30 de diciembre de 2024

"Miren cómo nos amó el Padre: quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente, creados para ser semejantes a Él".

 

Celebramos este domingo la fiesta de la Sagrada Familia de Nazareth que la Iglesia ofrece como modelo de lo que han de ser las familias cristianas,  imitando sus virtudes y ejemplos a lo largo de la vida.
La clave para la reflexión la encontramos hoy en la primera carta del apóstol san Juan (3, 1-2.21-24): "Miren cómo nos amó el Padre: quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a Él".
Dios nos ha creado para que seamos sus hijos adoptivos ya que "desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es".
¿Qué significa "desde ahora"? desde el momento que el Hijo de Dios se hizo hombre en el seno de María, nació en Belén para salvarnos del pecado y de la muerte eterna y murió en la Cruz para redimirnos.
Por el pecado original perdimos muchos dones otorgados por Dios, pero por Jesús recuperamos la gracia santificadora en el bautismo, por lo que hechos nuevamente hijos adoptivos, estamos llamados a la Vida Eterna futura con el Padre Dios.
Para vivir esta condición de hijos, Dios nos ha regalado  la familia humana, siendo un ejemplo modélico la familia de Nazaret.
En la familia cristiana el ser humano se desarrolla como lo hiciera Jesús en la suya, que crecía física y espiritualmente, agradando a Dios y a los hombres con su sabiduría y obediencia a sus padres.
En los textos bíblicos aparece claramente que el ser humano ha sido creado para Dios, amarle y servirle y, después gozar de su presencia en la vida eterna, junto a los bienaventurados.
Precisamente  en el primer libro de Samuel (1,20-22.24-28), Ana, mujer de Elcanà, que era estéril, es escuchada por Dios en su súplica confiada  y nace Samuel, el cual queda consagrado al culto divino tal como lo había prometido su madre, quien a su vez es bendecida con  nuevos hijos como don renovado de Dios.
Los hijos, por tanto, son  dones divinos, que deben ser orientados siempre a realizar la voluntad de Dios, como hijos suyos, aunque sujetos a los padres de la tierra como aconteció con Jesús.
A su vez, los padres son dones entregados a sus hijos para cuidarlos y guiarlos a la Patria del cielo, por lo que mutuamente cultivan los lazos de afecto y cercanía, buscando en su libertad solamente agradar a Dios y servir a los hermanos, como destaca san Juan.
En efecto, como hijos adoptivos, hemos de vivir los mandamientos divinos como una forma concreta de permanecer en Dios y que a su vez Él permanezca en nosotros.
La familia de Nazaret ofrece a los creyentes un verdadero modelo de la configuración de la familia humana, según la voluntad creacional de Dios, quien a su vez otorga una bendición especial que no rompe el pecado y que es el matrimonio.
Este ejemplo nos ayuda a ver que las uniones de hecho de parejas, heterosexuales o no, no responden a la voluntad de Dios, y desfiguran el modelo ofrecido por la palabra de Dios, llevando no pocas veces a la confusión en un mundo ya desviado de la verdad y el bien que ha dejado de lado al Creador.
No nos cansemos de valorar y difundir la belleza de la familia según el diseño divino, ofrecida para la felicidad y perfección de los hijos adoptivos de Dios que somos nosotros. 


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  la Fiesta de la Sagrada Familia. 29 de  Diciembre de 2024.

26 de diciembre de 2024

"El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz" (Isaías 9, 1-3.5-6).

 

"El  pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz" (Isaías 9, 1-3.5-6). El texto  refiere al pueblo de Israel, acosado por los asirios, siempre con dificultades a causa de su inferioridad,  vivía en tinieblas a causa también de sus pecados, con la sensación de estar abandonado de la mano divina.
Sin embargo, Dios inspira al profeta, indicándole que transmita alegría y esperanza porque ha decidido liberarlo del yugo, del dolor y sufrimiento, para retornar a la tierra de promisión.
Esta alegría esperanzadora se funda en la presencia de un niño, porque "un hijo nos ha sido dado. La soberanía reposa sobre sus hombros y se le da por nombre: "Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la Paz. Su soberanía será grande, y habrá una paz sin fin para el trono de David y para su reino".
De este modo se anuncia el nacimiento del Mesías, el cual según   la profecía de Miqueas, será en Belén de Judá.
Coincidente con el anuncio profético, el apóstol san Pablo dirá a Tito (2, 11-14) que "La gracia de Dios que es fuente de salvación para todos los hombres se ha manifestado". Palabras con las que se afirma que no solamente el pueblo elegido, sino toda la humanidad, está llamada a beneficiarse con la venida, con la llegada de este niño. 
Ahora bien, ante la venida del Salvador es necesario nuestra respuesta personal por tanto bien recibido. ¿Y cómo? Nos lo dice el mismo San Pablo: la gracia "nos enseña a rechazar la impiedad y las concupiscencias del mundo, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús".
O sea, no quedarnos en las trivialidades de este mundo, ni movernos por las insensateces de la sociedad, sino buscar ser distinto, ser diferente, amigos de Dios, con la mirada puesta siempre en la segunda venida del Salvador, anticipo de nuestra vida en la gloria.
Más aún, el mismo apóstol anticipa que este niño será quien llegado a la adultez se entregará por nosotros "a fin de librarnos de toda iniquidad, purificarnos y crear para sí un pueblo elegido y lleno de celo en la práctica del bien".
No obstante, como pueblo elegido, nos tocará vivir en medio de un mundo que es muchas veces hostil a Dios nuestro Señor, porque sigue en gran medida en la oscuridad de su propio pecado y maldad 
al que se le ofrece la Luz, que es el nacimiento de Jesús, que viene a transformar y a cambiar la vida humana.  
Por lo que es necesario que el ser humano alcance a percibir todo esto y se decida a vivir, y comprometerse cada vez más con aquel que viene a rescatarnos del pecado y de la muerte eterna. 
Ahora bien, los ángeles anuncian la gloria de Dios (Lc. 2,1-14), por lo que también nosotros en medio de un mundo hostil e incrédulo hemos de anunciar la gloria del Señor, poniendo nuestra confianza en el mundo nuevo que  Jesús inaugura, en la vida nueva que comienza, pensando en la presencia del Niño de Belén que se ofrece a toda persona de buena voluntad para comenzar con un compromiso distinto al que a lo mejor estábamos llevando hasta ahora. 
La vida del cristiano siempre supone conversión y comenzar siempre algo nuevo. Y si algo nuevo es un compromiso mayor con el Salvador, la gracia de Dios entonces que se nos ha manifestado no nos va a faltar para poder realizar esto. 


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  la Solemnidad de la Natividad del Señor.  25 de Diciembre de 2024.

23 de diciembre de 2024

Dios quiere de nosotros que busquemos su voluntad en cada momento de nuestra vida, como lo hiciera Jesús el Salvador.


El profeta Miqueas, contemporáneo del profeta Isaías (Miq. 5,1-4), anuncia la necesidad de volver a Belén para que nazca algo nuevo, porque el reino de Judá asediado por los asirios, ha sido gobernado  por una serie de reyes ineptos que han llevado al país a la ruina, por lo que el profeta anuncia que Judá será purificado, tendrá que soportar muchas cosas y comenzar de nuevo.
Comenzar de nuevo significará por un lado la unión con el reino de Israel formando otra vez un único pueblo y, que después de la purificación vendrá un nuevo pastor que gobernará sabiamente al pueblo elegido, para lo cual es necesario entonces volver a los orígenes, que fueron humildes ya que David era de Belén y fue elegido después que fueran rechazados sus hermanos mayores. 
En efecto, Dios miró la pequeñez de David y lo eligió para hacer en él y por él grandes cosas, de manera que para la restauración del pueblo elegido es necesario  retornar a los orígenes humildes. 
Es por eso que el profeta habla de Belén como una ciudad elegida, privilegiada, mirando por supuesto el futuro, ya que en ese pequeño lugar  nacería el Mesías, el Hijo de Dios vivo, de modo que el pueblo a pesar de saber que faltaba todavía para la venida del Salvador, le quedaba el consuelo y la esperanza del cumplimiento de la promesa,  que el descendiente de David cambiaría todas las cosas.
Ahora bien, también nosotros esperamos que la venida del Salvador en la humildad del pesebre venga a transformar y a cambiar la existencia humana toda vez que el ser humano abra su corazón para que en él entre el niño recién nacido y toda vez que el ser humano quiera realmente transformarse para poder entregarse a Dios nuestro Señor.
Recordemos que Dios quiere de nosotros que busquemos su voluntad en cada momento de nuestra vida, como lo hiciera Jesús el Salvador.
Precisamente en la carta a los Hebreos (10,5-10) se afirma que Jesús reconoce que Dios no quería sacrificios, ni holocaustos, sino que le ha dado un cuerpo, porque ha venido a este mundo para hacer la voluntad del Padre. siendo esta su misión.
De este modo "declara abolido el primer régimen para establecer el segundo".
Por lo que por el cumplimiento de la voluntad del Padre se cumple aquello que se afirma: "quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre"
O sea, entregar su cuerpo consiste en morir en la cruz, cumpliendo la voluntad divina, de modo que el creyente que quiere vivir realmente en unión con Dios ha de buscar siempre su voluntad, que se expresa y manifiesta en la Sagrada Escritura, en la vivencia de los diez mandamientos, en el seguimiento de las enseñanzas de Cristo que siempre muestra el camino de la verdad.
Por eso hemos de estar dispuestos a encontrarnos con el Señor que viene a vivir con la humanidad nuestra misma historia.
Precisamente (Lc. 1, 39-45) hemos escuchado en el texto del evangelio, cómo la Virgen de prisa, va a visitar a su prima Isabel que está esperando a Juan Bautista, por lo que ambas están embarazadas.
Isabel representa de alguna manera al Antiguo Testamento que deja lugar al Nuevo, a su vez, Juan será profeta que une los dos testamentos tanto al antiguo como al nuevo, siendo Cristo el que trae la novedad total porque nacerá en un mundo totalmente deseoso, aunque no lo exprese, de salvación, aunque no sepa como será esto.
El texto del evangelio recuerda, por otra parte, que Isabel es llena del Espíritu Santo en ese momento, mientras que a María Santísima en el momento del anuncio del ángel se le dirá la llena de gracia.
Isabel recién ahora recibirá la plenitud del Espíritu, viviendo la alegría de Juan que será el precursor, que prepara los corazones para recibir al Mesías.
Vayamos también nosotros al encuentro de la Virgen que trae a Jesús, y como Isabel manifiesta la alegría y el gozo sabiendo que ya está cerca la salvación, también nosotros manifestemos nuestra alegría  sabiendo que  tenemos de nuevo la oportunidad de entregarnos a Cristo nuestro Señor y comenzar una existencia totalmente nueva.
Vivamos siempre buscando la voluntad de Dios, y cómo agradar al Padre del Cielo, y aunque sabemos que tenemos dificultades, que nos cuesta vivir haciendo el bien, poseemos la certeza que con la gracia de Dios todo será posible.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el 4to domingo de Adviento Ciclo C. 22 de Diciembre de 2024.

16 de diciembre de 2024

El corazón del convertido está siempre abierto a las necesidades de los demás, buscando seguir la voluntad de Dios en su deber de estado.

 


La idea central que otea en este tercer domingo de adviento es la de vivir la alegría ante la proximidad de la venida del Señor. 
Y así el profeta Sofonías (3,14-18) anuncia a un pueblo sin esperanza de salvación, que se llene de alegría porque el Señor ha retirado las sentencias que pesaban sobre el mismo y ha expulsado a los enemigos de Jerusalén de modo que "el Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti; ya no temerás ningún mal".
Vendrá un tiempo en que Dios nuevamente manifestará su rostro, y así, el pueblo de Israel crecerá en la esperanza y en el deseo de encontrarse con el Dios que salva,  que muchas veces aparece apartado del pueblo elegido a causa de sus pecados, pero que, a pesar de todo, busca encontrarse con todos aquellos que forman este pueblo predilecto, en el cual se va escribiendo la historia humana. 
De manera que la alegría debe ser siempre lo que abunde en el corazón del que espera a Dios y desea  vivir según su voluntad. 
Por eso San Pablo (Fil. 4,4-7) dice "alégrense siempre en el Señor". Se trata de la alegría en Dios que perdura, no como la alegría mundana propia de las frivolidades de la sociedad o de este mundo, que es pasajera y que no colma el corazón, sino la presencia del Señor es la verdadera alegría, al saber que Él está con nosotros, en medio de nosotros y que quiere seguir estando. 
De hecho, dentro de un rato se hará presente acá en medio de nosotros, en la Eucaristía, mostrándonos así cuán importantes somos  y cómo Él se goza contemplándonos también. En efecto, como un padre o una madre se gozan contemplando a su hijo, así también mucho más el Padre del Cielo goza y se alegra contemplándonos a nosotros, particularmente cuando hacemos el bien. 
El tiempo de adviento es el tiempo de preparación entonces para recibir a Jesús con alegría. Y por eso con la misma alegría también debemos trabajar para la conversión personal. Esa conversión que pasa por el deseo de rectificar rumbos, caminos, decisiones que hayamos tenido en su momento pero que en la actualidad no permiten acercarnos a Dios. 
Precisamente, Juan Bautista en medio de la prédica, en medio del llamado a la conversión, señala dos aspectos de una verdadera conversión. Por un lado, la actitud de caridad para con los demás, cuando habla de compartir con el hermano que necesita la túnica o la comida o cualquier otra cosa. 
El corazón del convertido está siempre abierto a las necesidades de los demás, busca a su hermano para compartir de lo suyo. 
Pero también hace un llamado Juan Bautista  a que cada uno  examine su deber de estado,  si realmente vive conforme a la voluntad de Dios.
El texto del Evangelio (Lc.3,10-18) pone dos ejemplos, pero podríamos multiplicarlos hasta el infinito. Les dice a los publicanos que cobren lo justo, que no vivan aprovechándose de su trabajo de recaudador de impuestos para cometer injusticias y para enriquecerse. Y a los soldados les dirá que no estén extorsionando a nadie, que no hagan denuncias falsas, que vivan realmente de acuerdo a cómo se han de desempeñar con su misión. 
Y así, cada uno de nosotros debe mirar en la vocación que tiene, el trabajo que realiza, la profesión que desempeña y preguntarse realmente si está viviendo según la voluntad del Señor o según la voluntad propia, buscando su propio provecho y no el derecho y la justicia conforme a lo que el Señor  pide y reclama. 
De manera que la conversión personal ha de ser profunda, para que Jesús nazca en cada uno, y conduzca nuestra vida a lo largo del año. 
Hermanos: Pidamos la gracia de lo alto para  vivir nuestros ideales.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el 3er domingo de Adviento Ciclo C. 15 de Diciembre de 2024.

9 de diciembre de 2024

La Virgen Santísima fue concebida sin pecado original, aplicándosele a ella, de un modo anticipado, los méritos futuros de su Hijo, que moriría en la cruz.

 

Se celebra hoy el segundo domingo de Adviento en la Iglesia, pero la Santa Sede,  hace años, ha concedido a la República Argentina una dispensa y, es que en los años en que la solemnidad de la Inmaculada Concepción, coincide con un domingo, se celebre la Eucaristía en honor de la Virgen Santísima, habida cuenta del peso que tiene esta devoción en la comunidad católica. Por eso es que estamos celebrando esta misa en honor de la Inmaculada Concepción, manteniendo algunos elementos propios del segundo domingo de Adviento, como fue la segunda lectura. 
De hecho, no debemos separar esta fiesta de la Inmaculada del marco del tiempo de Adviento en el que vivimos. ¡Qué mejor que celebrar a la Virgen mientras esperamos el nacimiento de su Hijo! 
Ahora bien,  ¿qué se celebra en esta fiesta de la Inmaculada Concepción, dogma de fe instituido por el Papa Pío IX en 1854? Recordemos que, antes de esa fecha, ya el pueblo fiel celebraba con devoción a la limpia y pura Concepción de María. Es decir, desde la fe  se entendía que aquella que había sido elegida como Madre del Salvador, no podía estar manchada con pecado alguno. 
Por eso, el dogma de fe define que la Virgen Santísima fue concebida sin pecado original, aplicándosele a ella, de un modo anticipado, los méritos futuros de su Hijo, que era el Hijo de Dios hecho hombre, que moriría en la cruz. 
De manera que Dios preparó a María de una manera especial para que fuera digna morada de su Hijo hecho hombre. 
El misterio de la encarnación que acabamos de proclamar en el texto bíblico, supone la Inmaculada Concepción de María, o sea, que la Virgen fuera engendrada sin pecado original. 
Y de esa manera, ella restablece el orden que existía en la creación del hombre pero que el mismo ser humano destruyó con el pecado. 
El pecado original del cual hemos escuchado en la primera lectura,  provoca un desorden muy grande en el ser humano, ya que lo enemista con Dios,  con la naturaleza de las cosas, con los demás y consigo mismo. 
Por eso no es extrañar que cuando Dios pregunta a Adán, ¿dónde estabas?, le contestara el primer hombre que se había ocultado porque estaba desnudo, -desnudez como pérdida de la inocencia original-. ¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Cómo has caído en la cuenta de tu separación con el Creador? Porque justamente el hombre y la mujer habían desobedecido al Señor entrando su pecado, el pecado original, a todos los hombres y con él también la muerte,  último enemigo que será destruido al fin de los tiempos, pero que ya ha sido vencido por la muerte de Cristo y su resurrección. María Santísima, entonces, al aceptar ser la Madre del Salvador, pasa a ser el medio a través del cual llegará la salvación para la humanidad. 
María Santísima, servidora del Señor viene en ayuda nuestra como Madre y clama siempre delante de Dios Padre y de su Hijo por nosotros,  por nuestro bien. Intercede para que no nos falte nunca la gracia de lo alto para poder vencer al espíritu del mal y seguir caminando en este mundo hacia la patria celestial. 
Por eso, queridos hermanos, pidamos siempre a María Santísima que  guíe nuestros pasos,  proteja, y enseñe el camino que conduce a su Hijo.  
Hermanos: Imitando a María que dijera "Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según has dicho", también nosotros, descubriendo el plan  divino sobre cada uno, podamos también decir humildemente Yo soy el servidor o Yo soy la servidora, hágase en mí según tu palabra.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santísima. (en el 2do domingo de Adviento Ciclo C.)  08 de Diciembre de 2024.

2 de diciembre de 2024

Con la mirada puesta en la segunda venida de Cristo, preparemos el corazón para actualizar su nacimiento salvador de la humanidad en Belén.



El Reino de Judá en el siglo VI a.C., no se distinguía por su fidelidad al Dios de la Alianza, agravado esto por el gobierno  de una serie de reyes ineptos, por lo que el profeta Jeremías anuncia el escarmiento bajo el enemigo, pero no lo escuchan.  Llegado el momento Nabucodonosor, rey de Babilonia, sitia a Jerusalén, la ciudad es avasallada, y a su vez, se desploma el Reino de Judá.
Después de esto se produce el destierro a Babilonia de las clases dirigentes, quedando sólo los pobres en la ciudad en ruinas donde todos se lamentan por el gran desastre ocurrido. 
Sin embargo, Jeremías que había anunciado calamidades, movido por Dios, anuncia  la necesidad de mantener la esperanza viva mirando el futuro, cuando nazca un nuevo retoño del tronco de David, un nuevo germen, el Mesías, el cual se llamará nuestra justicia.
En efecto, Él será nuestra justicia porque vendrá a implantar justicia y derecho, no sólo en el pueblo elegido, sino también en  la tierra. 
A su vez, comprobamos que la historia de la salvación comienza ya en la creación del mundo, se continúa en el tiempo durante el cual se prepara el nacimiento del Mesías, que vamos a actualizar en la próxima Navidad, y  se continúa después del nacimiento y de la vida de Cristo,  hasta llegar a su segunda venida, al fin de los tiempos. 
De manera que, el año litúrgico que hoy comenzamos, con el tiempo de Adviento, prepara nuestro espíritu para celebrar el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre, y comprendamos que, así como ese acontecimiento se cumplió en el tiempo, también se concretará  la segunda venida de Cristo, para la cual hemos de prepararnos. 
La segunda venida de Cristo  exige para el presente una actitud de vigilante espera, no abatirse por el pánico o el terror, sino sabiendo que el fin de los tiempos llegará, que ignoramos el día y la hora, y se realizará para que nosotros podamos acceder al reino que no tiene fin, que ya inaugurara Cristo nuestro Señor. 
Para alcanzar la meta de salvación  es imprescindible también las buenas obras, de las cuales habla San Pablo, en la segunda lectura, escribiendo a los tesalonicenses (I Tes. 3,12-4,2), donde  insiste en la necesidad de que sigan creciendo en santidad. Se trata de una comunidad que es fiel al Señor, que trata de obrar siempre en consonancia con el Evangelio, pero que no significa esto quedarse en lo que uno ya vive, sino en aumentar la calidad en nuestra relación con Dios y en la relación con los hermanos. De manera que entonces, con la mirada puesta en la segunda venida de Cristo, preparar el corazón para que cuando Él venga, no nos encuentre desprevenidos, sino atentos para ir con Él a la gloria del Padre.
El texto del Evangelio (Lc.21,25-28.34-36) vuelve a insistir con términos fuertes, acerca del fin de los tiempos, y obviamente, está contemplando Lucas, más que todo, la caída de Jerusalén en el año 70, que implicará que la nueva iglesia, el cristianismo, continúe, prolongue la vida religiosa del pueblo elegido. 
La caída de Jerusalén, por lo tanto, no es un mero hecho histórico, con la destrucción del templo, sino que implica siempre un nuevo comienzo. En el caso del Antiguo Testamento, el nuevo comienzo se verifica con el anuncio del Mesías, el nuevo germen de David, y en el caso de la caída de Jerusalén en el Nuevo Testamento, la continuación de la iglesia fundada por Cristo nuestro Señor. 
A nosotros se nos pide, por lo tanto, en este tiempo de Adviento, ir preparándonos para encontrarnos con el Señor. Por eso también es un tiempo litúrgico de penitencia, de conversión, para profundizar en las maravillas que Dios hace con nosotros y que siempre espera que respondamos con una entrega cada vez mayor a Él y al prójimo.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 1er domingo de Adviento. Ciclo C.  01º de Diciembre de 2024.