31 de octubre de 2009

“Yo te amé con amor eterno, por eso te atraje con fidelidad” (Jer.31,3)


1.-“El resto”, amado con amor eterno.
La misión profética de Jeremías no consiste únicamente en “arrancar y derribar”, sino también en “edificar y plantar” (Jr. 1,10). Jeremías luchó durante muchos años para suprimir el mal que desgarraba la vida del pueblo elegido. Pero Judá no supo responder a su mensaje. El pecado tiene raíces tan profundas en el corazón del hombre que éste no puede liberarse de ese lastre por sí mismo. Parecería que Dios ha fracasado en su intento de formar un Pueblo fiel. El profeta no se deja desmoralizar al comprobar esta esclavitud profunda en el corazón del hombre, y predice una futura intervención de Dios que cambiará las relaciones del pueblo con Él.
Después de un período de purificación en el exilio, el pueblo se alegra con la esperanza del retorno a su Patria (Jer.31, 7-9). Quienes regresan configuran el “resto” de Israel, un grupo formado no por victoriosos sino de salvados, constituyendo el centro que atraerá a las naciones que respondan a la misericordia y al llamado de un Dios que siempre se encuentra con el hombre para rescatarlo de sus miserias más profundas.
La transformación interior de este”resto” o pequeño rebaño influye en la innovación incluso de todo lo que le rodea. La tierra se transforma según el corazón de los hombres, y los que “habían partido llorando” retornan “llenos de consuelo” y conducidos a “los torrentes de agua por un camino llano” (Jer 31,9).
El salmo 125 que responde al texto de Jeremías continúa en la misma línea de alegría desbordante en el corazón humano porque “el Señor ha estado grande con nosotros” (Ps. 125,1). El júbilo es tan grande que hasta los paganos reconocen que “El Señor ha estado grande con ellos”, reza el salmista alborozado.
Todo irradia la felicidad desbordante que derrama la misericordia de Dios, lo cual asegura que en la fidelidad al Creador se encuentra la fuente de tanto don y grandeza en el “resto”, pequeño rebaño anunciador de lo que vendrá en el Nuevo Testamento con la presencia de Jesús.
De allí que la Iglesia de nuestro tiempo presencializa “el resto” de Israel en medio de una cultura indiferente hacia Dios y prescindente de la búsqueda de la grandeza del hombre desde el corazón recto que se orienta hacia Aquél que lo restituye en su santidad original.
A pesar de sus límites y de ser muchas veces ignorada por sus contemporáneos, la Iglesia sigue siendo, por voluntad de Jesús, un signo de salvación y el centro de la Historia.
Tanto en el “resto” de Israel, como en la Iglesia “pequeño rebaño”-“pusillus grex”- (Lc. 12,32), se concretan las palabras del Señor: “Yo te amé con amor eterno, por eso te atraje con fidelidad” (Jer.31, 3).

2.-Bartimeo, el amado con “amor eterno”
El texto evangélico del día (Mc.10, 46-52) nos presenta la figura de Bartimeo, el ciego de Jericó, sentado junto al camino, imposibilitado por su ceguera y pobreza de avanzar por la vida como los demás hombres. Seguramente muchos pasarían de largo al verlo “al costado” del camino, ya que su presencia no conmociona el corazón de los caminantes, acostumbrados a advertir tantos excluidos de la sociedad y de la vida.
Bartimeo podría –como muchos de los desechados - estar “conforme” y resignado por su situación, sin esperar ya nada ni de Dios ni de los demás.
Sólo le queda asumir su realidad y tratar de sobrevivir en medio de una sociedad despreocupada por los “miserables” de este mundo.
Sin embargo, en su corazón espera salir del exilio social y espiritual, gracias al poder ver a Jesús y acogerse a su misericordia salvadora.
“¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!” gritará ante el Mesías.
Muchos lo reprendían –destaca el texto- intentando callarlo. Multitud esta que representa a ese mundo que pretender silenciar el grito angustioso del que tiene fe, como diciéndole, “El Señor está muy ocupado para atenderte a ti”, o “Dios ya no se inclina ante las miserias humanas”.
Pero el ciego seguirá gritando su esperanza, con mayor entusiasmo, seguro de ser escuchado reclamando la piedad de Jesús, como lo hacemos en cada Eucaristía, convencidos de ser tenidos en cuenta.
Y Aquél que se dirige a Jerusalén para el sacrificio redentor, se detiene requiriendo a los que lo rodean: “Llámenlo”.
Fue suficiente que le digan “Levántate, Él te llama”, para que “arrojando su manto”, se pusiera de pie de un salto y fuera hacia Él (cf. v.50).
Arrojar el manto que lo abrigaba en las noches frías en medio de la intemperie, significa para él dejar de lado toda seguridad, prescindir del único hogar cálido que lo protegía en medio de sus miserias.
Ponerse de pie de un salto señala la prontitud de la fe que en medio de la oscuridad de su ceguera corporal mantiene viva su luz esclarecedora. Suplicar la piedad de Jesús implica reconocer su indignidad personal y que sólo el Señor podría rescatarlo de lo más profundo de sus miserias.
A pesar de conocer su necesidad más profunda, Jesús le pregunta acerca de lo que quiere que Él haga a su favor.
“Maestro, que yo pueda ver”, será la respuesta escueta.
Y Jesús, interpretando su deseo más profundo de ser iluminado interiormente, le responde “Vete, tu fe te ha salvado”.
Bartimeo vio con los ojos de la carne, pero no se fue como le dijera el Señor ya que comenzó “a ver” con la luz interior de la fe. De allí que la actitud consecuente con lo en él realizado, fue seguirlo por el camino.
Ya no permanecerá “al costado” esperando ser acogido por alguien –como quizás otros esperaban-, sino que sintiéndose amado por Él con amor eterno, retomó el camino del seguimiento del único que puede rescatar al hombre de sus desdichas.

3.-El hombre desechado, Bartimeo de nuestro tiempo.
El ser humano muchas veces olvidado por todos en su exclusión, espera la presencia de algún salvador, como el argentino desposeído que ilusoriamente cree que los “líderes” de esta sociedad pueden rescatarlo de sus limitaciones. ¡Vana utopía que sólo lleva a la degradación cada vez más profunda del desechado de nuestra sociedad!
Sólo Cristo puede sacar de las miserias más subterráneas, incluyendo el pecado, por eso el evangelio nos deja a todos una enseñanza que puede cambiar no sólo al hombre en particular sino también a la sociedad toda.
La figura de Cristo deja abierta la invitación para que todos los ciudadanos, especialmente los que posean el poder y la responsabilidad de laborar a favor de la justicia social, miremos como Cristo a quien clama piedad desde sus carencias y le ayudemos a salir de ellas, reconociendo su vocación a la grandeza como hijo de Dios.
A su vez el que clama, no conformándose con las dádivas que lo mantienen cautivo, ha de despojarse de las precarias seguridades que le pretenden imponer, para buscar no sólo una vida nueva, sino un compromiso de involucrarse en el trabajo por el bien de todos.
La fe verdadera hace operante a todo hombre de buena voluntad, ya que desde Cristo se busca la dignificación del hombre cesando de oprimirlo como acontece en la actualidad.
Y, por otra parte, el que clama, descubriendo su dignidad de hijo de Dios, no se resigna a ser desechado sino que busca elevarse por encima de sus infortunios sintiéndose co-responsable del crecimiento de todos.
La Argentina toda, en el presente, como Bartimeo, implora aún sin saberlo, la piedad del Señor, y éste le pregunta a su vez ¿qué quieres que haga por ti?
La respuesta, sin duda alguna, ha de consistir en la conversión sincera de todos con el deseo de ser curados por el único que puede rescatarnos de nuestras miserias, para que comencemos a transitar el camino del seguimiento de Jesús, esto es, el recuperar los valores que nos han visto nacer como sociedad cristiana y que hemos desechado, confiando vanamente en las propuestas mundanas de una cultura sin Dios que nos están hundiendo cada vez más en el vacío más atroz.

4.-El que nos amó desde siempre es nuestro pontífice.
El autor de la carta a los hebreos (5,1-6) nos asegura que Jesús como sacerdote eterno según el orden de Melquisedec, es Pontífice, es decir “puente” entre nosotros y el Padre, el cual habiendo asumido nuestras debilidades, menos el pecado, expió nuestras culpas por medio de su sacrificio redentor, ofreciéndose como mediador para alcanzar la meta para la que fuimos creados.
Esta presencia salvadora de Jesús nos consuela en medio de tantas incertidumbres presentes en la actualidad, y nos confirma que el Señor es el único camino que puede preservar al hombre de innúmeras miserias.
El ser humano ha intentado todo alejándose de Dios y su misericordia, y sólo hemos conseguido vivir en el presente como exiliados en nuestra propia Patria a consecuencia de no procurar seguir por el camino que nos muestra Jesús y conduce a la gloria del Padre.
Crezcamos en la fe recibida y acudamos de nuevo al único que puede mostrarnos una existencia nueva.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz. Homilía del domingo 25 de Octubre de 2009, XXXº del tiempo Ordinario, Ciclo “B”.- ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-/
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