El Reino de Judá en el siglo VI a.C., no se distinguía por su fidelidad al Dios de la Alianza, agravado esto por el gobierno de una serie de reyes ineptos, por lo que el profeta Jeremías anuncia el escarmiento bajo el enemigo, pero no lo escuchan. Llegado el momento Nabucodonosor, rey de Babilonia, sitia a Jerusalén, la ciudad es avasallada, y a su vez, se desploma el Reino de Judá.
Después de esto se produce el destierro a Babilonia de las clases dirigentes, quedando sólo los pobres en la ciudad en ruinas donde todos se lamentan por el gran desastre ocurrido.
Sin embargo, Jeremías que había anunciado calamidades, movido por Dios, anuncia la necesidad de mantener la esperanza viva mirando el futuro, cuando nazca un nuevo retoño del tronco de David, un nuevo germen, el Mesías, el cual se llamará nuestra justicia.
En efecto, Él será nuestra justicia porque vendrá a implantar justicia y derecho, no sólo en el pueblo elegido, sino también en la tierra.
A su vez, comprobamos que la historia de la salvación comienza ya en la creación del mundo, se continúa en el tiempo durante el cual se prepara el nacimiento del Mesías, que vamos a actualizar en la próxima Navidad, y se continúa después del nacimiento y de la vida de Cristo, hasta llegar a su segunda venida, al fin de los tiempos.
De manera que, el año litúrgico que hoy comenzamos, con el tiempo de Adviento, prepara nuestro espíritu para celebrar el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre, y comprendamos que, así como ese acontecimiento se cumplió en el tiempo, también se concretará la segunda venida de Cristo, para la cual hemos de prepararnos.
La segunda venida de Cristo exige para el presente una actitud de vigilante espera, no abatirse por el pánico o el terror, sino sabiendo que el fin de los tiempos llegará, que ignoramos el día y la hora, y se realizará para que nosotros podamos acceder al reino que no tiene fin, que ya inaugurara Cristo nuestro Señor.
Para alcanzar la meta de salvación es imprescindible también las buenas obras, de las cuales habla San Pablo, en la segunda lectura, escribiendo a los tesalonicenses (I Tes. 3,12-4,2), donde insiste en la necesidad de que sigan creciendo en santidad. Se trata de una comunidad que es fiel al Señor, que trata de obrar siempre en consonancia con el Evangelio, pero que no significa esto quedarse en lo que uno ya vive, sino en aumentar la calidad en nuestra relación con Dios y en la relación con los hermanos. De manera que entonces, con la mirada puesta en la segunda venida de Cristo, preparar el corazón para que cuando Él venga, no nos encuentre desprevenidos, sino atentos para ir con Él a la gloria del Padre.
El texto del Evangelio (Lc.21,25-28.34-36) vuelve a insistir con términos fuertes, acerca del fin de los tiempos, y obviamente, está contemplando Lucas, más que todo, la caída de Jerusalén en el año 70, que implicará que la nueva iglesia, el cristianismo, continúe, prolongue la vida religiosa del pueblo elegido.
La caída de Jerusalén, por lo tanto, no es un mero hecho histórico, con la destrucción del templo, sino que implica siempre un nuevo comienzo. En el caso del Antiguo Testamento, el nuevo comienzo se verifica con el anuncio del Mesías, el nuevo germen de David, y en el caso de la caída de Jerusalén en el Nuevo Testamento, la continuación de la iglesia fundada por Cristo nuestro Señor.
A nosotros se nos pide, por lo tanto, en este tiempo de Adviento, ir preparándonos para encontrarnos con el Señor. Por eso también es un tiempo litúrgico de penitencia, de conversión, para profundizar en las maravillas que Dios hace con nosotros y que siempre espera que respondamos con una entrega cada vez mayor a Él y al prójimo.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 1er domingo de Adviento. Ciclo C. 01º de Diciembre de 2024.