Ciertamente Jesús y María Santísima, o José, no estaban obligados a cumplir la ley de Moisés, ya que comienza con el Mesías la vigencia de la ley del evangelio.
Sin embargo, el Hijo de Dios, al asumir nuestra naturaleza humana y vivir entre nosotros, manifiesta siempre disponibilidad para observar la ley de Moisés, aunque la perfecciona con gestos nuevos, siendo ejemplo mostrando que ha venido para hacer la voluntad del Padre.
¿Qué marcaba la ley de Moisés? ¿Cuál es el origen de este ofrecimiento del varón primogénito en el Templo? Remontémonos al Antiguo Testamento, cuando Dios, para sacar al pueblo de la esclavitud de Egipto, decide la muerte de todos los primogénitos de los egipcios y así, el ángel exterminador pasa por cada casa y el primogénito varón muere.
Este hecho, de alguna manera, empuja al faraón a dejar salir al pueblo, comenzando la liberación del pueblo elegido.
La ley de Moisés ordenaba que recordaran esto a lo largo del tiempo, por lo que debían educar a los hijos señalando cómo el Señor los había sacado de la esclavitud de Egipto a través del ángel exterminador.
A raíz de esto, debían ofrecer en sacrificio a los machos primogénitos de los animales, mientras que el primogénito varón de los seres humanos, debía ser rescatado, con la ofrenda de las palomas, dos pichones y, debían ofrecerlo al Señor en el templo de Jerusalèn.
Y así entonces, cumpliendo con esta ordenanza mosaica, Jesús es llevado al Templo de Jerusalén para ser ofrecido al Padre del Cielo, de manera que se manifieste así, por otra parte, que el Hijo de Dios hecho hombre, siempre ha estado en esa actitud de ofrecimiento al Padre, cumpliendo con su voluntad.
Esa voluntad divina que se acata en esta presentación y anticipa la entrega generosa de morir en la cruz, salvando así a la humanidad.
Por eso también a esta fiesta se la llama la Fiesta del Encuentro. El encuentro entre Dios, o sea, Jesús, el Hijo de Dios vivo, y toda la humanidad. Particularmente, los paganos, de los cuales habla el mismo Simeón, el cual alzando al niño en brazos, da gracias a Dios y dice, "ahora puedo morir en paz, porque mis ojos han visto la salvación, Luz para el pueblo elegido y luz para los paganos".
Y nosotros mismos hemos recordado que Jesús es luz para el mundo, con la bendición de las candelas y llevarlas encendidas hacia el altar.
El cristiano también debe comprometerse a ser luz para el mundo, es decir, que las obras de cada día han de brillar por el seguimiento de Cristo, por la realización del bien, por buscar la voluntad del Padre.
De manera que iluminados nosotros por esa luz que es Cristo, hemos de iluminar también con nuestra presencia en medio de este mundo, de tal manera de ser la vida del creyente, que podamos ser luz para los demás.
De ese modo, quienes nos vean a través de nuestras conductas, palabras y obras, puedan reconocer realmente, que nos hemos encontrado con Jesús, luz del mundo y así sigamos iluminando también a la cultura de nuestro tiempo, a la sociedad que peregrina en este mundo hoy en día.
Y siempre con ese deseo de seguir caminando hasta entrar en el santuario, del cual hacíamos mención en el Salmo responsorial "Ábranse puertas eternas para que entre el Rey de la Gloria".
Las puertas eternas del Cielo se abren para que entre Jesús, el Salvador, y para que también nosotros vayamos caminando detrás de Él y podamos gozar para siempre de la participación de la vida divina.
El Señor ha venido a rescatarnos, ha venido a salvarnos, entreguémonos también nosotros dócilmente a todo lo que Dios pudo obrar en el corazón de cada uno.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Fiesta de la Presentación del Señor. 02 de febrero de 2025