“Allí queda al desnudo el obrar de cada uno en este mundo y su consecuente destino eterno, -para la vida o para la muerte- quedando en claro que el obrar humano tiene consecuencias de carácter perdurable”
El objeto de la queja es preguntarle a Dios acerca de la prosperidad de los impíos a pesar del mal que realizan, y que resulta un agravio para los buenos que carecen de esa bonanza y de triunfos temporales.
El libro de Job cuestiona esta aparente contradicción entre el progreso de los malos y el deterioro continuo del justo, el cual con todo se mantiene fiel a su Dios.
El profeta Malaquías describe, cómo los justos se preguntan sobre la conveniencia de obrar el bien dado que esta conducta no se traduce en beneficios: “Vuestros discursos son arrogantes contra mí –oráculo del Señor-. Porque decís: no vale la pena servir al Señor; ¿qué sacamos con guardar sus mandamientos?...Al contrario nos parecen dichosos los malvados; a los impíos les va bien, tientan a Dios y quedan impunes” (Mal. 3, 13.14b.15).
El clamor es a veces dramático como lo expresan con profusión los Salmos.
En ellos es constante la imagen del justo perseguido que clama desde el pozo del aparente abandono de Dios, anticipo del abandono experimentado por Cristo en
Los gobernantes y los que conducen políticamente la comunidad, los que influyen en ella a través del poder económico o social, son descritos muchas veces con rasgos en los que prima la realización del mal y la lejanía de Dios.
Es suficiente otear en las figuras de muchos reyes de Israel para descubrir cómo se entregan a la idolatría de los Baales y otros cultos paganos, prescindiendo del culto al verdadero Dios, derivando de esta actitud un sinnúmero de males e injusticias para el pueblo.
En rigor cuando se produce la indiferencia o la exclusión de Dios por parte del gobernante, se concluye en la búsqueda escandalosa de los propios provechos económicos o políticos, con el descarte siempre creciente de aquellos a los que se debería servir.
Acerca del mal perpetrado por los poderosos de este mundo aparecen referencias claras en
La casta sacerdotal no queda libre de culpa y de pecado también.
El ejemplo del sacerdote Elí que no sabe corregir a sus hijos (I Samuel 2, 29), la maldad de éstos (I Samuel 2,12-18; 22-26), y cómo Dios castiga con la muerte las acciones perversas de Jofní y Pinjás retoños del mal (I Sam. 2,27-36; 4,11), son una clara muestra del fin al que conduce el alejamiento de Dios a aquellos que debieran sobresalir por su buen ejemplo.
La fidelidad de los justos, ante tanta maldad, se siente herida de muerte. La tentación por dejarlo todo es muy fuerte.
El profeta acude ante el grito desgarrador de los buenos para darles ánimo y asegurarles la presencia de Dios, mientras anuncia el juicio en el que quedará al descubierto la maldad y la bondad de los hombres, siendo los primeros devorados por el fuego y brillando para los segundos el sol de justicia (Mal. 4, 1-2ª).
Se trata por lo tanto de un juicio de discernimiento que separa definitivamente a unos de otros.
El contexto histórico es la época persa después del exilio, pero el anuncio tiene un mensaje escatológico: anticipa el futuro “día del Señor” en el que todo será puesto en su lugar al quedar patente la verdad en todo su esplendor y sin que nadie la pueda tergiversar.
Este día “del Señor” señala la intervención divina en la historia humana para realizar su designio de salvación.
Allí queda al desnudo el obrar de cada uno en este mundo y su consecuente destino eterno, -para la vida o para la muerte- quedando en claro que el obrar humano tiene consecuencias de carácter perdurable.
El creyente por lo tanto es confortado para perseverar en el bien, aunque le toque vivir en una sociedad y culturas adversas y enemigas del Dios y del justo.
Su compromiso es con Dios, el de
El relato por lo tanto tiene en cuenta el contexto histórico próximo y el futuro.
Y así por ejemplo el anuncio de las persecuciones que sufrirán los apóstoles de parte de los judíos y de los paganos, por causa del Evangelio (Lc 21,12-18), adelanta y anticipa la persecución furiosa que ha de soportar
En rigor,
¿Nos preguntamos alguna vez por qué siempre
Más allá de los pecados visibles en nosotros los creyentes, -causa muchas veces del ludibrio público-,
Hasta por medio del mal llamado “arte” –que incluso carece del más elemental buen gusto estético- se pretende ridiculizar lo más sagrado de nuestra fe con el fin de socavar en los creyentes la confianza por su Iglesia.
Son tan burdas estas maniobras de la pulla, que sólo el estulto, por ejemplo, puede aplaudir como “belleza artística” a un Cristo pendiente de un avión en picada, producto de la carencia más elemental de imaginación creativa.
Pero allí está, Cristo humillado una vez más, presentándose como Salvador aún de aquellos que lo desprecian.
De resultas de esto, es necesario no dejarnos influir por los ataques permanentes a nuestra fe y recordar siempre la advertencia de Jesús “Cuidado con que nadie los engañe” (v.7).
Al respecto es necesario recordar entonces que la deformación de la verdad es el peligro más insidioso de nuestra cultura postmoderna.
Y así se nos intenta “lavar la cabeza” con la eutanasia, el aborto, la perspectiva de género, y tantas otras “novedades” que nada tienen que ver con el evangelio.
Tampoco dejarnos influir por las continuas apariciones de cultos nuevos que utilizan algunos preceptos de Jesús pero descuidan la verdad total sobre su persona y enseñanza.
Y así el mismo Señor nos advierte: “muchos vendrán usando mi nombre diciendo: “Yo Soy” o bien “el momento está cerca”; no vayáis tras ellos” (v.8).
A la luz de la fe, las persecuciones a las que se ve apremiada
5.-Peste, hambre y terremotos
El texto del Evangelio menciona signos precursores de la segunda venida del Señor, entre los que menciona la vigencia de catástrofes naturales por todos conocidas.
Estos hechos pueden tener una lectura natural en el sentido que todo lo creado al ser limitado y materia, lleva en sí mismo la posibilidad de la destrucción.
A ello se suma en los últimos tiempos la acción funesta del hombre mismo que no cuida debidamente la naturaleza creada para su servicio.
Pero estos desastres naturales deben tener también una lectura desde la fe.
En efecto, si bien estos males no son queridos sino permitidos por Dios, nos han de llevar a considerarlos desde un plano más profundo.
En rigor, estos acontecimientos o desastres naturales tienen la misión de recordar a los hombres que aquí abajo es todo transitorio, todo está en camino hacia “nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia” (2 Pedro 3,13), y en los que los justos participarán eternamente en la gloria de su Creador.
Todos conocemos por experiencia ajena y propia la tendencia a considerar el mundo temporal como si fuera eterno. Fácilmente nos atamos a este mundo, encandilados por los placeres efímeros que son apreciados muchas veces como absolutos.
En mayor o en menor medida, cuando el hombre percibiendo lo precario del mundo temporal pone su mirada en lo eterno está en vías de “ubicarse” en su justa medida ante lo temporal y eterno.
Si acaso, sólo sirviera para decir “estas cosas pasan” y siguiera el hombre esclavizado a lo perecedero, no tendría la posibilidad de tomar el rumbo verdaderamente salvífico.
Esto supone en el orden temporal el realizar nuestra tarea diaria según nuestro deber de estado, sin caer en la ociosidad que nos acarrearía la admonición paulina “el que no trabaja que no coma” (II Tes. 3,10).
El trabajo, según el texto paulino (II Tes. 3,7-12), dignifica a la persona y contribuye al bien de la comunidad, especialmente posibilitando la obtención de bienes para los más necesitados, y así con esta edificación fraterna nos orientamos a la cimentación eterna.
El estar convencidos que por el bautismo estamos exiliados en nuestra patria terrenal hasta que lleguemos a
Ante la no inminencia de la segunda venida del Señor, o por lo menos ante lo incierto de su ocurrencia, el cristiano ha de vivir cada día y cada hora como si fueran las últimas, mirando siempre al Señor que Viene desde el compromiso evangelizador de nuestro tiempo.
18 de Noviembre de 2007
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