“Soledad en la comunión y en la complementariedad, vivencia paradojal entre el varón y la mujer, porque mientras se alegran de ser recíprocamente “la ayuda adecuada”, perciben el límite de la imperfección y el llamado siempre apremiante de la unión con Dios”.
1.-Comenzamos el mes de Octubre y con él providencialmente celebraremos el mes de la familia que nos permitirá reflexionar y apreciar una vez más esta nobilísima institución constituida por el mismo Dios antes de toda sociedad organizada, y por lo tanto fundadora de ella.
La liturgia de este domingo, ha querido Dios, nos inspira para comenzar esta reflexión desde los inicios del mismo hombre.
El libro del Génesis (cap. 2, 18-24) nos permite entrar de lleno en el pensamiento mismo del Creador respecto a su obra más perfecta, el varón y la mujer llamados a la comunión mutua, la cual se instaura en el matrimonio y se perfecciona en la familia.
Anteriormente el texto bíblico señala que Dios colocó al hombre en el paraíso para que “lo cultivara y lo cuidara”(v.15), fijando así su papel de administrador de todo lo creado –dada su estrecha relación con el medio que habita-, para bien de toda la especie humana, respetándolo por lo tanto en su mismo encuadre creacional.
Buscador siempre del bien de su creatura más perfecta –temporal y eterna a la vez-, el Creador afirma “no conviene que el hombre esté sólo. Voy a hacerle una ayuda adecuada” (v.18).
Previamente a ello, y avanzando de lo imperfecto a lo perfecto, Dios modela con arcilla del suelo a todos los animales del campo y a todos los pájaros del cielo y se los presenta al hombre.
2.-El hombre, como señor y administrador de lo creado pone un nombre a todos los animales, pero no encuentra en ellos la ayuda adecuada.
En su soledad primera, el hombre, llamado a la comunión como ser social, cae en la cuenta sin embargo que no ha encontrado la ayuda adecuada.
Con sencillez, el texto bíblico narra la creación de la mujer en la que el varón encuentra a quien lo complementará, de tal modo que exclama dichoso: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! “.
La mujer, por lo tanto, es reconocida no como un apéndice del varón sino como complemento perteneciente a su misma naturaleza “porque ha sido sacada del hombre” , y se constituye así en “su” ayuda adecuada.
El hombre pues, creado varón y mujer, se va perfeccionando como tal en la medida que se afirme día a día en la comunión más plena.
Esta comunión se realiza por la complementariedad existente desde el inicio de la creación, ya que “varón y mujer los creó” Dios.
En pocas palabras el texto bíblico resalta la igualdad de naturaleza en los que fueron modelados a “imagen y semejanza” (cf. cap.1,26) del Creador, afirma a su vez su distinción sexual porque los creó varón y mujer, y destaca su complementación mutua ya que la mujer “es hueso” de los huesos del varón y carne de su carne.
La comunión varón y mujer, pues, testifica como signo incoado, temporal y humano, la comunión eterna presente en el Dios trinitario.
Comunión ésta imperfecta, por cierto, ya que llamados a la comunión con el Creador, no pierden la soledad primera hasta encontrarse con Él.
Soledad en la comunión y en la complementariedad, vivencia paradojal entre el varón y la mujer, porque mientras se alegran de ser recíprocamente “la ayuda adecuada”, perciben el límite de la imperfección y el llamado siempre apremiante de la unión con Dios.
3.-Ilusoria y vana resulta por éstas razones la pretensión idiologizada de ciertos supuestos “derechos de género” en los que se engañan quienes quieren imponer a la razón, la ilusión de que la distinción varón y mujer proviene de una “construcción cultural”.
La sabiduría inherente en la Palabra revelada, en este sentido, no sólo atestigua la presencia de la Providencia del Creador en la diversidad de los sexos, sino que reafirma lo que la misma naturaleza creatural distinguida y enriquecida por la realidad varón y mujer nos enseña desde el principio.
Corren presurosos hoy legisladores complacientes al encuentro de las modas desconocedoras de la naturaleza humana, dispuestos a repetir el pecado de los orígenes de querer “superar” a Dios, “creando” uniones civiles que postulan la no diversidad sexual, negando lo que es patente desde los orígenes.
Pretendiendo la complementariedad entre iguales, provocan estos negadores de la Providencia de Dios la solitariedad más profunda en el corazón del varón y de la mujer, impidiéndoles poder manifestar la alegría propia de la comunión entre distintos, y sin conseguir avanzar en la búsqueda de la comunión con la Trinidad en la que se da igualdad de naturaleza pero distinción de personas.
Lejos del proyecto divino presente en la creación, el hombre actual, confundido y aturdido por proyectos desconocedores de su naturaleza, disipa el rumbo de la perfecta armonía y felicidad que la verdad le ha presentado desde la conciencia de su propio ser y consecuente obrar.
Podrán las leyes humanas concebir las incoherencias más grandes en lo referente al ser del hombre, pero les será imposible acallar la verdad misma, descubierta y asumida por todos aquellos que sólo buscan regirse por lo que es conforme con su naturaleza racional.
Ahora bien, ¿tan difícil es captar la verdad acerca del ser del hombre? .
Ciertamente que no lo es para los corazones rectos, pero sí para quienes -oportunistas vendedores de fantasías-, buscan congraciarse con “la realidad”- así la llaman- de lo que es sólo simulacro.
4.-“Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne” (v.24), continúa el libro del Génesis.
Afirmación ésta bellísima, que atestigua el llamado dirigido al varón y a la mujer, por comenzar -dejado el hogar que los ha visto nacer y en el cual han madurado-, su propio proyecto de vida, la familia.
Dejar el padre y la madre implica que el varón y la mujer, por un acto libre –el consentimiento-, reconocen que la vida no tiene sentido sino la comparten mutuamente.
Decididos a vivir en el transcurso de esta vida la comunión plena, y expresada la unión de los corazones por el consentimiento matrimonial, el varón y la mujer, “llegan a ser una sola carne” por la unión de los cuerpos.
¡Qué mensaje simple deja la Palabra de Dios a una sociedad hedonista que primero busca la unión de los cuerpos sin el compromiso -sellado por el matrimonio- de llegar a ser una sola carne como expresión concreta de la unión de los corazones!
5.-En el Evangelio del día (Marcos 10,2-16), el mismo Jesús, partiendo del texto del Génesis llegará a decir que el divorcio tolerado por Moisés es causado por la dureza del corazón del hombre -fruto del pecado original-, pero que Él viene a sanar la institución matrimonial misma a través de su presencia, “el amor hermoso” –como lo llama Juan Pablo II en la carta a las Familias- como un modo concreto de mantener aquella verdad de “ya no son dos, sino una sola carne“. (v.8).
De esta manera, Jesús como Salvador, quiere dejar en claro que la voluntad de Dios se expresa de manera auténtica en el libro del Génesis, en la unión permanente del varón y de la mujer, porque siendo ambos una sola carne constituyen un nuevo ser.
Consecuente con esto y con la igualdad de naturaleza entre los cónyuges, el Señor recuerda que el varón y la mujer no son libres para romper el consentimiento matrimonial, ni existe tampoco autoridad humana con poder suficiente para desligar un compromiso esponsal válido.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe, Argentina. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la Liturgia del domingo XXVII “per annum”. Ciclo “B”. 04 de Octubre de 2009.
ricardomazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-
1.-Comenzamos el mes de Octubre y con él providencialmente celebraremos el mes de la familia que nos permitirá reflexionar y apreciar una vez más esta nobilísima institución constituida por el mismo Dios antes de toda sociedad organizada, y por lo tanto fundadora de ella.
La liturgia de este domingo, ha querido Dios, nos inspira para comenzar esta reflexión desde los inicios del mismo hombre.
El libro del Génesis (cap. 2, 18-24) nos permite entrar de lleno en el pensamiento mismo del Creador respecto a su obra más perfecta, el varón y la mujer llamados a la comunión mutua, la cual se instaura en el matrimonio y se perfecciona en la familia.
Anteriormente el texto bíblico señala que Dios colocó al hombre en el paraíso para que “lo cultivara y lo cuidara”(v.15), fijando así su papel de administrador de todo lo creado –dada su estrecha relación con el medio que habita-, para bien de toda la especie humana, respetándolo por lo tanto en su mismo encuadre creacional.
Buscador siempre del bien de su creatura más perfecta –temporal y eterna a la vez-, el Creador afirma “no conviene que el hombre esté sólo. Voy a hacerle una ayuda adecuada” (v.18).
Previamente a ello, y avanzando de lo imperfecto a lo perfecto, Dios modela con arcilla del suelo a todos los animales del campo y a todos los pájaros del cielo y se los presenta al hombre.
2.-El hombre, como señor y administrador de lo creado pone un nombre a todos los animales, pero no encuentra en ellos la ayuda adecuada.
En su soledad primera, el hombre, llamado a la comunión como ser social, cae en la cuenta sin embargo que no ha encontrado la ayuda adecuada.
Con sencillez, el texto bíblico narra la creación de la mujer en la que el varón encuentra a quien lo complementará, de tal modo que exclama dichoso: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! “.
La mujer, por lo tanto, es reconocida no como un apéndice del varón sino como complemento perteneciente a su misma naturaleza “porque ha sido sacada del hombre” , y se constituye así en “su” ayuda adecuada.
El hombre pues, creado varón y mujer, se va perfeccionando como tal en la medida que se afirme día a día en la comunión más plena.
Esta comunión se realiza por la complementariedad existente desde el inicio de la creación, ya que “varón y mujer los creó” Dios.
En pocas palabras el texto bíblico resalta la igualdad de naturaleza en los que fueron modelados a “imagen y semejanza” (cf. cap.1,26) del Creador, afirma a su vez su distinción sexual porque los creó varón y mujer, y destaca su complementación mutua ya que la mujer “es hueso” de los huesos del varón y carne de su carne.
La comunión varón y mujer, pues, testifica como signo incoado, temporal y humano, la comunión eterna presente en el Dios trinitario.
Comunión ésta imperfecta, por cierto, ya que llamados a la comunión con el Creador, no pierden la soledad primera hasta encontrarse con Él.
Soledad en la comunión y en la complementariedad, vivencia paradojal entre el varón y la mujer, porque mientras se alegran de ser recíprocamente “la ayuda adecuada”, perciben el límite de la imperfección y el llamado siempre apremiante de la unión con Dios.
3.-Ilusoria y vana resulta por éstas razones la pretensión idiologizada de ciertos supuestos “derechos de género” en los que se engañan quienes quieren imponer a la razón, la ilusión de que la distinción varón y mujer proviene de una “construcción cultural”.
La sabiduría inherente en la Palabra revelada, en este sentido, no sólo atestigua la presencia de la Providencia del Creador en la diversidad de los sexos, sino que reafirma lo que la misma naturaleza creatural distinguida y enriquecida por la realidad varón y mujer nos enseña desde el principio.
Corren presurosos hoy legisladores complacientes al encuentro de las modas desconocedoras de la naturaleza humana, dispuestos a repetir el pecado de los orígenes de querer “superar” a Dios, “creando” uniones civiles que postulan la no diversidad sexual, negando lo que es patente desde los orígenes.
Pretendiendo la complementariedad entre iguales, provocan estos negadores de la Providencia de Dios la solitariedad más profunda en el corazón del varón y de la mujer, impidiéndoles poder manifestar la alegría propia de la comunión entre distintos, y sin conseguir avanzar en la búsqueda de la comunión con la Trinidad en la que se da igualdad de naturaleza pero distinción de personas.
Lejos del proyecto divino presente en la creación, el hombre actual, confundido y aturdido por proyectos desconocedores de su naturaleza, disipa el rumbo de la perfecta armonía y felicidad que la verdad le ha presentado desde la conciencia de su propio ser y consecuente obrar.
Podrán las leyes humanas concebir las incoherencias más grandes en lo referente al ser del hombre, pero les será imposible acallar la verdad misma, descubierta y asumida por todos aquellos que sólo buscan regirse por lo que es conforme con su naturaleza racional.
Ahora bien, ¿tan difícil es captar la verdad acerca del ser del hombre? .
Ciertamente que no lo es para los corazones rectos, pero sí para quienes -oportunistas vendedores de fantasías-, buscan congraciarse con “la realidad”- así la llaman- de lo que es sólo simulacro.
4.-“Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne” (v.24), continúa el libro del Génesis.
Afirmación ésta bellísima, que atestigua el llamado dirigido al varón y a la mujer, por comenzar -dejado el hogar que los ha visto nacer y en el cual han madurado-, su propio proyecto de vida, la familia.
Dejar el padre y la madre implica que el varón y la mujer, por un acto libre –el consentimiento-, reconocen que la vida no tiene sentido sino la comparten mutuamente.
Decididos a vivir en el transcurso de esta vida la comunión plena, y expresada la unión de los corazones por el consentimiento matrimonial, el varón y la mujer, “llegan a ser una sola carne” por la unión de los cuerpos.
¡Qué mensaje simple deja la Palabra de Dios a una sociedad hedonista que primero busca la unión de los cuerpos sin el compromiso -sellado por el matrimonio- de llegar a ser una sola carne como expresión concreta de la unión de los corazones!
5.-En el Evangelio del día (Marcos 10,2-16), el mismo Jesús, partiendo del texto del Génesis llegará a decir que el divorcio tolerado por Moisés es causado por la dureza del corazón del hombre -fruto del pecado original-, pero que Él viene a sanar la institución matrimonial misma a través de su presencia, “el amor hermoso” –como lo llama Juan Pablo II en la carta a las Familias- como un modo concreto de mantener aquella verdad de “ya no son dos, sino una sola carne“. (v.8).
De esta manera, Jesús como Salvador, quiere dejar en claro que la voluntad de Dios se expresa de manera auténtica en el libro del Génesis, en la unión permanente del varón y de la mujer, porque siendo ambos una sola carne constituyen un nuevo ser.
Consecuente con esto y con la igualdad de naturaleza entre los cónyuges, el Señor recuerda que el varón y la mujer no son libres para romper el consentimiento matrimonial, ni existe tampoco autoridad humana con poder suficiente para desligar un compromiso esponsal válido.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe, Argentina. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la Liturgia del domingo XXVII “per annum”. Ciclo “B”. 04 de Octubre de 2009.
ricardomazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-
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