29 de marzo de 2009

QUEREMOS VER A JESÚS Y SER GRANOS DEL TRIGO FECUNDO

“El cristiano a ejemplo de Cristo como modelo supremo hace donación permanente de sí siendo capaz de generar vida, la de la gracia que perfecciona al hombre llevándolo a la máxima plenitud”
1.-La existencia y diversidad del grano de trigo.
El tiempo de cuaresma que estamos transitando es un itinerario hacia el conocimiento más pleno del misterio de Cristo, como lo recordaba la primera oración del primer domingo del tiempo litúrgico.
Conocimiento que lleva indudablemente al seguimiento del Señor y a incorporarlo a Él como modelo de perfección evangélica.
Sólo tendrá sentido este tiempo de purificación interior en la medida que culmine con una profunda conversión de corazón que reclame una imitación del Señor por la que el cristiano busca tener los mismos sentimientos de Jesús.
Esta tarea ciertamente no resulta fácil toda vez que hay obstáculos que impiden descubrir la verdadera vida que Él nos propone.
En este itinerario está en juego la libertad del hombre por la que se profundiza el alejamiento e indiferencia ante el mensaje del Señor o se busca producir –por el contrario- un cambio recóndito no sólo en la profesión de la fe verdadera sino también en la prolongación de la misma en una vida pletórica por el encuentro interior con el Salvador.
Al respecto, en nuestros días, se percibe nítidamente la decisión de aquellos que en la vivencia de la fe católica se esfuerzan por profundizarla. De allí que no pocos reclamen la posibilidad de entrar en el desierto de la oración a través de retiros, ejercicios espirituales u otras formas que impliquen un crecer en el conocimiento de Jesús y en actualizar, aún con las limitaciones propias del ser humano, las exigencias de sus enseñanzas.
Siempre tienen tiempo, a pesar de su agenda cargada de actividades, para brindarse a los demás en instituciones de caridad o de apostolado asociado.
Silenciosamente laboran sin paga alguna por la construcción del reino, esto es, por establecer una mayor presencia del Señor en el mundo social, económico o político.
Todos ellos tratan de llevar a la práctica el llamado del Señor de ser grano de trigo que muere en la donación de todos los días para dar frutos copiosos (cf. Juan 12,24).
Existe, sin embargo, un segundo tipo de personas –por desgracia numeroso- que se dicen católicas pero que manejadas por el espíritu del mundo que encandila con todo tipo de fáciles felicidades pasajeras, buscan conformar una Iglesia “light”, permisiva, que se adapte a la mentalidad del mundo, ya que no hay que dar la espalda “a la realidad” de la pavada vigente en nuestros días y que suele mostrarse hasta en cierto tipo de chabacanería litúrgica donde el estruendo prevalece sobre Aquel que es la Palabra encarnada del Padre.
En el fondo se pretende tranquilizar -de alguna manera maquillada- el cosquilleo de la conciencia que desde la verdad reclama siempre un compromiso mayor, aún a pesar nuestro.
Y así, según esta concepción de vida, como en la sociedad todo está permitido, también la Iglesia debería ser contemplativa a la hora de las exigencias, y no “abrumar” a sus fieles con “imposiciones” “estructuradas o medievales”, que coartan la libertad –ya tan desleída- aunque estas exigencias provengan de las enseñanzas de Jesucristo.
No es de admirar según esto la pretensión esgrimida por no pocos católicos en el sentido de que la Iglesia debería aceptar –por ejemplo- los “nuevos modelos de familias”, aunque no respondan a lo constituido por Dios desde el principio, e incorporar el facilismo como forma de vida –en todos los campos de la fe y vida- para no perder adeptos.
Corretean estos fieles buscando el sacerdote “comprensivo” que haga la vista gorda a cualquier disparate, que predique lo que halaga los oídos y que no moleste enseñando demasiado a Jesús cuando reclama la actualidad de los mandamientos y de las Bienaventuranzas.
Decía una mamá, en una parroquia de la ciudad, que ella retiraba a su hija de la catequesis por carecer de tiempo para asistir a la preparación catequética que luego debía volcar a la pequeña. Y que además a ella no le interesaba sino que era sólo una pretensión de la niña.
Respecto al tiempo que evitaba perder obvió contar las largas sesiones de gimnasia relajante que consumía con fruición, las cirugías reparadoras a las que se sometía, junto a las horas de peluquería que disipaba, por sortear inútilmente el tirano transcurrir del tiempo que ya hacía estragos sobre su figura.
También soslayó lo prometido cuando se casó por Iglesia y pidió el bautizo de su niña, respecto a la obligación de transmitir la fe a su párvula.
Sobre este estilo de conducta resuena lo afirmado por Jesús: “el que tiene apego a su vida la perderá” (Juan 12,25), y lamentablemente es infecundo.
Un tercer grupo de personas está constituido por quienes dan sus primeros pasos por el camino de la fe, que como los griegos del evangelio (Juan 12, 20-23) quieren ver a Jesús.
Se trata de un “verlo” no meramente como contemplación visual sino un entrar de lleno en su vida por medio de la fe.
Son los que no conocieron antes al Señor porque nadie les ayudó a intuir al menos su presencia.
Relacionado con esto, recuerdo a aquél joven que afirmaba que de sus padres –por quienes rezaba sin juzgarlos- no había recibido nada que se pareciera a la transmisión de la fe. Le sugería yo que Dios lo había llamado por uno de sus tantos caminos inescrutables, no sólo para que se perfeccione él, sino también para brindarse a los demás en la transmisión de la fe, incluyendo por supuesto a sus mismos padres.
En estos se cumple lo del evangelio: “el que no está apegado a su vida en este mundo la conservará para la vida eterna” (Juan 12,25)

2.-Queremos ver a Jesús (Jn.12,21)
El itinerario cuaresmal ha de estar impregnado de esta súplica hoy más apremiante: “queremos ver a Jesús”. Y Jesús nos dirá que para lograrlo es necesario seguirlo para servirlo y poder así estar donde Él esté (Jn.12, 26).
Seguirlo en el misterio de su “glorificación”, esto es, su pasión, muerte, resurrección y ascensión, recibiendo el don del Espíritu, sentirnos atraídos en fin, cuando sea levantado en alto (Jn.12, 32).
Ver a Jesús es conocerlo como lo anticipaba Jeremías al anunciar que la Nueva Alianza significará la promulgación interna de la voluntad de Dios, no ya la externa del Sinaí (Jeremías 31,31-34).
Conocerlo con el corazón preparado por el mismo Dios que dijo “les daré un corazón para me conozcan a mí, que soy el Señor” y hacer realidad aquello de que “yo seré su Dios; ellos serán mi pueblo” (Jeremías 24, 7).
En la Cruz de Cristo conocemos y visualizamos a la muerte que da la vida.
Es en la Cruz donde Jesús como el grano de trigo muere y da mucho fruto en el don íntegro de sí mismo por la salvación del mundo.
El cristiano a ejemplo de Cristo como modelo supremo hace donación permanente de sí siendo capaz de generar vida, la de la gracia que perfecciona al hombre llevándolo a la máxima plenitud.
Cuando el cristiano en cambio se encierra en sí mismo, en la contemplación permanente de sí, bloquea su corazón y se hace incapaz de fructificar los dones del Espíritu.
Morir como Cristo en la donación de sí abre el corazón a una fecundidad cada vez más vital y expresiva de la riqueza de la Cruz que desde lo alto alienta al hombre a seguir por ese cambio y lo fortalece ante los obstáculos que se presentan en la realización del bien.
Configurado a Cristo de este modo, el cristiano experimentará la actualidad de la afirmación de Jesús: “ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera” (Jn.12, 31), porque nada le deberá a quien es mentiroso desde el principio.
Ojala mantengamos siempre en vigencia este deseo profundo de ver al Señor y sepamos atraer cada vez más a un mayor número de personas.
Habremos logrado aquietar lo más profundo del corazón que busca a su Dios, aunque a veces no lo descubra.

Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”. Reflexiones inspiradas en los textos bíblicos de la liturgia del Vº domingo de Cuaresma (ciclo “B”). 29 de Marzo de 2009.
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-

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