El Apóstol san Juan nos dice (I Jn. 3,1-2) “Miren cómo nos amó el Padre”. Esto tendría que ser algo permanente en nuestro corazón: considerar cómo nos amó y ama el Padre de Jesucristo y también Padre nuestro.
El Padre del Cielo nos ha hecho hijos suyos, ya que por su amor no sólo nos llamamos hijos, sino que lo somos en verdad. Como hijos estamos convocados a vivir para siempre con El y su Hijo Primogénito Jesucristo.
Ahonda el Apóstol en esta idea diciendo que si alguien no nos reconoce como hijos del Padre, es porque no lo ha conocido al Padre, a Dios.
Para poder manifestar la filiación divina que cada uno de nosotros por participación posee, es necesario conocer al Padre, descubrir su paternidad eterna, que nos ha creado y pensado en nosotros desde toda la eternidad, revelando el amor y la infinita misericordia que nos tiene.
Tanto nos amó que nos envió a su Hijo para que hecho hombre y muriendo en la Cruz nos reconciliara con su Padre.
Ahora bien, este amor de Padre se manifiesta particularmente en el Hijo.
Y así, descubrimos a Jesús el Buen Pastor que prolonga la figura de Dios Buen Pastor presente ya en el Antiguo Testamento.
Jesús gusta usar de las comparaciones para que nosotros podamos acceder más fácilmente al conocimiento de su persona.
Él mismo se denomina como el camino, la verdad, la vida, la luz del mundo, el agua viva, la vid y también, como el Buen Pastor.
Él como resucitado está presente entre nosotros para pastorearnos, para buscar nuestro bien.
Aún cuando nos corrige mostrándonos el camino estrecho de la santidad, el buen Pastor nos ama, ya que el amor busca siempre el bien del otro.
Cristo como Buen Pastor se presenta como alguien que da su vida por las ovejas, por cada uno de los bautizados.
Él mismo asegura que nadie le quita la vida, sino que la entrega por amor (Jn.10, 18).
Todo el camino de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, no fue más que una vía e instrumento de la Providencia de Dios para que quedara patente que Él libremente se entregaba a la causa de la salvación humana.
Cristo entrega su vida, mientras que el asalariado la cuida de todo mal personal, porque trabaja por una recompensa, por un salario, le tiene sin cuidado la suerte de las ovejas.
El asalariado no tiene vocación para el pastoreo sino que labora por interés a la paga que ha de recibir.
A nosotros nos pasa algo semejante. Cuando hacemos algo por amor entregamos lo mejor de nosotros mismos. Cuando lo hacemos únicamente por una paga, por un sueldo, sólo importa uno mismo.
El llamado recibido y respondido, hace que la entrega sea de corazón, aunque se perciba alguna retribución, ya que ésta no es la razón de la entrega, sino que en todo caso la acompaña.
El amor lleva al Pastor a darse más allá de lo indispensable y es en esa entrega donde alcanza su plena realización.
Cristo como Buen Pastor dice que sus ovejas escuchan su voz.
Esta afirmación nos puede ayudar a examinarnos a nosotros mismos. ¿Escuchamos la voz de Cristo Buen Pastor? ¿O preferimos las voces extrañas, que buscan atraernos, pero no a la verdad precisamente?
A los niños les aconsejamos siempre que no escuchen a los extraños, a quienes no conocen, porque a través del engaño les harán daño.
¿Somos coherentes con lo que aconsejamos a otros y hacemos caso omiso de las voces engañosas que nos prometen felicidad aparente?
A veces escuchamos esas voces que a través del facilismo o de los impactos emocionales buscan alejarnos de Aquél que es la voz autorizada del Padre.
Muchas voces nos emboban y conquistan con falsas ilusiones para dejarnos finalmente más empobrecidos que nunca.
Por eso Jesús nos reclama que hemos de volver a escucharlo a Él.
Tener en cuenta lo que nos dice y enseña siempre para nuestro bien. Retener lo que nos dice en la oración, en la soledad del silencio, en la profundidad de nuestro corazón buscador de plenitud.
Cuando lo escuchamos a Jesús nos damos cuenta que le pertenecemos, porque “los que son de mi rebaño” escuchan mi voz.
Escuchar la voz del buen Pastor implica escuchar también la voz de la Iglesia que nos prodiga sus enseñanzas abundantemente.
A veces rechazamos esas enseñanzas de la Iglesia porque nos parecen contrarias a las enseñanzas del mundo, y percibimos a la Iglesia anticuada, fuera de moda, de nuestra cultura, la Iglesia tiene que modernizarse-decimos-, no se nos puede exigir esto . Y de esa manera nos perdemos la oportunidad de escuchar la verdad. Tanto Cristo como la Iglesia nos muestran el camino que lleva al Padre.
Aunque no seamos santos o no vivamos según el evangelio, la Iglesia como Institución es Santa y nos mostrará al Buen Pastor.
Somos hijos de Dios, asegura el Apóstol San Juan, y si bien no se ha manifestado todavía lo que seremos, tenemos la seguridad de que seremos semejantes a Él porque lo veremos tal cual Es.
Mientras caminamos a esa meta dichosa prometida, hoy celebramos la jornada de oración por las vocaciones sacerdotales y religiosas.
Por eso pedimos al dueño de la mies que envíe operarios que trabajen en el campo de la Iglesia, al servicio del evangelio.
Imploramos el que tengamos abundantes y santas vocaciones a la vida consagrada.
La Iglesia necesita personas convencidas de que la consagración al llamado sacerdotal o a la vida religiosa no es un desperdicio de la vida personal, sino que por el contrario significa haber entendido que no hay amor más grande que dar la vida por los amigos como nos lo enseña el mismo Jesús.
Pidamos la gracia de lo alto para que quienes hemos sido elegidos para esta vida que ha de reproducir al Buen Pastor, no vivamos como mercenarios, como cumpliendo algo obligados, sino proclamando en el tiempo, aún con nuestros pecados, el camino que conduce al Padre.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz. Reflexiones en torno a los textos bíblicos del domingo del “Buen Pastor” (I Juan. 3,1-2; Juan 10,11-18) 03 de mayo de 2009.
No hay comentarios:
Publicar un comentario