Notamos enseguida que hay una relación estrecha entre el poder de Dios y su misericordia.
Dios siempre está pronto a ejercer esta misericordia que es fruto de su amor, del inmenso amor por nosotros.
Hay en esto junto con la grandeza de Dios, una aseveración que se refiere a nuestra pequeñez, y así el libro de
No somos más que pequeñez ante la omnipotencia, misericordia y bondad de Dios.
Hemos sido creados a su imagen y semejanza y por lo tanto partícipes de su grandeza, siempre en una porción limitada si lo comparamos con su grandeza..
En esta limitación humana está presente el pecado que entró en nuestra existencia allá en los orígenes cuando el hombre quiso ser igual a su Creador.
No obstante esto, Dios sigue adelante con su plan de salvación: hacernos partícipes de su propia vida.
El mismo texto de
Vemos entonces cómo Dios ama todo lo que existe, y que ese amor es lo que permite la subsistencia de toda la realidad creatural.
Con excepción del mal, que no fue introducido por Dios en la vida humana, todo es fruto del amor de Dios.
Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad, nos dice san Lucas. E inmediatamente cambia el plano del relato y se pone la atención sobre la figura de Zaqueo, que es descrito con bastante particularidad, mucho más que lo expresado sobre la oración del publicano en el templo simultáneamente con el fariseo.
Zaqueo, hombre rico y jefe de los publicanos, quería ver a Jesús, nos dice el texto.
Este querer ver a Jesús no nace del corazón de Zaqueo sino que Dios mismo suscita el deseo de querer ver a Jesús. Es lo que la doctrina de
El percibía que quería ver a Jesús, tenía interés por El. Es un interés verdadero. No como el de Herodes que quería ver a Jesús pero por curiosidad, como quien ve a una especie de mago.
Zaqueo busca algo más., pero no podía verlo a causa de la multitud porque era de baja estatura.
El Evangelio no afirma nada al azar. De allí que podemos decir que hay dos impedimentos para ver a Jesús.
La multitud, por un lado. Muchas veces la multitud hace que la persona esté confundida y cueste entender que hay que apartarse de ella, de la masificación permanente, del anonimato despersonalizante a la que estamos sometidos, para encontrarnos con el Señor.
Pero Zaqueo era también de baja estatura, que no hace sólo referencia a su condición física, sino a su baja estatura en el orden espiritual, en el orden moral.
Demasiado metido en la tierra, en las cosas temporales –era jefe de los recaudadores de impuestos- no salía de la superficie del mundo., no remontaba el vuelo del encuentro con el Hijo de Dios.
No había entendido lo que significaba encontrarse con el Señor. Se sentía atraído, pero los condicionamientos de la multitud que de alguna manera lo atrapaba, y una visión superficial de la vida y de la realidad, se presentaban como trabas para el encuentro salvador.
Esto, hasta que asciende al sicómoro, de la familia de las higueras, para ver al Salvador.
Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba para ver a Zaqueo. Podemos imaginarnos el cuadro. Jesús empujado dentro de la multitud, debió forcejear para llegar a los pies del árbol.
Dejando de lado la multitud, Jesús sólo se interesa por la persona de Zaqueo. Y esto porque Jesús busca particularmente a la persona, intenta una relación única, no masificante como muchas veces acontece en nuestra vida.
El trabajo interior de la gracia en el corazón de Zaqueo culmina en este encuentro personal entre el Salvador y el que ha de ser salvado.
Mirando a lo alto, Jesús le dirá a Zaqueo: “baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”.
Bajar pronto significa volver al mundo pero con una mirada nueva dirigida a la multitud, sin dejarse aprisionar e influir por ella, considerar el quehacer de todos los días desde la intimidad de Cristo.
El encuentro con el Señor ha sido a través de la mirada que penetra todo nuestro ser. Con la mirada entendemos al otro, expresamos mucho de nuestra vida interior, lo bueno y lo malo.
De allí que muchas veces estemos tristes o amargados. Es suficiente con mirar los rostros angustiados, para entender nuestras carencias interiores, como abandonados de la mano de Dios, cuando en realidad no nos abandona nunca y están señalando la falta del encuentro con Jesús.
Una vez que nos hemos hallado con El no queda más que el reinado de la alegría.
Y así lo señalan permanentemente los santos, muy particularmente los mártires, que van a la muerte, sabiendo que derramarán su sangre, por Cristo, el Señor del hombre y de la historia.
San Ignacio de Antioquia, por ejemplo, pide a sus feligreses que no pongan obstáculos a su muerte, ya que desea ser “trigo de Dios y he de ser molido por los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo” (Carta a los Romanos cap.4).
La alegría del encuentro con el Señor se prolonga en la relación con los demás.
Zaqueo emprende también este camino. Luego del encuentro con Jesús continúa su encuentro con el prójimo.
No es pura contemplación del Señor, sino que es encontrarse con los hermanos.
Necesariamente la conversión comienza en el encuentro con Cristo pero culmina en el encuentro con el hermano.
Y Zaqueo decide dos cosas, que se identifican con actos propios de dos virtudes, la caridad y la justicia.
Obra la virtud de la caridad cuando dice “yo doy la mitad de mis bienes a los pobres”. Siguiendo la lógica del párrafo siguiente podemos presumir que se trata de dar de aquello que posee legítimamente, y que entrega con generosidad de lo suyo.
El acto propio de la justicia que es la restitución se capta inmediatamente cuando dice “y si he perjudicado a alguien le doy cuatro veces más”.
Si bien aparece el condicional “si he perjudicado a alguien” en su afirmación, posiblemente repara en efecto el daño ocasionado, teniendo en cuenta que era común que los publicanos no fueran honestos en el desempeño de sus funciones.
La abundancia de la reparación “cuatro veces más”, denota su deseo de ir más allá de la justicia, de no conformarse con lo justo, sino dar un paso más, el de la caridad generosa que reparte con abundancia, fiel reflejo de sentirse tocado por la abundancia de los dones del Señor misericordioso.
El encuentro con el Señor no sólo le permitió advertir la deuda con Jesús sino también la que tenía con la sociedad y disponerse a abrir su corazón con generosidad.
Esto nos hace ver que toda cerrazón del corazón del hombre hacia el hermano, es prolongación del bloqueo del corazón ante Dios.
Este “Hoy” está indicando el “Kairós”, el momento de gracia que llega al corazón de cada persona.
Hay un Kairós, el momento de Dios, que cada ser humano tiene, en el cual el Señor le invita a dar el paso definitivo en su vida para encontrarse con El.
Y es en ese momento, el hoy, donde se produce la salvación en el corazón de cada uno.
Y que exige una respuesta inmediata, no es mañana, o dentro de unos días.
Una respuesta reclamada ahora, hoy, en este momento, porque “te has encontrado conmigo, porque te has abierto a los demás”- pareciera escucharse de labios del Salvador.
Este “hoy” que lamentablemente podemos dejar pasar. ¡Cuántas veces en nuestra vida dejamos pasar el hoy de una oportunidad nueva para la realización de nuestros proyectos humanos! ¡Cuántas veces, al dejar pasar el momento justo, perdemos para siempre la posibilidad de una nueva oportunidad!
También en el orden de la gracia puede acontecer algo similar ya que el Señor no está obligado a pasar de nuevo por nuestra vida y decirnos “Hoy quiero alojarme en tu casa”.
El Kairós de “hoy quiero alojarme en tu casa,” se perfecciona en el kairós de “hoy ha llegado la salvación a esta casa”.
Al kairós del momento de Dios, Zaqueo respondió con el kairós de su respuesta, y por eso es salvado, abriéndose ante él la perspectiva de una vida nueva, “el Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido”.
-------------------------------------------------------------------------------------------------Homilía en el domingo XXXI durante el año, ciclo “C”. (Textos bíblicos: Sabiduría 11,23-12,2 y Lucas 19,1-10)
ribamazza@gmail.com http://ricardomazza.blogspot.com/
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