“No podemos pedirle a cada persona, que sea honesta, que debe evitar la mentira, el robo, la violencia, el odio, etc., como si fuera todo esto un mero modelo correcto de vida a seguir, sino como respuesta concreta a una fidelidad previa e incondicional a Cristo”.
En el texto evangélico de hoy -Juan, 1,29-34-, Juan Bautista hace referencia al acontecimiento del bautismo, y da también testimonio de la divinidad de Jesús, quedando patente una vez más como realidad la epifanía o manifestación del Señor.
Epifanía que brota no sólo de Jesús en cuanto se manifiesta por sí mismo sino que es revelado por otros –el Padre y el Espíritu Santo por un lado, y Juan el Bautista por el otro-.
Juan el Bautista dice dos veces que “no lo conocía” a Jesús, afirmación que a simple vista resulta extraña, ya que era hijo de Isabel y ésta prima de María, la madre de Jesús, lo que hace imposible el que no se conocieran y que no hayan tenido contacto en la niñez o en la adolescencia o en su juventud.
¿A qué se refiere con ese “no lo conocía”?
La respuesta nos la da el mismo Juan “yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: aquel sobre quien veas descender el Espíritu y permanecer sobre El, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo”.
A pesar de la revelación interior sobre Jesús que recibió, pareciera que Juan no tenía claro del todo el que su pariente, el hijo de María, fuera el Mesías.
Es por eso que desde la cárcel –por lo tanto posteriormente al bautismo de Jesús- manda a sus discípulos a preguntar a Jesús “¿eres tú el que ha de venir, o hemos de esperar a otro?”(Mateo 11,3).
¿Expresa esto su falta interior de seguridad sobre la divinidad de Cristo, o es una manera de querer llevar a sus discípulos a través de la pregunta de si “eres tú el que ha de venir”, al don de la fe por el encuentro con el Salvador?
Nos damos cuenta que conocer al Hijo de Dios es obra de
Es el mismo Dios quien manifiesta esto en el corazón de los hombres y por lo tanto los va llevando para que crean en la divinidad del Señor.
Se trata de una presencia nueva del poder purificador del Cordero.
En efecto, ya no se piensa en el sacrificio del cordero pascual con el que se celebraba el paso del mar Rojo y se actualizaba la liberación de Egipto.
Ya no es la sangre de las víctimas con que se rociaba al pueblo significando el invocado perdón de los pecados como en el Antiguo Testamento.
Es Jesús el Nuevo Cordero que se ofrecerá en el martirio de
Con la afirmación de Juan “este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” se quiere destacar la misión de Jesús como Siervo de Yahvé, es decir, Aquél que se hace despojo humano, lo último de este mundo, pisoteado, que es muerto en
Y es en este anonadamiento de Jesús donde se muestra a través de la debilidad de la humanidad, la grandeza de su divinidad.
Y así, por ejemplo, los mártires de
Este anonadamiento es algo de lo que el cristiano ha de tener experiencia personal, para poder entender hasta dónde el Hijo de Dios hecho hombre fue capaz de padecer para la salvación de cada uno.
Para poder entender la hondura de la humillación de Cristo, el que hace ejercicios espirituales, -y en realidad todo cristiano debiera pasar por ello- debe entender y vivir “cómo la divinidad se esconde”.
Cómo la divinidad se esconde equivale a decir que en los momentos de su pasión y muerte, Jesús no se valió de su divinidad para escapar al “cáliz de la amargura” -aunque implore al Padre “si quieres aleja de mí este cáliz”-, sino que vivirá a fondo aquello de “no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22, 42).
En su anonadamiento, Cristo nos enseña que este es el camino a través del cual el cristiano llega a la perfección como hijo adoptivo de Dios.
Pero también nos interpela a ir a su encuentro para conocerlo, y así cuando Juan afirma “este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, está señalando que el protagonismo lo tiene Jesús, y hacia El han de dirigirse no sólo las miradas sino las existencias mismas.
De hecho la misión de
Comenzando por el Papa mismo, continuando por los obispos, presbíteros, diáconos, religiosos y laicos todos, no somos más que siervos que orientan su vida al encuentro y compromiso personal con Jesús. No tenemos que ser nosotros los bautizados el foco de atención, sino solamente el Señor.
Desde esta experiencia de Jesús como Hijo de Dios, en la que queda patente su condición humana y divina, se va acrecentando nuestra fe en el Salvador.
De allí que las fallas que puede haber en el orden moral en nosotros los bautizados tiene su causa en no haber hilado fino llegando a un compromiso total con la persona de Jesús.
Cuando se lo conoce profundamente a Jesús y se lo ama, entonces se está en condiciones de transformar ese conocimiento y ese amor en actitudes concretas.
No podemos pedirle a cada persona, que sea honesta, que debe evitar la mentira, el robo, la violencia, el odio, etc., como si fuera esto un mero modelo correcto de vida a seguir, sino como respuesta concreta a una fidelidad previa e incondicional a Cristo.
Si no existe ese compromiso previo de fe en la persona de Cristo, es imposible presentar exigencias de contenido evangélico, porque se carece de aquella fidelidad que le da sentido y sustento a la vida personal.
Sobre todo en la cultura de nuestro tiempo donde cada uno hace lo que se le da la gana, donde todo es dejar hacer, urge el compromiso previo con Cristo.
Por eso es común escuchar cuando falta esta opción de vida, ¿por qué debo vivir de tal o cual manera si soy libre?
Es habitual oír a los católicos afirmar que
Este modo de hablar deja al descubierto que no existe el compromiso anterior de fe sobre la persona de Jesús, y al faltar éste, toda exigencia resulta anacrónica, es decir no acorde a los tiempos de frivolidad que vivimos aún en la manera de cómo manifestarnos cristianamente.
De allí que resulta “normal”, por ejemplo, que muchas veces llegan a la parroquia parejas de novios con intención de casarse, y quieren que
El matrimonio se transforma así en un trámite. Los novios primero alquilan el salón de fiesta, encargan las tarjetas, organizan el show matrimonial y luego como a las cansadas van a
¿Por qué se piensa de esa manera y resulta “insoportable” toda exigencia no acorde con esta visión matrimonial tan empobrecida?
Porque se toma al matrimonio a la chacota, y por ende a Cristo mismo y no se les pasa por la cabeza que el matrimonio, unión entre el varón y la mujer es el signo del matrimonio entre Cristo y
No se les pasa por la cabeza que el matrimonio supone el desposorio personal con Cristo mismo.
Y el matrimonio con Cristo no se improvisa, es para toda la vida. No es mero sentimiento sino el compromiso de dos voluntades que libremente asumen ser en el mundo signo del amor de Dios para con la humanidad, signo del amor de Cristo para con
Por ello es tan importante volver a las fuentes de la fe para tomar en serio todo lo que se refiere a ella: el matrimonio, la eucaristía, la reconciliación, el bautismo, etc.
Y esto porque comprobamos en nuestro tiempo que no pocas veces, muchos fieles, no todos, toman a la pavada la catequesis, el compromiso derivado del bautismo, el matrimonio, la conversión de vida, el noviazgo etc.
¿Qué sentido tiene que un ateo práctico o un insultador permanente de
Y aquí llegamos a otra cuestión fundamental que nos debe ayudar a analizar nuestro compromiso cristiano o la falta de éste, y proponer vías de superación.
La pregunta a reflexionar podría formularse de la siguiente manera: ¿qué modelo de vida tenemos? ¿El de Cristo o el del mundo?
Será para otra reflexión, si Dios quiere……
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Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro” y del Grupo Pro-Vida “Juan Pablo II.
Reflexiones en torno al Evangelio (Juan 1, 29-34) del 2do domingo durante el año, ciclo “A”, proclamado el 20 de Enero de 2007 en
www.nuevoencuentro.com/provida,
www.nuevoencuentro.com/tomasmoro,
http://ricardomazza.blogspot.com.
Santa Fe de
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