8 de julio de 2024

Yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes que se han rebelado contra mí; sea que te escuchen o no te escuchen, sabrán que hay un profeta en medio de ellos.

Desde que el hombre se levantó contra su Creador, pretendiendo igualarle en grandeza, envalentonado por la mentira del espíritu del mal, la historia humana  presenta a un Dios que sigue eligiendo a su criatura más perfecta manteniéndose fiel a sus promesas de salvación y, un ser humano indócil, rebelde y buscador de sí mismo por sobre todas cosas, sin lograr la plenitud de vida que se le ha prometido.
La historia de esta rebeldía humana la encontramos plasmada en la relación entre Dios y el pueblo elegido Israel, tan errante como difícil, por lo que el Señor envía a sus portavoces, los profetas, exhortando a la conversión y fidelidad a la Alianza, encontrando no pocas veces la indiferencia e incluso, la decisión de seguir pecando contra Él.
El profeta Ezequiel (2, 2-5) es uno de los elegidos a quien un espíritu le dice "Yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes que se han rebelado contra mí; ellos y sus padres se han sublevado contra mí hasta el día de hoy. Son hombres obstinados y de corazón endurecido aquellos a los que yo te envío."
Previendo que el profeta  no será escuchado y la Palabra divina rechazada, se le insta a no dejar de llevar el mensaje de salvación exhortando a la conversión, una y otra vez, recordando que sea o no escuchado, los israelitas sabrán que hay un profeta en Israel.
A nosotros cabe el mismo envío  para evangelizar en nuestro tiempo, sufriremos también  el mismo rechazo en cuanto evangelizadores, y contemplaremos la indiferencia ante la Palabra de Dios, pero hemos de insistir oportuna o inoportunamente para que alguna persona se haga eco de la predicación y retorne a la casa paterna.
No será fácil la misión que se nos confía, dado el alto grado de contaminación que existe en la sociedad, tanto respecto a la verdad como al bien, de modo que el error se ha entronizado en las mentes, y el mal reconocido como meta de la vida, y el ser humano piensa y obra como le viene en gana, creyendo que ya nadie le puede poner límites o indicar el rumbo correcto de sus vidas.
Sin embargo, a pesar de todos los obstáculos, ya es un avance el que seamos conocidos como aquellos que son fieles al Señor y que procuramos  mantenernos en la verdad y el bien.
En el texto del evangelio (Mc. 6, 1-6a) contemplamos lo mal que es recibido Jesús en Nazareth. En un primer momento se asombran al escucharlo en la sinagoga y visualizar las curaciones que realiza,  pero después ponen en duda estos hechos a causa de que es bien conocido en su pueblo como simple carpintero -el hijo de María- y conocidos sus parientes, que no descuellan para nada tampoco. 
Este rechazo por la falta de fe hace que Jesús no pueda hacer ningún milagro, salvo algunas curaciones de quienes  se acercaban con fe en su persona y poder divino.
De allí se ha hecho proverbial el dicho "nadie es profeta en su tierra".
También nosotros posiblemente no seamos muy reconocidos en nuestros ambientes de origen, porque quizás, no pocos piensen que no estamos a la altura de las circunstancias, atentos a que nos conocen de chicos o de jóvenes, en situaciones diferentes.
De todos modos es el Señor el que nos envía, y sólo a Él hemos de responder en nuestra vocación de profetas de este tiempo, confiando siempre en su poder y fuerza mientras desconfiamos de lo propio.
Con la figura de san Pablo (2 Cor. 12,7-10) se completa este cuadro que estamos meditando acerca del anuncio que debe ser predicado y escuchado y, del mensajero elegido y enviado para hacerse presente en el mundo en el que estamos insertos.
El apóstol reconoce que tiene una espina clavada en su cuerpo por la acción de un demonio que lo hace sufrir no poco, suplica ser liberado por Jesús, el cual le dirá que le basta su gracia ya que su poder triunfa en la debilidad, promesa consoladora por cierto.
Esta debilidad o espina clavada - no sabemos cuál era en el apóstol- la tenemos cada uno de los mensajeros, porque todos tenemos debilidades y pecados que agobian, por lo que se cumple aquello de "me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte".
En Cristo, toda debilidad humana se convierte en fortaleza para vivir dando ejemplo ante el mundo, sin dejar de evangelizar superando las dificultades centrados en la roca que es el Señor.

 

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XIV del tiempo per annum. Ciclo B.  07 de julio  de 2024.

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