9 de abril de 2007

Esbozo del perfil docente universitario para una Universidad Católica

( N.R.: Al cumplirse el próximo 9 de junio de 2007 los 50 años de la creación de la UCSF, publicamos este artículo elaborado en 1983 por el entonces Director del Dpto. de Formación de esa Casa de Altos Estudios ).

El nuevo Código de Derecho Canónico, vigente desde el 27 de Noviembre de este año, dedica los cánones 807 a 814 inclusive, a las Universidades Católicas u otros Institutos Católicos de estudios superiores.

A esta nueva formulación jurídica de la Iglesia no escapa la figura principalísima del profesor universitario, al que caracteriza en apretada síntesis en el canon 810, guardando similitud, adviértese enseguida, con el pensamiento de Juan Pablo II, expresado en diversas alocuciones de contenido universitario.

En primer lugar señala el Código, la autoridad competente debe procurar que se nombren “profesores que se destaquen por su idoneidad científica y pedagógica”.

Tal afirmación concuerda con el hecho de que toda Universidad Católica “debe ofrecer una aportación específica a la Iglesia y a la sociedad , situándose en un nivel de investigación científica elevado, de estudio profundo de los problemas, de un sentido histórico adecuado”, y porque “es una vocación irrenunciable de la Universidad Católica dar testimonio de ser una comunidad seria y sinceramente comprometida en la búsqueda científica”, a la vez que “formadora de hombres realmente insignes por su saber” (1)

Como fácilmente se advierte con lo dicho, se requiere un profesor que no sólo aprecie la actividad intelectual, sino que buscador incesante de la Verdad vaya siempre a los fundamentos de las cosas, transmitiendo una percepción objetiva de la realidad, escapando a la tentación, hoy vigente, de encerrarse en el torreón de la contemplación pura de las ideas sin el debido sustento de lo que les da origen.

En segundo lugar, ha de procurarse que los profesores de Universidades Católicas se destaquen “por la rectitud de su doctrina”, es decir que su formación personal y transmisión de la verdad no puede estar ajena a la fe.

El docente en una Universidad Católica ha de ser un hombre de fe porque “la Iglesia es la testigo de esta verdad, de este significado último del hombre, pues es quien debe anunciar a Cristo, en cuyo misterio se descubre enteramente el misterio de toda persona humana y de toda realidad. La ausencia de la Iglesia en la Universidad puede impedir que ésta alcance su fin fundamental: el conocimiento de la verdad en su medida plena” (2)

De allí la urgencia de “realizar en los profesores….una síntesis cada vez más armónica entre fe y razón, entre fe y cultura. Dicha síntesis debe procurarse no sólo a nivel de investigación y enseñanza, sino también a nivel educativo pedagógico” (3)
Esta falta de visión de fe en la enseñanza que imparte el docente produce una serie de consecuencias cuya gravedad queda patente. Señalaremos algunas:
a) El conocimiento del hombre que se obtiene es incompleto. Se produce una focalización en algún aspecto particular en perjuicio de la verdad total.
b) Se produce la imposibilidad de acceder a una vida sapiencial que es el objeto último de la investigación. Vida sapiencial unificadora de la dimensión intelectual, espiritual y moral del hombre, que no se vislumbra.
c) La fe no engendrará cultura, ni la cultura será plenamente humanizante del hombre de acuerdo a su dignidad y valía.
d) No se reconstituye dentro de la civilización con la Sabiduría creadora y redentora de la que todos tienen urgente necesidad, aún inconscientemente.


La tercera nota caracterízante de todo docente, según señala el canon 810 del que estamos hablando, es “la integridad de vida”.

Si el profesor debe encarnar y transmitir valores a sus alumnos, si debe señalar la necesidad de la disciplina interior y exterior en la tarea intelectual como medio para un acceso serio y permanente a la verdad, si debe ser no “un simple transmisor de ciencia, sino también y sobre todo un testigo y educador de vida cristiana auténtica” (4), si debe, fiel a la “tarea educativa de la institución universitaria” extenderse en su papel “a los graves problemas que plantea el ámbito ético del joven que camina hacia su plena madurez humana”(5), se hace evidente la coherencia con una vida personal íntegra.

Poco y nada podrá hacer en este campo el deshonesto en su profesión, el afanoso “trepador” de cargos, aún en perjuicio de otros mejores o el que lleva públicamente una vida personal a espaldas de la moral cristiana.

Carece de integridad de vida y de nobleza quien haciendo caso omiso de la confesionalidad católica de la institución, sembrara en las mentes de los jóvenes, doctrinas materialistas ateas o liberales en sus concepciones históricas, sicológicas, filosóficas, económicas, jurídicas, artísticas o pseudos teológicas.

No puede ser llamado católico el docente que se manifiesta contrario a las enseñanzas del evangelio y del Magisterio de la Iglesia en el ejercicio disolvente de su cátedra.

No ha entendido –o no quiere entender- lo que significa Universidad Católica, quien siembre la lucha de clases en el seno de la institución o quien postula ciertas tomas del poder universitario como meta de acciones políticas no sólo descolocadas, sino también deletéreas en sí mismas.

La Iglesia pide a los docentes de Universidades Católicas -y con ellos- más aún a quienes la conducen- una especial coherencia con sus principios.

Lo dicho tiene que servir para llevar a cada uno de los integrantes de la comunidad universitaria, a realizar una verdadera, profunda y franca reflexión.

Debe promover la nobleza del espíritu, la sinceridad de conciencia y la decidida conversión.

El desafío de nuestra hora es más difícil que lo que de su mera enunciación resulta.

Cambiar de mentalidad, cambiar de vida, hacer coincidir nuestro “individual deber ser”, con el “Deber Ser”, es la exigencia permanente de Cristo y su Iglesia a nuestra humanidad caída.

La identidad institucional y la fidelidad a la misma se hace cada vez más urgente hoy, como fruto peculiar del Año Santo.

Sólo en la verdad total que es Cristo el Señor, podrá crecer la Universidad Católica y ofrecer a la sociedad los frutos de sus desvelos.

(1), (3) y (4) Juan Pablo II a los universitarios católicos de Méjico. “Síntesis entre fe y cultura”, 31 de marzo de 1981.
(2) y (5) Juan Pablo II “La Pastoral en el mundo universitario”. 8 de marzo de 1982.

Revista Sedes Sapientiae. Publicación del Dpto de Formación de la Universidad Católica de Santa Fe. (Año III nº 9- Nov. Dic. de 1983). Págs. 1 a 4.

Pbro Prof. Ricardo B. Mazza. Director.

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