9 de diciembre de 2024

La Virgen Santísima fue concebida sin pecado original, aplicándosele a ella, de un modo anticipado, los méritos futuros de su Hijo, que moriría en la cruz.

 

Se celebra hoy el segundo domingo de Adviento en la Iglesia, pero la Santa Sede,  hace años, ha concedido a la República Argentina una dispensa y, es que en los años en que la solemnidad de la Inmaculada Concepción, coincide con un domingo, se celebre la Eucaristía en honor de la Virgen Santísima, habida cuenta del peso que tiene esta devoción en la comunidad católica. Por eso es que estamos celebrando esta misa en honor de la Inmaculada Concepción, manteniendo algunos elementos propios del segundo domingo de Adviento, como fue la segunda lectura. 
De hecho, no debemos separar esta fiesta de la Inmaculada del marco del tiempo de Adviento en el que vivimos. ¡Qué mejor que celebrar a la Virgen mientras esperamos el nacimiento de su Hijo! 
Ahora bien,  ¿qué se celebra en esta fiesta de la Inmaculada Concepción, dogma de fe instituido por el Papa Pío IX en 1854? Recordemos que, antes de esa fecha, ya el pueblo fiel celebraba con devoción a la limpia y pura Concepción de María. Es decir, desde la fe  se entendía que aquella que había sido elegida como Madre del Salvador, no podía estar manchada con pecado alguno. 
Por eso, el dogma de fe define que la Virgen Santísima fue concebida sin pecado original, aplicándosele a ella, de un modo anticipado, los méritos futuros de su Hijo, que era el Hijo de Dios hecho hombre, que moriría en la cruz. 
De manera que Dios preparó a María de una manera especial para que fuera digna morada de su Hijo hecho hombre. 
El misterio de la encarnación que acabamos de proclamar en el texto bíblico, supone la Inmaculada Concepción de María, o sea, que la Virgen fuera engendrada sin pecado original. 
Y de esa manera, ella restablece el orden que existía en la creación del hombre pero que el mismo ser humano destruyó con el pecado. 
El pecado original del cual hemos escuchado en la primera lectura,  provoca un desorden muy grande en el ser humano, ya que lo enemista con Dios,  con la naturaleza de las cosas, con los demás y consigo mismo. 
Por eso no es extrañar que cuando Dios pregunta a Adán, ¿dónde estabas?, le contestara el primer hombre que se había ocultado porque estaba desnudo, -desnudez como pérdida de la inocencia original-. ¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Cómo has caído en la cuenta de tu separación con el Creador? Porque justamente el hombre y la mujer habían desobedecido al Señor entrando su pecado, el pecado original, a todos los hombres y con él también la muerte,  último enemigo que será destruido al fin de los tiempos, pero que ya ha sido vencido por la muerte de Cristo y su resurrección. María Santísima, entonces, al aceptar ser la Madre del Salvador, pasa a ser el medio a través del cual llegará la salvación para la humanidad. 
María Santísima, servidora del Señor viene en ayuda nuestra como Madre y clama siempre delante de Dios Padre y de su Hijo por nosotros,  por nuestro bien. Intercede para que no nos falte nunca la gracia de lo alto para poder vencer al espíritu del mal y seguir caminando en este mundo hacia la patria celestial. 
Por eso, queridos hermanos, pidamos siempre a María Santísima que  guíe nuestros pasos,  proteja, y enseñe el camino que conduce a su Hijo.  
Hermanos: Imitando a María que dijera "Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según has dicho", también nosotros, descubriendo el plan  divino sobre cada uno, podamos también decir humildemente Yo soy el servidor o Yo soy la servidora, hágase en mí según tu palabra.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santísima. (en el 2do domingo de Adviento Ciclo C.)  08 de Diciembre de 2024.

2 de diciembre de 2024

Con la mirada puesta en la segunda venida de Cristo, preparemos el corazón para actualizar su nacimiento salvador de la humanidad en Belén.



El Reino de Judá en el siglo VI a.C., no se distinguía por su fidelidad al Dios de la Alianza, agravado esto por el gobierno  de una serie de reyes ineptos, por lo que el profeta Jeremías anuncia el escarmiento bajo el enemigo, pero no lo escuchan.  Llegado el momento Nabucodonosor, rey de Babilonia, sitia a Jerusalén, la ciudad es avasallada, y a su vez, se desploma el Reino de Judá.
Después de esto se produce el destierro a Babilonia de las clases dirigentes, quedando sólo los pobres en la ciudad en ruinas donde todos se lamentan por el gran desastre ocurrido. 
Sin embargo, Jeremías que había anunciado calamidades, movido por Dios, anuncia  la necesidad de mantener la esperanza viva mirando el futuro, cuando nazca un nuevo retoño del tronco de David, un nuevo germen, el Mesías, el cual se llamará nuestra justicia.
En efecto, Él será nuestra justicia porque vendrá a implantar justicia y derecho, no sólo en el pueblo elegido, sino también en  la tierra. 
A su vez, comprobamos que la historia de la salvación comienza ya en la creación del mundo, se continúa en el tiempo durante el cual se prepara el nacimiento del Mesías, que vamos a actualizar en la próxima Navidad, y  se continúa después del nacimiento y de la vida de Cristo,  hasta llegar a su segunda venida, al fin de los tiempos. 
De manera que, el año litúrgico que hoy comenzamos, con el tiempo de Adviento, prepara nuestro espíritu para celebrar el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre, y comprendamos que, así como ese acontecimiento se cumplió en el tiempo, también se concretará  la segunda venida de Cristo, para la cual hemos de prepararnos. 
La segunda venida de Cristo  exige para el presente una actitud de vigilante espera, no abatirse por el pánico o el terror, sino sabiendo que el fin de los tiempos llegará, que ignoramos el día y la hora, y se realizará para que nosotros podamos acceder al reino que no tiene fin, que ya inaugurara Cristo nuestro Señor. 
Para alcanzar la meta de salvación  es imprescindible también las buenas obras, de las cuales habla San Pablo, en la segunda lectura, escribiendo a los tesalonicenses (I Tes. 3,12-4,2), donde  insiste en la necesidad de que sigan creciendo en santidad. Se trata de una comunidad que es fiel al Señor, que trata de obrar siempre en consonancia con el Evangelio, pero que no significa esto quedarse en lo que uno ya vive, sino en aumentar la calidad en nuestra relación con Dios y en la relación con los hermanos. De manera que entonces, con la mirada puesta en la segunda venida de Cristo, preparar el corazón para que cuando Él venga, no nos encuentre desprevenidos, sino atentos para ir con Él a la gloria del Padre.
El texto del Evangelio (Lc.21,25-28.34-36) vuelve a insistir con términos fuertes, acerca del fin de los tiempos, y obviamente, está contemplando Lucas, más que todo, la caída de Jerusalén en el año 70, que implicará que la nueva iglesia, el cristianismo, continúe, prolongue la vida religiosa del pueblo elegido. 
La caída de Jerusalén, por lo tanto, no es un mero hecho histórico, con la destrucción del templo, sino que implica siempre un nuevo comienzo. En el caso del Antiguo Testamento, el nuevo comienzo se verifica con el anuncio del Mesías, el nuevo germen de David, y en el caso de la caída de Jerusalén en el Nuevo Testamento, la continuación de la iglesia fundada por Cristo nuestro Señor. 
A nosotros se nos pide, por lo tanto, en este tiempo de Adviento, ir preparándonos para encontrarnos con el Señor. Por eso también es un tiempo litúrgico de penitencia, de conversión, para profundizar en las maravillas que Dios hace con nosotros y que siempre espera que respondamos con una entrega cada vez mayor a Él y al prójimo.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 1er domingo de Adviento. Ciclo C.  01º de Diciembre de 2024.