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De hecho si tomamos el texto del profeta Jeremías (17,5-8) de entrada afirma que "¡maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del Señor!". Ahora bien, estas palabras no significan que no es ilícito confiar en nadie, sino refiere a que se pierde aquí el hombre que pone en este mundo su confianza meramente en lo humano, en lo que está de moda o aceptado por la sociedad, o se apoya en las ideologías vigentes en cada momento histórico de la humanidad, que piensa que son verdaderas todas las cosas que la sociedad plantea como tal aunque sean totalmente contrarias al evangelio.
Sucede incluso entre los católicos, que todo aquello que no refiere precisamente al evangelio está tomado y visto como algo excelente, como algo hasta superador de la mirada propia del pasado que se considera demasiado atada a la moral, a las virtudes, a la religión.
Las uniones de hecho, el auge de la homosexualidad, la corrupción aceptada en los negocios, las religiones orientales y el peligro del panteísmo presente en el corazón humano, el relativismo en todos los campos, justifican y aplauden el endiosamiento de una exacerbada libertad humana en desmedro de la verdad y del bien.
Esta situación hace que la persona viva en una tierra "salobre e inhóspita", o sea, que en definitiva como se ha atado a lo pasajero, así también aquello en lo que ha puesto su confianza se desvanece en el tiempo.
En cambio, "¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza! Él es como un árbol plantado al borde de las aguas...y nunca deja de dar fruto", es decir, se trata de aquel que confía en Dios, que busca seguir su voluntad y se goza en escuchar su palabra.
"¡Feliz el que pone en el Señor toda su confianza!" (salmo 1) cantábamos recién en el salmo responsorial, cuya meta es hacer siempre el bien sabiendo que esto le conducirá al encuentro definitivo con Dios nuestro Señor.
El texto del evangelio (Lc.6,17.20-26) presenta el mismo planteo por medio de las bienaventuranzas. Según los exégetas, la versión que trae Lucas de las bienaventuranzas posiblemente es la más cercana a la predicación del Señor.
Lucas no toma las ocho bienaventuranzas de las que habla Mateo, sino que se centra en cuatro de ellas, que hacen feliz a la persona y por el contrario, toma los famosos "hayes" que corresponden a un estado digamos miserable para quien ha optado de una manera diferente a seguir la voluntad de Dios.
"¡Felices los pobres de espíritu!", afirma en primer lugar, estos son los que no se atan justamente a las riquezas de este mundo, pensando que las mismas le dan seguridad en medio de la sociedad. Si tenemos en cuenta lo dicho por Jeremías, hay gente que ha puesto su confianza, su seguridad, en la riqueza, en el poder, en la gloria de este mundo.
Al respecto, conocemos lo que Jesús ya dijo en relación con el hombre que había cosechado tanto que lo único que pensaba era en guardar, acumular y darse buena vida y, Dios le dice "esta noche morirás ¿para quien va a ser todo esto?".
Con lo cual vemos que la riqueza no da ninguna seguridad de vida, ni de felicidad, mas bien cierra el corazón de la persona ante las necesidades del prójimo, como aconteció con el famoso rico Epulón que mientras él banqueteaba, el pobre Lázaro se alimentaba de las migas que caían de la mesa.
Lázaro tenía puesta su confianza en Dios, porque aquel que no tiene nada, confía en que su Creador, puede sacarlo de sus miserias, dándole respuesta a sus necesidades.
Esto conduce a pensar que el hombre cuanto más se encuentra con Dios, lo sigue y se alegra en él, encontrará la felicidad mientras viva en este mundo, en medio de las persecuciones y luego la gloria.
Recordemos, a su vez, que en la actualidad, seremos dichosos toda vez que nos dejen de lado por ser creyentes o tengamos que sufrir todo tipo de persecución a causa del evangelio, ya que imitaremos al mismo Jesús en su pasión y muerte, aunque no sea cruenta para nosotros como lo fue para Él.
En definitiva se trata de que cada uno de nosotros analice su vida personal presente, pasada y futura, a la luz del evangelio y nos preguntemos realmente que cabida tiene en nuestra existencia cotidiana la presencia de Dios.
¿Realmente Dios da sentido a mi vida? ¿me gozo en su palabra? ¿me confío en su poder y su potencia? ¿trato de agradecerle todo? o más bien ¿prefiero emanciparme de él y llevar la vida cotidiana según lo que nos muestra el mundo pensando que allí está la verdadera felicidad y seguridad?
Todos sabemos por experiencia que la felicidad que podemos gozar en este momento es limitada, no dura para siempre, llega el momento en que se experimenta el vacío del corazón, fruto de la ausencia de Dios en nuestro caminar diario.
Pidamos al Señor que nos de su gracia para que vivamos siempre como resucitados, como invita san Pablo. Precisamente, el apóstol san Pablo (I Cor. 15,12.16-20) enseña que si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe, mientras que si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitamos en el bautismo y resucitaremos al fin de los tiempos, a la vida eterna de la gracia que ya comenzamos a vivir mientras transitamos en esta vida.
Vayamos entonces al encuentro del Señor y busquemos en Él la seguridad, la verdad, el bien, la vida definitiva que se nos promete y que nos espera.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el sexto domingo durante el año. 16 de febrero de 2025
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