15 de noviembre de 2007

La Resurrección y el Martirio de los jóvenes



Como María Santísima,- la madre del “Amor hermoso”- ofreció a su Hijo crucificado, esta madre de la antigua alianza entrega el sacrificio de la totalidad de sus hijos.

1.-La resurrección como estado nuevo del ser humano.

Cercanos ya a la finalización del año litúrgico, los textos bíblicos dominicales nos presentan aquellos temas que forman parte de lo que en teología denominamos la escatología.

Es decir los “últimos tiempos”, ya de la vida presente como de la futura.

De allí que el eje temático de los textos de hoy se refieren a la resurrección de los muertos.

Este dogma de la resurrección tiene su fundamento en la resurrección de Jesucristo, de quien dice el apóstol San Pablo en la primera carta a los Corintios (15,12-14.20), “si Cristo no hubiera resucitado, vana es nuestra fe”.

Pero dado que Cristo resucitó de entre los muertos cada uno de nosotros tiene la certeza de resucitar al fin de los tiempos, y así llegar a la meta de la esperanza que nos alienta en la vida temporal, es decir, a la vida eterna.

En el evangelio de hoy, la resurrección aparece como un estado nuevo de vida, que no se puede equipar a lo vivido en este mundo.

Jesús tiene la oportunidad de hablar del tema contestando a una pregunta insidiosa de los saduceos que no creen en la resurrección.

El planteo hipotético es ¿de quién será esposa después de la muerte, una mujer que se casó sucesivamente con siete hermanos, sin tener hijos de ninguno?

Jesús les responde que el problema que presentan, más allá de ser inverosímil, está mal presentado, ya que después de la muerte no existe casado o casada dado que el matrimonio es un estado de vida para la existencia temporal.

Y así nos dice el Señor “en esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán, pues ya no pueden morir, son como ángeles: son hijos de Dios, porque participan en la resurrección” (Lucas 20, 34 y 35), es decir poseeremos el don de la inmortalidad.

Contemplando permanentemente a Dios, en la vida eterna, el corazón humano descansa de todo desasosiego afectivo propio de la vida terrena, ya que los amores humanos estarán asumidos y purificados en el amor unitivo con el Creador.

En el texto de referencia, Jesús habla de la resurrección para la vida, es decir la de los elegidos para la vida eterna; nada se dice de los otros, los que resucitan para la muerte.

2.-Resurrección para la vida o para la muerte.

De hecho la resurrección al fin de los tiempos implicará que el alma humana de cada persona en estado de “separada” vuelva a unirse al cuerpo para proseguir en la bienaventuranza o en la separación definitiva de Dios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nºs 1020-1050).

En el segundo libro de los Macabeos (7,1-2.9-14), sí aparece claramente la doble referencia de la resurrección para la vida y la resurrección para la muerte.

Los siete hermanos jóvenes, que son martirizados, atestiguan su fe inquebrantable en la resurrección final y la esperanza cierta que los anima de conseguir la meta para la cual es creado el hombre, esto es, la vida eterna con Dios.

Dirán que no les interesa perder los miembros de su cuerpo o la vida misma, ya que están seguros de recuperarlos cuando el encuentro con Dios.

Tan ciertos están en la resurrección que prefieren morir antes que quebrantar la ley de Dios.

Ante el testimonio presenciado, Antíoco y sus cortesanos quedan sorprendidos por la valentía de estos jóvenes, ya que como sucede a menudo con los incrédulos y malvados, se sienten inseguros en sus posturas ante el ejemplo de quienes prefieren morir antes que traicionar sus creencias.

Notable ejemplo presenta también la madre de estos jóvenes (2 Macabeos. 7, 20-24), que alienta a sus hijos para que sean capaces de morir antes que pecar contra Dios.

Por lo general toda madre sufre la muerte de sus hijos, máxime si son jóvenes, pero esta mujer convencida de la fe recibida de sus ancestros, sufriría cruelmente si ellos hubieran elegido la vida terrena traicionando la ley de Dios.

Como María Santísima, la madre del “Amor hermoso”, al decir de Juan Pablo II (cf. Carta a las Familias), ofreció a su Hijo crucificado, esta madre de la antigua alianza entrega el sacrificio de la totalidad de sus hijos.

El texto de este múltiple martirio hace referencia a la doble resurrección para la vida o la muerte, cuando uno de los hijos increpando a Antíoco exclama: “es preferible morir a manos de los hombres con la esperanza puesta en Dios de ser resucitados por El. Tú en cambio no resucitarás para la vida” (2 Mac.7, 14).

Como observamos, la muerte y la resurrección, están unidas al tema del martirio. Se trata del testimonio firme que da el creyente que es capaz de morir antes que separarse de Dios por el pecado.

Ya habíamos considerado el martirio el pasado 28 de octubre en el contexto de la beatificación de 498 mártires que dieron su vida por Cristo en la España del siglo pasado. Pues bien, ellos también se sentían animados a despreciar una vida temporal gozada a expensas del honor de Dios, para ofrendarse al sacrificio martirial, fruto de la caridad, con su fe y esperanza puestas en la vida que no pasa.

3.-Los jóvenes y su vida ofrecida al Dios de los vivientes.

Hay un dato que no es menor en el texto de Macabeos. Me refiero al hecho de que se trata de jóvenes que por su fidelidad a la ley de Dios, y por lo tanto al mismo Dios de la alianza que entregan su vida generosamente.

Toda persona por lo tanto, que haya llegado a la madurez en la fe, aún con pocos años de vida, incluyendo por lo tanto a los jóvenes, es capaz de entregarse en oblación por sus creencias.

Permanentemente en la historia de la Iglesia se encuentran figuras juveniles, mártires o no que han dado su vida poniendo de manifiesto su fe profunda.

Pensamos en Santo Domingo Savio, San Luis Gonzaga, Santa Teresa de los Andes, Santa Inés, Santa Cecilia, Santa María Goretti, por enumerar algunos.

Recientemente en Brasil –el 20 de octubre pasado- fue beatificada Albertina Berkenbrock, asesinada a los 12 años por defender su pureza.

Prefirió morir –el 15 de junio de 1931- con la garganta cortada por una navaja antes que ofender a Jesús, continuando el límpido camino que le dejara Santa María Goretti.

Fue beatificado también junto con Albertina, el joven laico Adilio Daronch, de sólo 16 años, fusilado por la causa de Cristo el 20 de mayo de 1924, acompañante en sus labores apostólicas del también asesinado y hoy beato, el sacerdote Manuel Gómez González.

Ante una cultura como la nuestra que exalta permanentemente lo que denigra al hombre, ¡qué magnífico ejemplo nos dejan estas almas consagradas a Dios!

Jóvenes que por el camino del amor a Jesús, a la Eucaristía, a la Santísima Virgen María y a los santos, se fortalecen y se preparan para dar su vida por Cristo ya sea en forma violenta como el martirio, o a través del martirio diario de la fidelidad a sus creencias.

Hoy en Argentina, la Iglesia entera se regocija con la beatificación de uno de sus hijos: Ceferino Namuncurá.

Se trata de otro joven que a los 18 años entregó su vida a Dios víctima de la tuberculosis que lo fue desgastando poco a poco a través del tiempo. El quería ser sacerdote para poder llevar el evangelio a sus hermanos de raza. Y con esa decisión nutrida por la fe, se fue preparando para lograr lo que él vivía como fundamental.

Pero Dios dispuso otra cosa. Lo llamó junto a sí, siendo aún joven, y sin poder llegar al sacerdocio, para presentarlo hoy, a todo su pueblo de origen, a todos los argentinos, especialmente a los jóvenes, como modelo de santidad.

Mientras muchos jóvenes de hoy se nutren de lo que no sirve para enaltecerlos, Ceferino se alimenta con la Eucaristía y la Palabra de Dios.

Mientras la cultura de nuestro tiempo empuja a los jóvenes a la rebeldía, a una vida sin límite alguno, Ceferino se presenta mostrando su ejemplo de humildad, obediencia y búsqueda incesante de la voluntad de Dios.

¿Cuántos jóvenes y adultos hoy en nuestra Patria no piensan más que en sí mismos, o se encierran en sus cosas, abandonándose al sentimiento de auto contemplación, sin pensar en ofrendarse por los demás? A ellos les ofrece el beato Ceferino el ejemplo de alguien que quiere trabajar por su pueblo, que quiere ayudar a la elevación de su gente, aún sabiendo que como aborigen estaba de alguna manera excluido del resto de la sociedad que se consideraba civilizada.

El encuentro con el Señor en la Eucaristía fue para Ceferino un anticipo del encuentro definitivo con Jesús en la vida eterna.

Ceferino nos interpela a todos hoy a que dejando de lado nuestros propios criterios, tantas veces personalistas, busquemos la apertura a toda obra buena que no sólo nos engrandece a cada uno, sino que también permite el crecimiento de los demás.

Esta nueva mentalidad en definitiva nos afirma en la fe de nuestra resurrección futura, ya que sólo trabaja por el bien en la sociedad, quien cree y espera los cielos nuevos y la tierra nueva (cf. 2 Pedro.3, 13).

Pidamos al Señor que afirmando nuestra fe en la resurrección futura nos dispongamos a unirnos más a El que “no es Dios de muertos sino de vivos” (Lucas 20,38) entregando nuestra vida a su servicio y a al de nuestros hermanos.

Reflexiones en torno a Lucas 20,27-38 y 2 Macabeos 7,1-2.9-14. Domingo XXXII durante el año. Santa Fe, 11 de noviembre de 2007

Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro” y del Grupo Pro-Vida “Juan Pablo II”.

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