23 de abril de 2007

El Ministerio de Pedro y de los Apóstoles

1.La figura de Pedro y de los Apóstoles
El tiempo litúrgico de la Pascua que desde la fe estamos viviendo nos permite ir al encuentro del Señor Resucitado presente desde siempre en su Iglesia, prolongación de su muerte y resurrección.


En efecto, del costado de Cristo abierto por la lanza en la cruz, nace la Iglesia, que es divina por su origen pero humana y pecadora por quienes la formamos, los bautizados.

La Iglesia peregrina en este mundo, pues, entre luces y sombras.

La figura de Pedro nos conecta ciertamente con esta doble realidad de la Iglesia: la santidad y el pecado, las luces y las sombras. El pecado y las sombras de la triple negación de Pedro, y la santidad y las luces de la triple confesión de amor del elegido por el Señor para conducir su Iglesia.

Cristo el Señor es consciente de la debilidad de su Iglesia, a causa de nuestros pecados, pero al mismo tiempo sabe de su fuerza proveniente de su propio ser divino.

No obstante eso, Jesús no pensó en una Iglesia, -su Cuerpo- prolongación de El mismo, como algo angelical sino con las características propias de lo humano: las capacidades y las grandezas; los límites y las miserias, conviviendo con lo divino.

San Pablo nos lo dice debeladoramente (1 Cor. 1,26-30):”Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios”.

Jesús siguió esta pedagogía electiva para hacer conocer la voluntad del Padre y comunicar la grandeza de la meta humana, la comunión plena con el Creador: eligió a quienes quiso y como quiso para elevarlos con su gracia a una misión que los superaba totalmente.

Si miramos la personalidad de los Apóstoles advertimos enseguida que no se destacan ni por sus luces ni por sus virtudes. Son hombres representativos de la sociedad de su tiempo, que Cristo se propone transformar y hacerlos sus mensajeros y comunicadores de Su propia Vida.

En esta perspectiva es claro que el elegido, aún transformado, sabe que es lo que es por la acción divina, y que por lo tanto no “podrá gloriarse delante de Dios” (1

Cor. 1,29). Es sólo instrumento libre bajo la guía obediente a la Providencia de Dios.

El identificarse como instrumento permite que sólo busque ser dócil a la voluntad de su Señor, dejando de lado su propia mirada la que se eleva y ennoblece cuando despojada de la telaraña engañosa de su egoísmo personal forma parte de la sinfonía del amor de Dios.

2.- La figura de Pedro

Aunque lentamente, los Apóstoles van aprendiendo de su contacto con Cristo en qué consiste su misión en el mundo. El Señor les tiene paciencia en medio del aflorar de sus miserias, les corrige con amor y va gestando en cada uno un campo disponible a ser transformado por la acción del Espíritu Santo en Pentecostés.

Y esto lo hace siempre respetando la libertad de cada uno, no impone, conquista y permite que se vayan enamorando más y más del Bien, que es El mismo.

El hecho de que de doce apóstoles, sólo uno – Judas- prefirió contradecir su propio ser eligiendo el mal, no sólo nos certifica el respeto por la libertad del hombre por parte de Dios, sino también que el hombre en su ser, aún en medio de sus contradicciones y fallas –como Pedro-, está abierto al Bien.

Con la triple pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” (Juan 21,15), “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” (v.16), “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” (v.17), el Señor amorosamente no sólo le recuerda su triple negación sino que quiere sacar a la luz lo más profundo del corazón de Pedro, su amor incondicional de discípulo hacia su Maestro.

Amor que existe a pesar de sus debilidades y momentos de fragilidad ante la presión del respeto humano y los temores que provienen del mundo.

Y Jesús devela de Pedro lo mejor de su intimidad, lo más recóndito de su ser: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero” (v.17).

Era necesario este proceso interior en Pedro. La negación en los momentos de la pasión del Señor, pertenece al pasado, sólo quedará la firmeza de su sí incondicional.

Ahora Pedro ha comprendido que despojándose de sí mismo y confiando sólo en el Señor podrá ser un intrépido testigo y difusor de las maravillas de Dios.

En rigor, Pedro negó al Señor porque se miró a sí mismo, pobre y débil creatura, y no a su Señor.

En efecto, cuando el apóstol cede a su debilidad es cuando titubea en el testimonio que ha de dar, mientras que se muestra capaz del martirio cuando se afirma en la roca que es Cristo.

3.-La misión de Pedro

Afirmado en este amor exclusivo a Cristo, Pedro está en condiciones de recibir la pesada carga que significa “apacienta a mis ovejas”, en concordancia con lo que anteriormente le había dicho Jesús al anunciar su negación: “Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos” (Lucas 22,32).

Esta misión de Pedro está enmarcada en la petición de Cristo después del diálogo: “Sígueme”.

Seguimiento que no sólo significa ir tras los pasos del Señor e imitar su vida, sino proclamar abiertamente la resurrección del Señor.

El libro de los Hechos (5, 20-21) nos narra cómo los Apóstoles siguiendo las palabras del ángel del Señor que los libera de la cárcel “vayan al templo y anuncien al pueblo todo lo que se refiere a esta nueva vida”, “se pusieron a enseñar”.

Ya desde el comienzo el anuncio de “la nueva vida” en Jesucristo les traerá problemas permanentes.

Ante la prohibición de hablar en nombre del Señor (Hechos 5,28):”nosotros les habíamos prohibido expresamente predicar en ese Nombre, y ustedes han llenado a Jerusalén con su doctrina”, dirán a una Pedro y los demás apóstoles: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (v. 29).

Es la triple confesión de Pedro: Señor, tú sabes que te amo, lo que le impulsa a proclamar valientemente junto con los demás apóstoles:”El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús. A El, Dios lo exaltó con su poder, haciéndolo Jefe y Salvador, a fin de conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados” (vv. 30 y 31).

Y así no sólo buscarán la conversión de Israel sino la de todos aquellos que por el bautismo formarán parte del nuevo Israel.

¿Y de dónde les viene la firmeza de sus convicciones?. A esto responderán imbuidos por el misterio de Pentecostés: “Nosotros somos testigos de estas cosas, nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha enviado a los que le obedecen” (v.32).

Es en esta proclamación del Señor como Hijo de Dios por parte de Pedro donde se realiza el anuncio y se consuma la confirmación de sus hermanos, entendiendo por “hermanos” no sólo a los apóstoles sino también a todos los bautizados.

¿Qué significa confirmar? Asegurar en la verdad a los que pudieran dudar que el camino del Señor sea el único valedero para el apóstol y el cristiano, y que en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios se ha de proclamar valientemente el Evangelio de la Gracia.

De nada valdrán el que al “oír estas palabras, ellos se enfurecieron y querían matarlos” (v. 33), sólo importa proclamar al Señor resucitado.

4.-La misión de Benedicto XVI

Benedicto XVI, sucesor de Pedro, es consciente de esta misión confiada por el Señor , y al haber confesado también él abiertamente “Tú sabes que te amo” ,

proclama al mundo, sin miedo, la verdad que le entregara Cristo Señor de la historia.

De allí se explica que no deje solos a sus hermanos, los obispos, y que con firmeza los confirme en la verdad que anuncian a pesar de las prohibiciones del mundo que rechaza la proclamación del Evangelio.

Y así, por ejemplo, en nuestros días ha sumado su voz a la de los obispos de México, defendiendo una vez más la vida humana:

Y así el Santo Padre “se une a la Iglesia en México y a tantas personas de buena voluntad, preocupadas ante un proyecto de ley, del Distrito Federal, que amenaza la vida del niño por nacer”, señala la misiva firmada por el Secretario de Estado Vaticano, Cardenal Tarcisio Bertone, dirigida a los obispos reunidos en la 83º Asamblea General de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM).

"En este tiempo pascual, con la resurrección de Cristo estamos celebrando el triunfo de la vida sobre la muerte. Este gran don nos impulsa a proteger y defender con firme decisión el derecho a la vida de todo ser humano desde el primer instante de su concepción, frente a cualquier manifestación de la cultura de la muerte", señala la carta dada a conocer en México por el Presidente de la CEM, Mons. Carlos Aguiar Retes.

Finalmente, el Pontífice "encomienda a la maternal intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe a todos los hijos e hijas de esa querida nación".

5.-La Conferencia Episcopal Argentina

En el marco del tiempo Pascual que vivimos, en nuestra Patria, la Conferencia Episcopal Argentina se encuentra reunida una vez más para orar y reflexionar sobre la misión que la Iglesia debe desarrollar entre nosotros.

Son tiempos difíciles en los que de diversas maneras se busca acallar el Evangelio de la Verdad o confundir las mentes y los corazones de los bautizados con propuestas y estilos de vida que prescinden de la presencia de Cristo en la familia, en la sociedad y en el corazón mismo del hombre argentino.

En nuestros días cada obispo y cada bautizado es interpelado también en su interior con la triple pregunta de Jesús junto al mar de Tiberíades, “¿me amas más que estos?” y también como Pedro y los demás apóstoles hemos de responder: “Señor tú sabes que te amo”.

Los que interpretan el obrar de la Asamblea Episcopal a la luz de las visiones mundanas del momento, buscarán o inventarán vaya a saber qué connotación política.

Se olvidan que las enseñanzas de nuestros pastores ante los que representan el Sanedrín de nuestra época y ante la sociedad argentina toda, sólo pretenden proclamar abiertamente las implicancias del hecho de sentirnos incluidos como Patria y personalmente en el misterio del Resucitado.

Los bautizados y todos los argentinos de buena voluntad esperamos palabras que no sólo abran camino para el futuro patrio, sino también que nos hagan sentir “confirmados” en la verdad y en la vida de Cristo mismo.

Pastores y bautizados todos, sabemos que aunque se nos pretenda prohibir (cf. Hechos 5,28) proclamar lo que implica que el “Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús” (v.30), y que no obstante se compruebe a diario la aseveración “al que ustedes hicieron morir suspendiéndolo del patíbulo” (v.30) negándolo en el seno de la sociedad, ha de primar valientemente el anuncio del Cristo Vivo.

6.-La respuesta del mundo y la alegría de sufrir por Cristo.

Como miembros de la Iglesia sabemos que a pesar de estas vivencias de fe, el rechazo a la Iglesia, -que lo es de Cristo-, seguirá latente ya que como a los apóstoles (cf. Hechos 5, 40) después de hacernos azotar con el rechazo o la indiferencia, se buscará prohibirnos hablar en el nombre del Señor, bajo la excusa de que el mensaje de Cristo no es compartido por todos.

Pero también como con los apóstoles debe cumplirse en nosotros aquello de que “salieron del Sanedrín, dichosos de haber sido considerados dignos de padecer por el nombre de Jesús” (Hechos 5, 41).

Dichosos por padecer por Cristo ya que es un don y compromiso poder compartir los padecimientos de Señor por hacer conocer su persona, su vida y su misión salvadora entre los hombres.

(Reflexiones en torno a Juan 21, 1-20 y Hechos 5,27b-32.40b-41)

Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de Ntra Sra de Lourdes (Santa Fe). Director del CEPS “Santo Tomás Moro” y del Mov. Pro-Vida “Juan Pablo II. Prof. Tit. de Teología Moral y DSI en la UCSF.
23 de Abril de 2007.

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