28 de mayo de 2009

La Ascensión del Señor es también la nuestra


1.- El significado profundo de la Ascensión del Señor.
La Iglesia celebra hoy la Ascensión del Señor. Actualiza el momento en que la humanidad de Cristo comienza a estar presente junto al Padre.
Se trata del momento culminante de todo el ministerio y de la obra salvífica de Cristo.
San Lucas presenta la misión de Jesús como una ascensión de Galilea a Jerusalén, y de Jerusalén al cielo.
Los Hechos de los Apóstoles presentan un resumen del paso de Jesús por este mundo culminando en su Ascensión junto al Padre que señala el punto de partida de la misión de la Iglesia (Hechos 1,1-11).
Pero también en la primera oración de esta liturgia dominical nos alegrábamos delante de Dios porque la Ascensión de su Hijo es ya nuestro triunfo.
Y así, “nuestra propia ascensión” prometida y futura, será la meta de la misión de la Iglesia que se origina en la elevación del Mesías.
Ahora bien, con la Ascensión, Cristo es puesto por encima de todo lo creado como Hijo de Dios hecho hombre.
Es el triunfo de la divinidad y de la humanidad sobre todo lo que existe.
Es también la confirmación del cumplimiento de la promesa que Dios ha hecho al hombre de participar algún día -mediante la permanente fidelidad-, de su misma Vida.
De modo que la Ascensión nos asegura que nuestra esperanza no es vana, no es algo sin sentido, sino que tiene ya su anticipo en la presencia de la humanidad de Cristo en el Cielo. Como si el mismo Jesús nos estuviera diciendo no teman, no duden, -como les dice a los apóstoles-, lo que se les ha prometido es ya una realidad a través de mi humanidad.

2.- El misterio Pascual presente en la vida del creyente.
Por otra parte, recordemos además que el cristiano, el creyente, está llamado a vivir en su vida el misterio pascual del Señor en su totalidad, esto es, la pasión, la muerte, la resurrección y el regreso al Padre.
Cada vez que nosotros en este mundo sobrellevamos el sufrimiento, el dolor o los sinsabores de la vida, y lo hacemos con actitud de fe, anunciamos la Cruz de Cristo, su Pasión.
Cada vez que nos convertimos del hombre viejo, del pecado, estamos muriendo con Cristo en la Cruz.
Toda vez que tratamos de crecer en este caminar hacia el Padre con una vida interior sólida y buscamos existir como hombres nuevos, como le llama Pablo al resucitado, participamos de la Pascua del Señor.
Pero estamos llamados también a participar de la Ascensión de Jesús.
Y esto en la vida cotidiana implica que busquemos siempre ser elevados, que nos orientemos siempre a las alturas de la santidad, ya sea en nuestro espíritu como por medio de todas las actividades ordinarias que nos tocan realizar en la vida de cada día.
No estamos llamados a la chatura, a la mediocridad, a conformarnos con lo mínimo, a ser rastreros, sino que estamos convocados a la grandeza.
El subir de Cristo es una invitación a que también nosotros nos elevemos por el camino que conduce a la grandeza humana, para que así como Cristo fuera exaltado sobre todo lo creado, también el hombre, rey de la creación, llegue a estar junto a Él.
Y esto porque ya desde el comienzo del mundo el ser humano ha sido puesto como cabeza de todo lo creado y como aquél que debe ser el señor, no solamente de lo que existe alrededor suyo sino también de sí mismo.
El misterio de la ascensión nos convoca, pues, a aspirar lo máximo. A ser más cristianos, más servidores e imitadores de Cristo, más identificados con Él, hasta alcanzar como afirma San Pablo el estado de hombre perfecto que corresponde a aquél que ha llegado a la plenitud en Cristo Nuestro Señor (cf. Ef.4, 13).

3.-La transformación creciente del cristiano en Cristo.
El Señor conoce de nuestra debilidad. Sabe que muchas veces nos cuesta entender todo esto, sabe que esta transformación implica muchas veces un movimiento lento.
Podemos salir nosotros impactados de un retiro, o de algún acontecimiento que nos ha marcado, pero el proceso de conversión siempre es más lento, porque de hecho la meta a la cual caminamos es tan perfecta que es imposible cambiar de golpe y en su totalidad. Por lo menos mirando esto desde nuestra imperfección, ya que para Dios todo es posible.
Es por eso que Jesús con una actitud conocedora de la sicología humana y por lo tanto de nuestro corazón, respeta nuestros tiempos.
De hecho, con la sabiduría divina que encarna, les previene a los apóstoles que no se muevan de Jerusalén y esperen se cumpla la promesa del Padre que consistirá en que han de ser bautizados con el Espíritu Santo.
Cristo estuvo varios años con sus discípulos, los reconfortó y aleccionó una vez más después de su resurrección, sin embargo seguían sin transformarse totalmente como Jesús esperaba para lo cual les prometió y envió el don del Espíritu Santo que es el amor del Padre y del Hijo.
Cuando los apóstoles reciban al Espíritu Santo comenzarán a vivir lo que el Señor les encargó: Vayan por todo el mundo prediquen y bauticen en mi nombre.
Es imposible llevar este mensaje de salvación que Cristo encomienda a la Iglesia de todos los tiempos si el corazón del hombre no está transformado totalmente por el don del Espíritu, que así como lo prometió a los apóstoles también nos lo asegura a cada uno de nosotros.
Es importante tomar conciencia de todo esto, con nuestras debilidades y grandezas, pero aspirando siempre a ésta altura de santidad y de compromiso cristiano al que convoca la fiesta de la ascensión.
En síntesis, la vuelta de Cristo al Padre, nos compromete a continuar su obra en medio de los hombres, creciendo en la profunda búsqueda de ser misioneros, de llevar el mensaje salvador de Cristo, sintiéndonos enviados como Él por el Padre de todos.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” de la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la liturgia de la Ascensión del Señor (ciclo “B”). Hechos.1, 1-11; Efesios 4,1-14; Marcos 16,15-20.- 24 de mayo de 2009.

ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.

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