Los hombres terrenales, que proceden del primer Adán, dice San Pablo (I Cor. 15,45-49) viven conforme a lo terrenal. En cambio, los hombres celestiales, que como Cristo proceden del cielo, son celestiales, de modo que "de la misma manera que hemos sido revestidos de la imagen del hombre terrenal, también lo seremos de la imagen del hombre celestial".
O sea, si queremos ser transformados en hombres nuevos, celestiales, hemos de obrar conforme a lo que Dios quiere de nosotros.
Precisamente, Jesús marca una línea de conducta completa en el texto que acabamos de proclamar (Lc. 6,27-38), y consiste en la imitación del Padre en lo que respecta a la relación con el prójimo.
Recibimos la enseñanza que manifiesta que la forma de vencer al enemigo y al mal, es haciendo el bien, por lo que el amor a los enemigos, resulta ser una verdadera revolución en el mundo.
En efecto, el cristianismo trae esta novedad que no posee ninguna religión, la de amar a los enemigos, devolver con el bien el mal recibido, hablar bien de aquellos que lastiman o que murmuran sobre nosotros, no guardar resentimiento sobre nadie, buscar siempre la salvación de nuestros hermanos, sean estos buenos o malos.
Lo que realmente cambia el mundo es el amor que otorga Cristo, el cual vivimos y transmitimos al prójimo en medio de la sociedad.
Es cierto que se trata de algo que cuesta, que es difícil, pero con la gracia de Dios todo es posible, por lo que es necesario salir de nosotros mismos, del egoísmo que esclaviza nuestro yo, y mirar más allá buscando el bien del prójimo.
Justamente lo que hace zozobrar a nuestra sociedad es el clima de odio, de desamor, de espíritu de venganza, de crítica, del juicio permanente por el que no tenemos piedad de nuestros hermanos.
La vivencia del Evangelio implica ser misericordiosos como el Padre del Cielo lo es, siendo prolongación de la misericordia divina, o sea, teniendo nuestro corazón cerca de las miserias del hermano, para entender al otro, para ayudarlo a que cambie, para que vea en nosotros alguien que se preocupa por su bien espiritual.
¡Cómo cambia la vida presente cuando se llena de esos sentimientos que son propios de Cristo nuestro Señor, el cual ha venido a sacar al hombre del pecado y de la muerte para conducirlo a la vida eterna, a la vida que no tiene fin!
Queridos hermanos: no estamos llamados para vivir pensando en cómo destruir al otro o vengarnos de sus ofensas, sino que somos convocados a hacer realidad ese amor a los enemigos, como lo tuvo el mismo Cristo que en la cruz dijera al Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen, cuando siempre estuvo dispuesto a acercarse al pecador para rescatarlo de su miseria, de su pecado y darle la oportunidad de encontrarse con el Padre del Cielo.
El Señor es muy exigente en el pedido que hace a cada uno de nosotros y marca concretamente un estilo de vida que debe sobresalir en medio de la sociedad y que debe distinguirnos siempre de aquellos que no profesan la fe en Cristo nuestro Señor.
En definitiva, el juicio siempre Jesús lo remite al Padre ya que "Yo no he venido a juzgar al mundo, sino a salvarlo".
Lo cual no significa que el ser humano pueda hacer cualquier cosa, pensando en que Dios es tan bueno que perdona siempre, ya que ha de regir un corazón arrepentido, que esté dispuesto a cambiar, un corazón que haga el propósito de comenzar una vida nueva.
Alguien que realmente se ha sentido tocado por el amor de Dios, ha de abrazarse a ese amor de Dios con una vida totalmente nueva. Pero quien permanece con el corazón cerrado al amor divino y al prójimo, y busca hacer todo el mal que quiere, no puede apelar a la misericordia de Dios como un pasaporte de salvación.
Queridos hermanos, estamos llamados a esta vida nueva que Dios ofrece también a cada uno de nosotros, respondamos con generosidad para que en el mundo reine la paz, abunde el amor a Dios, que se prolonga en el amor a los hermanos. Amén.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el séptimo domingo durante el año. 23 de febrero de 2025
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