo es posible hablar de sueño y no de muerte? Porque Cristo es aquel que ha muerto y ha resucitado,  asegurando así la de cada uno de nosotros, que algún día resucitaremos uniéndose nuevamente el cuerpo y el alma de cada personas que vino a este mundo.
Ahora bien, ¿qué diferencia hay entre estar dormido y muerto?. En el lenguaje popular, al lugar donde se sepultan los cuerpos le llamamos cementerio o también necrópolis. El término cristiano es cementerio, que se traduce como el lugar de los que duermen, mientras que necrópolis, en cambio, es un término pagano, que significa la ciudad de los muertos, la de aquellos que no tienen esperanza porque  no creen en la resurrección, siendo la muerte el final de todo, mientras que los cristianos aspiramos desde la fe a volver nuevamente a la vida,  porque la muerte es una dormición pasajera. 
La muerte no tiene la última palabra sobre el ser humano, ya que ha sido vencida por la resurrección de Cristo y, si bien todavía no se aplica esta victoria sobre cada uno de nosotros, en esperanza sabemos que esto sucederá, de manera que el Señor de vivientes que es Cristo, nos sigue enseñando y exhortando para que vayamos siempre caminando hacia el encuentro de la vida eterna, de manera que allí cuando lleguemos, recuperemos la inmortalidad en la que fuimos creados y perdimos a causa del pecado de los orígenes.
Mientras tanto, nuestra existencia tiene que caracterizarse por el seguimiento de Cristo practicando las virtudes que conducen a ello. 
Precisamente San Pablo escribiendo a los corintios (2 Cor 8, 7.9.13-15) les dirá como acabamos de escuchar, que ya que ellos se destacan en la vivencia de muchas virtudes y obras buenas, también tienen que sobresalir en la generosidad, en saber compartir los bienes propios con aquellos que menos tienen, refiriéndose especialmente a los pobres de la comunidad de Jerusalén.
Es en esta actitud de  generosidad donde se puede vivir la fe en la vida o en la muerte, ya que cuando a las cosas de este mundo le damos una importancia absoluta, poniendo en ellas la seguridad personal como queriendo detener la muerte, es cuando el corazón también se cierra ante las necesidades de los demás. 
En cambio, cuando el creyente practica aquello de que Cristo siendo rico se hizo pobre, está mostrando que no tiene lugar de residencia aquí sino en lo que espera, en el encuentro definitivo con el Señor, por lo que como Él se entregó al ser humano, así también el creyente busca entregarse dándose a sí mismo y de sus bienes, de manera que se cumpla aquello "que a nadie le sobre y a nadie le falte".
Por lo tanto, en el manejo de las cosas temporales estamos  viviendo o no esta fe en la vida eterna que nos espera, donde la muerte será vencida definitivamente.
Pidámosle al Señor que nos siga enseñando, y mostrando el camino que conduce a la grandeza de cada uno  en la comunión última con Dios.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XIII del tiempo per annum. Ciclo B.  30 de junio  de 2024.

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